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 domingo, 07 de agosto de 2005  
Primera persona
Hugo Gola: "El origen del poema es irracional"
El escritor santafesino radicado en México habló sobre su obra poética. En septiembre estará en Rosario en el Festival Internacional de Poesía

Osvaldo Aguirre / La Capital

Hugo Gola (Pilar, Santa Fe, 1927) ha ganado un lugar entre las voces mayores de la poesía argentina. El hecho de que residiera en México, donde edita la revista "El poeta y su trabajo", relativamente alejado de los circuitos de lectura y reconocimiento nacional pareció demorar su valoración. Pero desde los años 90 su poesía viene siendo objeto de lectura por parte de los escritores más jóvenes, y la aparición de "Filtraciones" (Fondo de Cultura Económica, 2004), volumen que reúne su obra completa, confirma esa posición insoslayable.

Gola publicó su primer libro, "Veinticinco poemas", en 1961. Con "Siete poemas" (1984) marcó un punto de despegue formal y una intensificación de sus núcleos de escritura que ha alcanzado nuevos desarrollos en sus últimos libros, "Filtraciones" (1996) y "Ramas sueltas" (2004). Formó parte, con Juan José Saer, del grupo de escritores santafesinos formado bajo la inspiración de Juan L. Ortiz. En esa misma época tuvo estrecha relación con poetas y escritores de Rosario. Y en septiembre próximo volverá a la ciudad, como invitado en el Festival Internacional de Poesía.

-La experiencia de la iniciación es central en su poesía; en su vida usted debe tener, imagino, un episodio de iniciación poética.

-No hay un episodio de iniciación poética. Hay sí, un comienzo, bastante temprano, pero con muy escasa o con ninguna conciencia del significado de ese suceso. Fue más bien resultado -como suele ocurrir- de una especie de energía adolescente que se desbordó, un fenómeno muy frecuente, que en mi caso canalizó hacia la escritura. No podría llamar poemas a aquellos primeros ejercicios. Eran más bien desahogos. Sólo mucho más tarde, cuando mi relación con la escritura se hace frecuente, y aquella necesidad de escritura se repite, que ésta fue ocupando un lugar en mi vida cotidiana.

-En el prólogo a "En el aura del sauce", dijo que Juan L. Ortiz funda una tradición. Supongo que se incluye en esa tradición. ¿Qué significa para usted ser parte de una tradición?

-Cuando digo que Ortiz funda una tradición, lo que quiero destacar es que en la poesía argentina anterior no hay antecedentes de su tono. El funda una modalidad en la tradición que no existía antes de su obra. Pero además habría que agregar que toda obra válida, dentro de una literatura, produce ese efecto. Porque la tradición no es un cuerpo estático, definido de una vez para siempre. Es un conjunto móvil. Una suma de momentos, muchas veces contrapuestos, que constantemente es alterado con cada obra nueva que aparece. A veces esa obra pareciera escrita para cuestionar la tradición, aunque, con el paso del tiempo, pase a integrarla, modificándola, enriqueciéndola, fundando, como digo, una tonalidad que no existía. Pensemos, por ejemplo, en el "Ulises" de Joyce, prohibido, censurado en su momento, e integrado hoy a los programas de estudio de todas las universidades inglesas. Alteró radicalmente una tradición, para formar luego parte de ella, enriqueciéndola con su aporte. Uno no sabe nunca en qué tradición se inscribirá lo que escribe, si es que se incorpora a alguna. Tal vez la obra propia participe de cierta atmósfera, de cierta tonalidad, de cierto uso de la lengua. Es posible que existan algunas afinidades, pero la elección consciente de una tradición es algo que me parece dudoso.

-Entre 1967 y 1982 hay una aparente interrupción en su escritura, o más bien en sus publicaciones de poesía. Usted la ha explicado en el marco de una redefinición de la propia escritura. ¿Qué aspectos, específicamente, le resultaban insatisfactorios? ¿Las circunstancias de su vida, el hecho de tener que exiliarse, incidieron en ese proceso?

-Hay, efectivamente, entre los años 1967 y 1982, una interrupción. No realicé publicación alguna pero tampoco me aparté de la escritura. Sucedió que cuando llegué a México, en al año 1976 -venía de Londres después de un año y medio de residir allá- extravié en el viaje un portafolios que contenía los poemas escritos durante esos años. No lo lamento. Mi descuido tal vez haya sido un juicio sobre esos trabajos. Cuando reinicié la escritura en México aparecieron poemas que tenían alguna diferencia con los anteriores. Algo había sucedido que tal vez tenga que ver con el exilio y con mis nuevas lecturas, y quizá, igualmente con un cierto agotamiento de las formas anteriores. Fue un período de aproximación a la poética y a la poesía norteamericanas.

-Su actividad como traductor y lector de poesía en otras lenguas, ¿incidió en su escritura? ¿Tuvo que ver con ese quiebre -o salto- que se produce con "Siete poemas"?

-Creo que sí. No sé bien cómo se produjo esa ruptura, pero por lo menos las características externas de esos poemas, extensión, organización formal, lenguaje, parecen confirmar ese salto. Creo, sin embargo, que a pesar de esas diferencias los poemas brotan siempre de un mismo núcleo, y en ese sentido continúan un proceso. Tal vez esas modificaciones intentaran ampliar un registro, introducir variantes que permitieran articular mejor elementos heterogéneos provenientes de nuevas experiencias. Es posible que la ruptura provocada por el exilio tenga algo que ver con estos cambios. La vida es la que va promoviendo dichas alteraciones, porque, se sabe, un poema no es meramente un ejercicio de retórica o una exhibición de habilidades. Un poema intenta responder a las interrogaciones de la edad, testimoniar y revelar las variaciones del alma humana, registrar desde el pulso individual del poeta, las palpitaciones de un tiempo.

-"La hora de la iniciación \ empieza cuando olvidas" dice en "Siete poemas". ¿Ese olvido sería un aligeramiento? La iniciación, ¿condensa la experiencia de conocimiento que supone la poesía? ¿Cuál es la "palabra inicial" de que habla en su poesía?

-La palabra inicial es la que llega para poner en marcha la escritura de un poema. Tiene, para mí, una relevancia especial, puesto que a partir de ella se construye el resto. Ella da la tónica, pero mucho más aún, indica que el poema será posible. A esa palabra inicial no se la busca. Llega sola o no llega. Diría que ella no es sólo una palabra sino que es una especie de estilete que abre el espacio por donde transcurrirá el poema. ¿Qué querrá decir "la hora de la iniciación"? Tal vez quiera decir aquella hora, aquel instante, en que uno se despoja de todo lo sabido, colocándose en un estado neutro, puramente receptivo, que permita acoger la gracia de la palabra. Un olvido de lo sabido que permita alcanzar otro "saber" que el poema suele encarnar, por otras vías. Valèry dice: "La primera palabra te la da Dios, las demás son tuyas".

-A propósito de su poesía, Juan José Saer habló de la paciencia del poeta lírico como "una espera a menudo dolorosa y llena de incertidumbre". ¿Cómo vive ese estado?

-El poema en mí, suele aparecer de manera imprevista. A intervalos, a veces muy espaciados, de ahí la espera incierta, esa incertidumbre de la que habla Saer. Esa espera no es nunca pasiva y suele ser angustiosa. Uno nunca sabe con certeza si un día volverá a escribir. Si el origen del poema es irracional, si la voluntad no puede -en mi caso por lo menos- decidir nada, ¿cómo aguardar el retorno de aquel estado propicio, sin ansiedad, si uno íntimamente sabe que puede no retornar nunca? Tampoco sabe uno si existe algún tipo de vida que pueda favorecer la escritura. Ha habido casos dramáticos de espera infructuosa durante años y de pronto vuelve otra vez el impulso. Pienso que el poeta lírico está siempre suspendido en esta incertidumbre.

-"Hay que nombrar de nuevo\ árboles y pájaros", dice en un poema. Y en otro parece sostener lo contrario: ya no nombrar, porque "pesa demasiado la palabra" y entonces pide "sólo la música \ no la cosa". Tal vez esté creando una falsa contraposición, pero me gustaría, si es posible, que explicara el contrapunto.

-Para mí es difícil explicar lo que expresa el poema con otras palabras que las del poema. Es imposible, sin grave riesgo, trasladar lo que un poema dice a un lenguaje meramente conceptual. En la redacción de un poema no existe, como dice Williams, un pensamiento anterior al poema, que éste captura, sino que el poeta piensa con el poema. El poema, a lo largo de su escritura, va trazando su propio cauce, articulando su forma, así como también va configurando su significado. Ese pensar poético le revela al propio poeta el sentido y la significación de su escritura. El poema sería entonces una sorpresa y un descubrimiento aun para su autor. Allí descubre el poeta lo que el poema le ha revelado.
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"El poema en mí suele aparecer de manera imprevista", dice Gola.

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