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 sábado, 30 de julio de 2005  
Editorial
Educación sexual y polémica

El proyecto del gobierno santafesino de incorporar la educación sexual como materia desde el nivel inicial en todas las escuelas de la provincia ha despertado resonancias múltiples en la sociedad y también la oposición de la Iglesia, que a través de destacados referentes ha formulado reparos a la iniciativa fogoneada por el ministro de Salud, Juan Héctor Sylvestre Begnis. La impresión generada por el incipiente debate es que las coincidencias, sin embargo, superan a las discrepancias: pareciera que cierto inexplicable recelo instalado entre las partes supuestamente en pugna abona un nivel de incomprensión cuya principal víctima es el conjunto de la ciudadanía.

Tal cual se lo ha hecho público en reiteradas oportunidades, el objetivo central de la cartera sanitaria es combatir por intermedio de la educación el elevado nivel de embarazos adolescentes -y consecuente maternidad prematura o abortos realizados en condiciones insalubres- que se registra en todo el territorio de Santa Fe. Más allá de convicciones que pertenecen a una esfera estrictamente privada, la información que pretende brindarse desde la órbita del Estado es concreta y su utilidad para la población también lo es: cuando se alude a la necesidad de acompañar la transmisión de tales conocimientos con "una educación para la vida y para el amor" no se está agregando, tal vez, más que lo obvio. A veces, curiosamente, se insiste desde cierta óptica en alentar la idea de que los meros datos son portadores de una concepción del mundo y así se contribuye a crear una desconfianza peligrosa. Probado está que religión, moral y ciencia no sólo pueden, sino que deben convivir en completa armonía.

El arzobispo de Santa Fe, José María Arancedo, aludió a una supuesta cuestión de formas y se mostró preocupado por que se convierta a la sexualidad en "algo meramente genital". El suyo no constituye un aporte que merezca descartarse: sin dudas que la información concreta sólo fructificará adecuadamente en un campo abonado por valores morales sólidos. Pero cuando se revelan niveles de desconocimiento preocupantes -casi aterradores- entre los jóvenes en relación con el sexo, difícilmente podrá procurarse que tal ignorancia alimente conductas lúcidas en relación con la materia.

Sin embargo, pareciera que en el sustrato de ciertas posiciones existe un deseo de ocultar, de sustraer, de mantener en una zona de penumbras aquello que debería ser patrimonio común, para disponer de esa información del modo que la libertad personal lo disponga. Un Estado democrático debe educar a partir del respeto, pero siempre desde la igualdad, con la verdad y sin miedos.
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