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 lunes, 20 de junio de 2005  
Fútbol, basquet, tenis, vóley y hóckey acercan la bandera a la gente
El deporte de "hacer patria" en las tribunas

Alejandro Cachari / La Capital

La relación de la bandera con los deportes nació con la competencia misma. Generó y genera miles de discusiones, críticas, voces de apoyo. Una especie de polémica similar a la que se plantea con la interpretación de los himnos nacionales en las disputas internacionales de cualquier especialidad. Disquisiciones de ese tipo al margen, la imagen patria incide directamente en el comportamiento de los deportistas. Y también de los espectadores. Para el competidor, el estandarte suele ser demasiado pesado. Para el resto, la justa deportiva se transforma casi en una cuestión nacional que maquilla frustraciones, necesidades, alegrías, tristezas. Un trasfondo íntimamente relacionado con la idiosincrasia de un país que generalmente no encuentra demasiados motivos para enorgullecerse de su andar.

  Es un eufemismo, pero al menos el deporte acerca a la gente a su bandera. Una forma discutible, o quizás poco convencional, de patriotismo. Para los deportistas de disciplinas individuales que viajan por el mundo jugando por su prestigio y dinero, traspasar esa barrera y convertirse en representantes de la Nación suele ser un ejercicio casi imposible.

  Existen claras muestras de esta situación. Bajas notorias, llamativas y sin demasiadas explicaciones en sus rendimientos representan el síntoma más claro de ello. Deportistas de élite, prestigiosos y de altísimo éxito mutan por un exponente temeroso, vacilante y derrotado cuando está la bandera de por medio.

  La mayoría reconoce que es una carga mucho más dura que el adversario de turno. El tenis es la versión más acabada de lo expuesto. Para muchos tenistas la Copa Davis es una pared que no pueden superar a pesar de la soltura y la jerarquía que exponen en el circuito internacional. Quedará para otra ocasión una discusión casi bizantina: ¿los deportistas son embajadores de la Nación? Pareciera que no, pero en la práctica es exactamente al revés.

  De hecho, la exacerbación de los símbolos patrios en el deporte muchas veces se constituyó en un cóctel nocivo que quitó de la mira lo realmente importante. Los gobiernos de turno supieron, y saben, manipular políticamente esa mezcla muy conveniente para quienes ocupan el Sillón de Rivadavia y otros sectores de poder.

  El grado de responsabilidad y los resultados siempre permiten movimientos de todo tipo envueltos en la bandera, aunque no tengan ni un gramo del espíritu que llevó a Manuel Belgrano a crear la enseña patria. No obstante, la bandera y el deporte suelen convertirse en el mejor psicólogo para aquellos argentinos que emigraron por obligación o en busca de un porvenir superior. Para ellos, los que sobreviven a miles de kilómetros de su tierra, la celeste y blanca y el deporte son una buena forma de hacer patria.


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