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 domingo, 07 de agosto de 2005  
Chubut: a volar sobre tablas
En el complejo La Hoya, a 20 minutos de Esquel, la nieve da el presente hasta mediados de octubre. Aventura entre lagos y bosques y un circuito cultural para no perderse

María Inés del Arbol García

Los dedos se aferran a los bastones, las rodillas se tensan sobre las tablas. La velocidad triunfa mientras descendemos por la pendiente de La Hoya, el centro de esquí al que puede arribarse en tan sólo 20 minutos desde la ciudad de Esquel y en el que la nieve da el presente hasta mediados de octubre, en las llamadas "nieves de primavera".

Tres horas de pronunciados descensos y difíciles ascensos por las pistas concluyen con un merecido almuerzo en La Piedra, la confitería del centro. Entramos con el paso inmenso que imponen las rígidas botas de esquí y la abultada ropa de nieve. Recién a mitad del almuerzo nos empezamos a sacar antiparras, gorros de lana y guantes: el guiso de lentejas nos va entibiando el cuerpo. Devoramos la porción, nos ponemos de nuevo el gorro, deslizamos las antiparras y por fin calzamos los esquíes. La tarde nos aguarda en La Hoya.

La nieve en polvo de La Hoya es, según los expertos de la zona, la mejor de América latina. Parecieran confirmar estos dichos las nubes blancas que se forman en los virajes durante el descenso; tejen un velo transparente que se desliza, desenrolla, impacta, brilla y nos envuelve bajo la luz de la tarde. Pero la fascinación no debe hacernos olvidar que para evitar caídas tendremos que echar el peso hacia atrás, mantener las espátulas de los esquíes levemente elevadas y hacer los giros con cierta velocidad; solo así evitaremos quedarnos varados en la magia del lugar.

Ya es casi de noche; el silencio en el auto que nos lleva de regreso a la ciudad delata, tal vez nuestro cansancio, tal vez nuestra emoción.


Aventura
Temprano por la mañana (cuando el frío aún se refugia en todos los rincones y la cama pareciera ser el mejor escondite), partimos hacia el Parque Nacional Los Alerces, puerta de entrada a los catorce lagos, media docena de ríos y numerosos arroyos y lagunas que conforman la cuenca del río Futaleufú. Apenas entramos en el parque nos vamos sumergiendo de a poco en otro mundo, en el que ciervos, liebres y jabalíes son los principales habitantes de una tierra dominada por verdes, rojos, y violetas. Y uno mira su teléfono móvil sabiendo (aunque tal vez sólo queriendo comprobar) que se ha quedado sin señal, que los kilómetros que lo separan de su ciudad se han multiplicado por millones.

Recorremos el camino zigzagueante entre lagos y ríos con los imponentes picos de la cordillera como fondo. Destino: mirador del Cerro la Torta, a 1.500 metros sobre el nivel del mar.

Avanzamos en una destartalada Land Rover. "Con esto, subimos seguro", afirma el guía, tono serio, mirada que pareciera burlarse de nuestro desconcierto. De pronto, la marcha se detiene: un tronco impide el paso. Desorientados (y sin bocinas que valgan en este nuevo escenario), entre todos intentamos mover el árbol que el frío y el viento del invierno han derribado. Sólo el guía lo logra, la motosierra hace las veces de policía de tránsito y abre el paso. Caballos, liebres y alguna desprevenida oveja guían el ascenso.

Rato después, cuando pareciera que el reloj se ha detenido y se comprueba que el tiempo y el espacio caminan a otro ritmo en esta zona, llegamos a La Torta, así llamada por su piso plano sobre el que la mirada de los lugareños descubre figuras semejantes a velas. El escenario justifica todo: la visión pareciera abrirse al infinito. Las cámaras se impacientan y quieren llevarse un registro perfecto de cada lugar: de las laderas blancas de los cerros que se recuestan sobre el celeste del lago; de la Bahía Rosales, que se destaca única desde las alturas.

La vuelta pareciera más corta, el motor de la Land Rover se acelera. El atardecer llega al parque con frío, con mucho frío. Pero lo que no llega es la oscuridad, porque la luna y las infinitas estrellas iluminan todo.
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La nieve en polvo de La Hoya, que forma nubes blacnas en los virajes, está considerada por los expertos la mejor de América latina.

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