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 domingo, 19 de junio de 2005  
[Historias de la Chicago argentina]
Rescate en el Hospital Rosario
En febrero de 1930 un grupo anarquista tomó por asalto lo que hoy es el Heca para liberar a un compañero. Crónica de un golpe perfecto

Osvaldo Aguirre / La Capital

Se llamaba José Domingo Romano, aunque lo conocían como Ramé. Nacido en Italia en agosto de 1905, había llegado a Buenos Aires en julio de 1922. Y desde el primer momento se destacó por su militancia en el anarquismo. "En todas las horas peligrosas de la agitada vida anarquista estuvo con nosotros, nunca se lo vio ausente una sola vez", dijo Severino Di Giovanni, su principal compañero de ruta. Entre esos episodios, el de su rescate en el antiguo Hospital Rosario (hoy Hospital de Emergencias) perdura como una rara aventura en las historias de la Chicago argentina.

Romano integraba un pequeño grupo liderado por Di Giovanni, que estaba en el primer plano de la atención policial después del atentado contra el consulado de Italia en Buenos Aires, el 23 de mayo de 1928. Según relata Osvaldo Bayer en su libro "Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia", los anarquistas habían preparado una bomba destinada al cónsul fascista Italo Capanni, pero no pudieron acceder a su despacho y la dejaron junto a la escalera de entrada, cerca de los mostradores de atención al público.

La explosión dejó como saldo nueve muertos y treinta y cuatro heridos. El mismo día fracasó un atentado del mismo grupo contra el delegado fascista en el barrio de la Boca, ya que un niño, sin querer, desarmó otra poderosa bomba.

En agosto de 1929 casi todos los integrantes del grupo -entre ellos Romano- viajaron a Rosario en apoyo de la huelga general que se había proclamado en la ciudad. "El grupo -cuenta Bayer- comenzó a colocar bombas en los tranvías que salían a prestar servicios a pesar del paro. Primero utilizaban explosivos que sólo contenían pólvora, con el fin de amedrentar". Pero el 21 de agosto hubo dos atentados de mayores dimensiones, en coches de la línea 8, en Mitre y San Lorenzo, que dejó tres heridos, y de la línea 20, en Avellaneda y San Juan.

En el segundo caso hubo un herido que no era otro que el propio Romano. Félix de la Fuente, jefe de Investigaciones, y Juan Velar, jefe de Orden Social de la policía rosarina, lo interrogaron en la Asistencia Pública. Romano afirmó que había llegado ese mismo día a la ciudad en busca de trabajo, pero sus palabras no sonaron convincentes y poco después quedó claro el hecho: por un desperfecto, la bomba había explotado antes de tiempo, cuando el anarquista la escondía bajo su sobretodo.

Di Giovanni evocó a Romano en un artículo publicado en el periódico "L`Emancipazione". Además de elogiar su dedicación a la militancia, el "idealista de la violencia" destacó su ideología en las cosas cotidianas: " No conocía la disciplina de la oficina, donde jamás pudo tener una semana de trabajo efectivo. Se mofaba en voz alta de las reprimendas del patrón o del jefe de la oficina o de las amenazas -que pronto eran llevadas a la realidad- de permanecer un tiempo desocupado".

Desde el hospital, Romano consiguió pasar una carta, que se publicó en el mismo periódico: "Me encuentro bien en lo moral, aunque la herida me ocasiona dolor y fastidio -decía-. Pero todo pasará y luego de la tempestad, en el cielo limpio, aparece el arco iris".


Contra un policía
El subcomisario Velar, relata Bayer, había ganado fama como perseguidor y torturador de anarquistas. El 22 de octubre de 1929 sufrió un atentado en represalia. Como era su costumbre, el jefe de Orden Social salió a mediodía de la Jefatura de Policía, tomó un tranvía y descendió en Santa Fe y Presidente Roca, para dirigirse a su casa, en San Luis al 1500.

Velar caminó por Presidente Roca y al cruzar Rioja escuchó que alguien lo llamaba. Al volverse vio a un hombre que vestía saco blanco y pantalón a rayas y otro con traje azul de mecánico. No hubo palabras. El del saco blanco sacó un trabuco y le disparó a dos metros de distancia. El policía se agachó, relató La Capital, "pero el movimiento resultó inútil en razón de que no se trataba de un solo proyectil. Se le había descerrajado un tipo de cartucho que contenía municiones y recortados (sic), siendo alcanzado por tales proyectiles en pleno lado derecho del rostro".

Los agresores huyeron en un Chevrolet. No quisieron matar al subcomisario sino provocarle una lesión irreparable. Habían elegido actuar por Rioja porque esa calle facilitaba la fuga hacia el oeste y no tenía tanto tránsito como las otras que cruzaba Velar cuando iba a su casa.

A causa del ataque, Velar perdió el ojo derecho y la dentadura y sufrió una grave deformación en su boca y la mejilla derecha. No obstante, identificó a Di Giovanni y Paulino Scarfó como sus atacantes.

La policía se lanzó a la persecución de los anarquistas. El 25 de octubre La Capital informó que la lista de buscados incluía "a un mozo de café llamado Agustín Cremonesi, que es amigo de Di Giovanni y desapareció de Rosario" el día del atentado. Cremonesi "solía andar casi siempre por las inmediaciones del Mercado Central" y trabajaba en el restaurante del Banco Francés. La crónica no lo precisaba, pero tal vez se trataba del mismo sitio allanado sin suerte por Velar, después de averiguar que entre los clientes estaba Scarfó.

Precisamente por esos días -el 24 de octubre- José Romano fue llevado desde la cárcel al Hospital Rosario para ser sometido a una operación en la pierna izquierda, por las secuelas de la bomba. Ramé quedó rengo y debió usar una muleta para caminar.

El 3 de noviembre, después de la operación, lo llevaron de vuelta a la enfermería de la cárcel. El juez Juan J. Trillas dictó su prisión preventiva y lo puso a disposición del juez de sentencia Carlos Díaz Guerra. El fiscal Zaldarriaga pidió que se lo condenara a ocho años de prisión. El "cielo limpio" con el que soñaba Romano en su cautiverio parecía muy lejano.

La búsqueda de Cremonesi, mientras tanto, terminó el 20 de enero de 1930, cuando apareció asesinado en el parque Independencia. La investigación del crimen no llegó a averiguar nada al respecto. En cambio, los testimonios de los anarquistas sostuvieron que el joven mozo fue muerto, para vengar el atentado contra Velar, por la policía rosarina, que además le endilgó a crimen a Di Giovanni.

Por la misma época, Romano había pedido un nuevo traslado al Hospital Rosario, ya que necesitaba una segunda operación. Después de varios exámenes médicos, el juez Díaz Guerra concedió lo solicitado el 10 de febrero.

Romano fue llevado a lo que entonces era la sala 1 del hospital, ubicada sobre calle Sarmiento y reservada para presos. Como medida de seguridad ante una posible fuga, le quitaron la ropa que tenía puesta y lo dejaron con los calzoncillos y el camisón que le proveyó el hospital. La custodia estaba a cargo de tres agentes de policía y dos enfermeros con grado de cabo.


Al que madruga
En la madrugada del 12 de febrero de 1930, un auto que llevaba a seis hombres estacionó sobre Rueda (entonces América). Uno de los desconocidos escaló la pared externa del hospital, corrió la cadena que cerraba un portón sobre esa calle e hizo entrar a otros cuatro, mientras el restante permanecía en el vehículo.

Los intrusos estaban armados con pistolas y una carabina. Primero redujeron al cabo enfermero Agustín Arjona e ingresaron agazapados en el pasillo de la sala 1, donde apresaron al otro enfermero, Manuel Rodríguez.

-No se muevan -susurró el hombre que mandaba al grupo.

Según la crónica, otros dos ingresaron en la sala "que estaba a oscuras y acto continuo uno de ellos encendió una linterna, dirigiendo la luz contra la cara de un agente. Ordenaron ambos al propio tiempo a los agentes que levantasen las manos y que permanecieran inmóviles donde estaban". Romano se incorporó de un salto para acompañar a sus amigos.

"Romano -sigue el artículo del día- fue sacado por la misma puerta de calle América, ayudado por dos de los autores, a raíz de su renguera. Seguidamente se oyó el ruido del motor de un automóvil que nadie vio". Las crónicas relataron con admiración el hecho. Los anarquistas actuaban "en forma mesurada para causar la menor alarma posible en el hospital, que está repleto de enfermos". Nadie advirtió lo que ocurría. "Se realizó puede decirse un trabajo perfecto y no hubo víctima alguna. No fue necesario descargar las armas".

El rastro de los fugitivos -entre ellos la policía aseguró haber identificado a Di Giovanni, Scarfó y Emilio Uriondo- se perdió para siempre. Romano no disfrutó mucho su libertad, ya que murió al dispararse en forma accidental con un arma, en Córdoba, y el grupo anarquista sería dispersado y exterminado por la policía porteña en poco más de un año. Y la historia de cómo se preparó el rescate de Ramé en aquella madrugada del invierno de 1930 es ahora un misterio que llama desde el pasado.
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Documento. Romano, en la Asistencia Pública.

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