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 domingo, 16 de octubre de 2005  
Para beber
¿Equidad en el trato?

Gabriela Gasparini

No es nueva la queja de las mujeres sobre la atención que suelen recibir en los lugares dedicados a la venta de vinos. A veces se refieren a la manera indolente en que son atendidas, y otras a la notoria falta de conocimientos que muestran los empleados. Ambas cosas son ciertas, pero les digo por experiencia, y esto está lejos de ser un consuelo, mucho peor es intentar comprar un auto sin compañía masculina, allí sí parece que hubiéramos invadido reino ajeno, y la situación se vuelve digna de estudio.

Pero, por qué quien abre un comercio de un rubro tan específico no se preocupa por conseguir personal idóneo o, en su defecto, en capacitarlo. Y más increíble aún, porque a esta altura del partido hay quienes, a la hora del vino, tratan a las mujeres como si no fueran capaces de realizar una elección adecuada. Como verán, en todos lados es casi igual.

Hace ya un tiempo, en Nueva York, una consultora dedicada a estudios de mercado relacionados con el vino y las bebidas espirituosas, encaró una investigación sobre el tipo de atención que se brindaba a las mujeres, y dentro del género las diferencias que surgían según las etnias, y los resultados fueron sorprendentes. El trabajo se realizó durante cuatro meses, participaron tres mujeres: una blanca, una afroamericana y una de ascendencia asiática, y un hombre blanco, profesionales con al menos un título universitario que rondaban los treinta años, y que concurrieron a once locales previamente seleccionados ubicados en distintos barrios, con un libreto del que no se podían salir.

Para evitar que la subjetividad contaminara la información iban acompañado/as por un observador que a su vez grababa lo que ocurría, y además, apenas salían de los negocios cuando las sensaciones estaban todavía frescas, las supuestas compradoras y el comprador debían llenar una planilla de dos hojas consignando lo ocurrido. Demás está decir que el varoncito fue quien mejor la pasó, siempre lo atendieron cortés y prestamente.

La joven blanca declaró que, salvo excepciones, recibió un servicio indiferente, fue tratada con condescendencia, y sólo un vendedor se dirigió a ella como si entendiera de vinos. Le resultó difícil conseguir que le prestaran atención y ,si mientras la atendían aparecía un señor, no tenían el menor empacho en dejarla sola y dedicarse a satisfacer los requerimientos del nuevo cliente. Las sugerencias para maridar una trucha en pocas oportunidades fueron adecuadas, y jamás preguntaron por el rango de precios dentro del que debían manejar las propuestas.

La afroamericana no tuvo mejor suerte. Sencillamente ignorada o tratada con desdén, tuvieron el coraje de hacerle ofertas basadas en un supuesto gusto específico que englobaría a quienes comparten su color de piel. Fue olvidada cuando una mujer blanca requirió atención, siempre presumieron que su presupuesto era bajo, jamás dieron con la cepa adecuada para el pescado, y hasta le adosaron un guardia de seguridad. En una única ocasión sintió que se preocupaban por saber qué quería, se tomaban el tiempo necesario para responderle, y hasta parecían felices de hacerlo, y fue en el momento cuando un empleado no dudó en desentenderse de ella dejándola con la única vendedora encontrada en todo el periplo, quien también era negra.

A la asiática le fue todavía peor, ignorada y tratada con arrogancia como le ocurrió a sus compañeras, a lo que vivieron ellas debió sumarle que la dependiente que en la ocasión anterior parecía tan contenta de ofrecer sus servicios, en su caso fue quien la maltrató más, gritándole y dirigiéndose a ella con un despectivo "chica" que más parecía un insulto. En nuestro país jamás se llegó a esos extremos, pero igual falta equidad en el trato.
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