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 domingo, 07 de agosto de 2005  
Para beber: caldos soviéticos

Gabriela Gasparini

¿A ustedes se les hubiera ocurrido pensar que Rusia vendía sus vinos a países como Francia, Canadá y EE.UU., además de a algunos latinoamericanos? Seguramente, ni siquiera pensaron que en ese país, a quien todas identificamos con el vodka, se producían caldos.

Pero el zar Nicolás II no era un hombre de andarse con pequeñeces cuando de gustos se trataba: bebía el mejor champagne acompañando su sobresaliente caviar, y no se privaba de obsequiar a la zarina en cada pascua con un huevo realizado por las mágicas manos de Fabergé, y si se trataba de vinos, por qué no iba a tener los propios, si sólo era cuestión de firmar un decreto para que se iniciara la industria.

Así nació, en 1894 a orillas del Mar Negro, un emprendimiento que tenía como objetivo desarrollar la viticultura, y el gusto de los rusos por el buen vino. Al frente del mismo estaba el príncipe Lev Golitsin, quien invitó a los mejores especialistas extranjeros a participar de la aventura. En las antiguas bodegas de Masandra, en Yalta, la del famoso tratado, hay casi un millón de botellas que sobrevivieron guerras, vaivenes políticos y prohibiciones. Claro que se debieron llevar a cabo varios experimentos antes de descubrir cuáles eran los caldos mejor dotados de la zona de Crimea, primero se intentó con los secos, pero la cosa no iba; hasta que por fin se cayó en la cuenta de que los dulces fuertes resultaban inigualables.

La gloria alcanzada fue tal que durante la Segunda Guerra mundial, toda la producción fue evacuada al Cáucaso y al Asia central, mientras se abandonaban a su suerte a los heridos. "La vida humana era menos preciada que estas obras de arte de la enología", afirmó Valeri Zenkin, responsable de la bodega. Pero los problemas no terminaron al finalizar las guerras ni las prohibiciones en los años más duros del comunismo. Cuando nadie lo esperaba, Mijail Gorbachov puso en marcha una campaña de lucha contra el alcoholismo que derivó en la destrucción de 300.000 hectáreas de viñedos en toda la Unión Soviética.

Los viticultores de Masandra, como tantos otros, debieron dedicarse a producir jugos de frutas, no obstante lo cual, siguieron cultivando sus mejores vides y salvaron las cepas más preciadas. "En las grandes recepciones, ofrecemos a los invitados marcas de vinos de su año de nacimiento", explicó Iuri Egorov, nieto de Aleksandr Egorov, viticultor del zar que comenzó a trabajar en la misma bodega que su abuelo en 1956, al recordar la visita de Yuri Gagarin, el famoso astronauta ruso, y de su par Neil Armstrong. Acto seguido, comentó la preferencia del presidente Vladimir Putin por el tinto Alutcha, y dijo que fueron los altos dignatarios soviéticos, aficionados a los grandes vinos, los que en más de una ocasión salvaron a Masandra.

La catástrofe nuclear de Chernobil, ocurrida en 1986, también ayudó en la lucha contra los partidarios de la prohibición porque los médicos recomendaban a la población irradiada que bebiese vino tinto. Turistas alemanes, polacos y franceses toman sus vacaciones en esta región hoy perteneciente a Ucrania, y utilizando como excusa la enoterapia que allí se practica, y que es el último grito de la moda (se dedican más a la degustación que a la cura).

"Nuestras recetas a base de vinos regionales y de hierbas de Crimea son exclusivas. Nos hemos inspirado en la literatura médica y científica. Y en las novelas", destacó el doctor Aleksandr Cheludko, encargado de la terapia en un hotel de lujo de Aluchta. La infusión que se toma contra las enfermedades cardiovasculares se prepara a base de vodka, Madeira, miel y almendras. Los que sufren de estrés se curan tomando Cabernet al romero y a la salvia, tres veces al día. Pero no es necesario aclarar que la poción más popular es la "infusión número 5": una mezcla de Cabernet con tomillo, salvia y miel en proporciones que se guardan en estricto secreto, algo así como un Viagra natural, cuya función es ayudar a los hombres que necesitan incrementar su dinamismo sexual.

Fuente: Olga Nedbaeva-AFP
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