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 domingo, 14 de agosto de 2005  
Interiores: cuerdos o locos

Estamos demasiado acostumbrados a pensar la locura como una desviación de la norma, es decir como un extremo indeseable de una generalidad que vendría a ser normal, por lo tanto cuerda, de la que la locura sería ese extremo insano y extraño en el que cae un ser humano que ha perdido la razón. Razón que, es de suponer, hasta ese momento fatídico guiaba sus pasos.

Nada mejor para entender la locura que entrar por la puerta de la cordura a partir de la definición de lo cuerdo en nuestro magno diccionario de la lengua. Se refiere a alguien que está en su juicio. Y en un final a toda orquesta el diccionario proclama: Prudente, que reflexiona antes de determinar. La práctica o el ejercicio de la reflexión no es una rutina entre nosotros, y eso que se trata de una actividad y una posición específicamente humanas ya que no es propio de nuestros hermanos biológicos poner en cuestión pensamientos, certezas y prejuicios, sino que los diversos animales y demás parientes lejanos o cercanos se encuentran inmersos en sus rutinas de las cuales en general no se salen, salvo intromisión humana.

Desde ya convendría no confundir pensamiento con reflexión, en tanto y en cuanto los pensamientos precisamente albergan certezas y prejuicios, que muy bien podemos compartir con los animales que se pasan la vida, es de suponer, redundando en sus pensamientos. Nuestros hermanos biológicos saben por definición cuáles son sus enemigos y con un gusto bien definido en cuanto a lo que comen y a lo que les gusta dejando afuera cualquier otra posibilidad sin que se requiera para tal expulsión de ninguna reflexión, ni de ningún juicio. Con el prejuicio basta y sobra.

¿Y por casa? Tratándose de humanos, los prejuicios no sólo no bastan, sino que sobran. En una gran cantidad de ocasiones, todas occidentales y cristianas se pueden observar muy a menudo que para los hombres las mujeres son sus enemigas, para las mujeres son los hombres sus enemigos, y tanto para las mujeres como para los hombres los enemigos (o bien los despreciables, o los no apreciables) muchas veces son:

u Los vecinos, los extraños y los extranjeros.

u Los negros, los pobres, los judíos (y acaso los no judíos para algunos judíos, a los que llaman goi, nominación que suele tener un tono discriminatorio), los gitanos (y acaso los no gitanos para algunos gitanos, a los que llaman payos, nominación que suele tener un tono discriminatorio).

u Los del norte respecto a los del sur y viceversa.

u Etcétera.

Todas estas son posiciones y pasiones más que abundantes entre los humanos, en términos generales irreflexivas y por lo tanto alejadas de la cordura y de lo cuerdo que implica reflexión antes de determinar. Lo que nos lleva a preguntarnos y a cuestionarnos respecto de cómo están las relaciones y las proporciones entre nuestra capacidad de determinar y la de reflexionar, teniendo en cuenta que esta última debiera preceder a las variadas determinaciones que producimos de la mañana a la noche y de la noche a la mañana.

Con toda probabilidad sea este uno de los grandes terrenos de lucha entre los humanos, y una lucha que bien podría describirse como la lucha entre la ofensiva determinadora, que es la que le hacemos padecer a los otros, y al mismo tiempo, la defensiva anti determinadora que es la que padecemos nosotros por parte de los otros.

Por lo que se puede observar, la citada lucha se plantea tanto a nivel individual como a nivel social, para lo cual basta en pensar en algunos ejemplos: las pugnas y las descalificaciones recíprocas entre profesionales, o entre religiosos y entre religiones, o entre colegas de las más diversas ocupaciones, o entre los laburantes, o aun entre los mismos desocupados.

Muchas veces entre los hermanos o demás familiares, entre los artistas o entre los intelectuales, o bien con respecto a los intelectuales. Tantas veces entre los sexos y, desde luego, entre los políticos entre sí y también entre los políticos y los llamados apolíticos y demás contendientes humanos, en muchos de los cuales la práctica mayoritaria es la práctica de la desconsideración cuando no la aniquilación del otro.

Queda, por cierto, una batalla más que bien podría recibir aquel calificativo tan ridículo de "la madre de todas las batallas" y es la milenaria batalla entre "cuerdos" y "locos". Es muy claro que, dada la acumulación de certezas y obviedades que portamos y no cuestionamos, la cordura queda por casa y la locura habita en el otro. Esto sin olvidar que en el otro pasa lo mismo.

Visto así, constituimos y conformamos una masa humana inquietante donde conviven logros geniales de todos los días, con desastres cotidianos e históricos, y donde además estamos guiados por Dios y Dioses diversos que para colmo siempre son únicos, o bien por líderes esclarecidos y esclarecedores a los que se suman iluminadores varios que circulan iluminando a los oscurecidos en cualquier rincón del planeta. Sin olvidar en estos tiempos a los vendedores de lo ligth que circulan por la pasarela de la salud vendiendo fundamentalmente cabezas ligth a lo Bucay.

Notablemente todas estas cosas y muchas otras las hacemos en nombre de la cordura y no de la locura. Una verdadera locura. La mayor de las cuales es que así y con todo la vida es maravillosa. Por las maravillas de la naturaleza y porque siempre es posible encontrar seres que escuchan y que merecen ser escuchados, que nos ayudan a desobviarnos y a pulverizar las certezas e impunidades varias con las que pisoteamos el planeta.

Pienso, por ejemplo, en el gran Saramago y su "Ensayo sobre la ceguera", un texto insoslayable para entender la condición humana sin quedar atrapados en la más estúpida de todas las batallas, es decir la que se desarrolla entre el optimismo y el pesimismo. Con Saramago y tantos otros de aquí y de allá, quizás sea posible reflexionar e imaginar un mundo que no esté guiado por los "dioses del capital" y los "dioses de la religión", siempre tan de acuerdo y siempre tan poco cuerdos.
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