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 sábado, 15 de octubre de 2005  
Las propuestas televisivas basadas en preguntas y respuestas abren el debate sobre si la escuela de antes enseñaba más y mejor
Un fenómeno del saber en la pantalla chica

Mario Candioti / La Capital

La casa de dos plantas del barrio Azcuénaga sur es un apéndice de la cultura misma. Desde el ingreso a un estar, dos bibliotecas muy bien nutridas y una gran colección de CD's abren la puerta al especial mundo de Carlos Rovira, un rosarino común y corriente, ex empleado bancario, y poseedor de un bagaje de cultura general envidiable que lo colocó en la consideración pública. Fue ese cúmulo de conocimientos el que lo llevó a ganar en el programa televisivo Tiempo Límite, que conduce Gerardo Sofovich.

Ya antes lo había hecho en el programa de Susana Giménez. "Hace dos años había participado en el programa de Susana Giménez. Anduve bien, llegué a la final en dos ocasiones y en la segunda gané. Pasaron dos años y a principio de éste comenzó Tiempo Límite. Lo empecé a mirar para ver cómo era, si daba como para que me presentara. Dejé pasar un tiempo y viajé a Buenos Aires a anotarme. Se hizo un casting, similar a lo que sale al aire, pasaron cuatro meses hasta que me llamaron y, bueno, después la historia es conocida", narra desde su bastión de cultura este bachiller nacional y estudiante avanzado de antropología, como demostrando que sus 53 años no pesan para nada.

Miles de televidentes quedaron asombrados por el grado de conocimientos generales de Rovira y los otros participantes y quizás muchos íntimamente desearon que sus hijos, o ellos mismos, hubieran sido como él: ávido lector, una persona incentivada, que aprendió a amar los libros y la cultura en general, algo que las generaciones actuales -en su gran mayoría- desconocen y descreen. Y la familia y la educación actual acompañan en parte ese proceso, no por desidia, sino por mal manejo de los tiempos, por conveniencia, o por falta de políticas educativas que fomenten la lectura.

La historia de Carlos Rovira puede ser la de cualquier ciudadano común de esta Argentina, por momentos tragicómica: "Fui bancario 26 años. Trabajé en el que era el Banco Monserrat y terminé en el Suquía. Después de la debacle del 2001, el Crédite Agricole, que era el banco que había comprado el Monserrat, el Bisel y el Suquía, de buenas a primeras decidió irse del país. Me quedé en la calle en el 2003 y desde entonces no tuve más un trabajo fijo. Me dediqué a hacer docencia particular, algo que había hecho esporádicamente. En el medio pusimos una librería de textos usados con un socio, que a mí no me redituó. Entonces me dediqué de lleno a preparar chicos y también a buscar algo que sea permanente".

Ser incentivados y entrar en el maravilloso mundo de la cultura son cosas con las que no todos son beneficiados. Sí tuvo esa suerte Carlos Rovira: "De chico fui a la Escuela Nº 120 José Rondeau, de Mendoza al 5200. El edificio no está más, ahora hay una plazoleta. Siempre me gustó ir a la escuela y siempre me gustó leer de todo. Un poco de incentivación acá en casa hubo, porque a mi papá siempre le gustó leer. Y eso que él sólo tenía la escuela primaria hecha. El iba a leer a la Biblioteca Argentina porque no tenía medios para comprarse libros. Incluso me dijo muchas veces que le hubiera gustado estudiar una carrera universitaria".

Este rosarino que saltó a la fama por sus amplios y diversos conocimientos recuerda que en su infancia leía de todo, algo que -confiesa- sorprendía a sus amigos. Y en esas lecturas entraban autores para chicos y para grandes, entre ellos algunos autores españoles. "En mi grado había alguno que otro que leía, pero tenía mucho que ver la casa, el incentivo salía del hogar. Igual, a mí la escuela me gustaba mucho, siempre me gustó estudiar".

Cursó la secundaria en el Colegio Nacional Nº 2, en Entre Ríos y Jujuy. "Ahí me recibí de bachiller y tuve algunos compañeros destacados como Traficante, que se dedicó a la pintura, Rivera -un muchacho que fue pianista y ahora está radicado en Italia-, es decir un grupito de gente a quienes le gustaba leer y que antes que yo ya habían leído a Cortázar y a Borges", recuerda.

La charla deriva irremediablemente en la cuestión educativa, en el poco apego de las generaciones actuales por la lectura y la cultura en general y en cómo la tecnología va ganando espacios no siempre deseados. "Veo que en general los chicos de hoy no demuestran gran interés por la lectura. Ahora hay cosas que cuando yo era chico no existían, como los videojuegos. Y esa es una batalla que creo que estamos perdiendo. No sé si años atrás se leía mucho, lo que sí digo es que ahora se lee muy poco", se lamenta Rovira.

Y -según sus propias palabras- desde su posición de ciudadano común trata de ir más allá en esta problemática. "Aparte del desinterés de los chicos por la lectura, el tema curricular específico no deja de ser preocupante. No dejo de asombrarme cuando un chico no sabe dónde ubicar una mayúscula, o cuando hay que poner un punto final o un punto seguido. Ni hablemos de los errores de ortografía. Me parece que no se está insistiendo en esos ítems, en la cuestión básica de redactar".


Otros tiempos
-¿La escuela dejó de estimular a los chicos?

-No soy un experto en el tema, pero tal vez haya cierta deficiencia en la formación de los docentes mismos y eso a pesar de los cursos de capacitación. Esas deficiencias se reflejan en la enseñanza. No queda otro remedio que transmitirlo. Cuando yo iba a la escuela, y parece que hablo de la prehistoria, la maestra miraba y supervisaba todo lo que hacíamos. Ahora los chicos me cuentan que la maestra no los corrige sino que se hace autocorrección.

-¿ Cree que el maestro está más preocupado en lograr reivindicaciones -desde todo punto de vista justas- y está empeñado en una lucha contra el gobierno y entonces la educación se resiente?

-A mí me parece que esas luchas distraen. No digo que el docente no deba pelear por lo que considera justo. Inclusive sostengo que el docente debería ser, si no el mejor, uno de los mejores profesionales pagos del país. Es básico: el maestro es el que forma a todos los demás, al médico, al abogado, al ingeniero, al licenciado en física, lo que fuera. Pero también creo que ahora la cuestión de la lucha gremial se enfatiza mucho y va en desmedro de la calidad educativa. Los días en que no se dan clases se pierden y punto.

-Desde los programas de preguntas y respuestas, sobre todo en aquellos donde los adolescentes ganan viajes de estudios, ¿no hay un fomento del bajo nivel cultural con el tipo de preguntas que se les realizan?

-Sí, en vez de intentar levantar el nivel, los medios tienden a achatarse para acomodarse a lo que es más masivo, lo más común o cotidiano. Habría que exigirles para que obliguen a elevar ese nivel. No veo nada bueno en igualar para abajo.

-¿En programas como el de Sofovich es diferente?

-Sí, el nivel de exigencia es diferente. Incluso comparado con el de Susana Giménez. Hay gente que le ha ido bien en el programa de Susana y en el de Sofovich ha fracasado.

-¿No es casualidad que en ese tipo de programa adonde usted ganó haya personas de una franja etárea que va desde los 40 años hacia arriba?

-Sí, es así. Y la rara vez que han ido personas de menor edad no han llegado a nada.

-¿Hay un método para saber tanto?

-No, es el producto de haber leído tanto y de tener buena memoria. Yo no me considero un fenómeno. No me considero más inteligente que cualquier otro. Aclaremos una cosa: yo no leí toda mi vida con el fin de participar en algo. Hay mucha gente que no me cree que para ir a este programa no agarré ningún libro, que no estudié nada. Es que te pueden preguntar cualquier cosa. Fui con lo que sé, lo demás no lo voy a aprender ahora. Pero, por ejemplo, terminó el programa y me puse a leer una historia de Grecia porque nunca la había leído. Y ya estoy pensando en que cuando la termine voy a leer una historia de Roma.
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"No me considero más inteligente que cualquier otro", dice Rovira desde su casa de barrio Azcuénaga.

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