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 domingo, 12 de junio de 2005  
candi
Charlas en el Café del Bajo
-He recibido una carta muy pero muy extensa de un lector Ricardo Godoy, en la que se hace referencia a Dios, la religión y de cómo abandonaron al hombre americano primitivo y de nuestros días. Refiriéndose a los colonizadores dice: "Estos hombres nuevos, máquinas de organizar la vida ajena, no tuvieron mejor idea que presentarnos el gran invento, el invento que desde hace quinientos años atrás hasta nuestros días y por el tiempo de los tiempos que dure esta maldición, gobernará nuestras vidas: el dinero. Nos impusieron a Dios en vez de a nuestros dioses del sol, de la tierra, del agua, de la noche, de la luna..., ese Dios que nos dará la salvación (¿hace cuánto tiempo que venimos esperando?: ¿quinientos años, o el cálculo me falla?), ese Dios al que adoramos casi como un deber y a quien le rezamos aún está en deuda con nosotros".

-Por otro lado dice el amigo: "Un niño pobre me dice: mi mamá le reza a Dios y va a la iglesia, pero yo no tengo zapatillas. Mi mamá le reza a Dios y lleva un crucifijo en su cuello, pero mis seis hermanitos no tienen qué comer. Mi mamá le reza a Dios pero no tengo uniforme para ir a la escuela, y a pesar de que mi mamá le reza a Dios tengo que ir a pedir a la calle, aún en invierno. Y aunque mi mamá le sigue rezando a Dios no se si mañana volveré a despertar, porque las calles son crueles y estoy a la buena de ese Dios que me ha negado todo lo demás".

-Sigue preguntándose: "Será que hace más de quinientos años una banda de imperialistas atravesó el océano Atlántico con un arma amenazadora llamada religión, libertad y progreso. A punta de pistolas y carabinas, con el cuello en una soga, con el fuego derritiéndonos, quemando dioses, libros, nuestro modo de vivir. ¿Serán ellos los culpables de todo? Si ellos controlan todo, entonces ¿serán ellos Dios? ¿Entonces este Dios es malo? O será que este Dios sólo es bueno para con ellos, y que los (dioses) nuestros ya han muerto. Nuestras tierras, al igual que nuestros ríos y el aire, y el sol, están agonizando. Ya no queda mucho tiempo para esos dioses que todo nos han dado, y de lo cual todo se nos ha privado. Pero cuando nuestros dioses de la naturaleza mueran de una vez, cuando ya no haya agua limpia que tomar, tierra en que plantar ni aire que respirar, cuando eso suceda ni el Dios de ellos podrá salvarlos, porque ya no habrá nada ni para nosotros ni para ellos".

-Tratar de abordar el tema en cuestión en unas líneas es imposible, pero a modo de ligera respuesta le diré al amigo que primero deberíamos comenzar por comprender qué es Dios, quién es Dios para luego hablar de El. Precisamente el habla de los dioses sol, tierra, memorando las adoraciones primitivas. Nuestros aborígenes adoraban a "Inti" y rendían culto a la "Pachamama" y está muy bien que lo hicieran, pues era una forma de preservar el don prodigado por la naturaleza. Desde luego debe condenarse la devastación ecológica a la que hace referencia el amigo y que vino de la mano de los hombres, pero no de Dios. Sin embargo, no puede omitirse que tanto el sol como la tierra y todos los elementos no son sino creaciones del verdadero Dios entendido este como una energía absoluta, eterna, superior, omnímoda, omnipotente, omnipresente y omnisciente, pero no sujeta a involucrarse en el destino de su máxima creación en este planeta, el ser humano, a quien le concedió el libre albedrío. Pretender culpar a Dios de la injusticia en la que incurren ciertos hombres es un error mayúsculo y con todo el respeto que me merece el lector añadiré que responsabilizar no ya a Dios, sino a las iglesias de tantas injusticias es también un gran equívoco. Las iglesias no son los hombres; el alma de una iglesia es la escritura sagrada, es decir el pensamiento pronunciado de Dios. Y esta escritura no sólo se ocupa de la cuestión del cielo y el infierno después de la vida, sino, y con especial énfasis, de la cuestión humana en este mismo plano existencial. Dios es claro en el desierto y durante el éxodo del pueblo judío cuando le dice a Moisés cuales deben ser las reglas que debe observar la humanidad para tener una existencia caracterizada por la paz interior. Jesús es contundente cuando en el Sermón del Monte vuelve a insistir sobre la necesidad de amparar a la criatura débil. La prédica del amor y de todas las virtudes son constantes en la Escritura Sagrada, la cuestión social es el eje del mensaje divino. Si algunos hombres han dado la espalda a la enseñanza o prefieren no comprenderla y se han embarcado en el culto al dinero sometiendo al prójimo, no es algo que pueda achacarse a Dios.

Candi II

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