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 domingo, 05 de junio de 2005  
Rosario desconocida: espacios vacíos que generan cultura

José Mario Bonaci

Hemos tratado en estas columnas el caso de ciudades que en el desenvolvimiento de su vida van complejizándose en la ocupación de su territorio. Las oportunidades que una ciudad ofrece a través de su cuerpo construido son constantes. Para detectarlas es necesario transitar el camino del continuo análisis de situaciones. Conocer profundamente los antecedentes históricos de sus rincones, meditar sobre los cambios sucedidos en el tiempo y tomar decisiones adecuadas con la corrección necesaria de cara al futuro, son un arma fundamental para llegar a buen puerto.

Las necesidades funcionales del cuerpo construido, los cambios y adaptaciones inevitables, son mensajes que la vida de una ciudad emiten de manera continua. Es responsabilidad de la comunidad que las habita el saber fijar inteligentemente el momento oportuno en que deben ser escuchados. Hay acciones que pueden esperar, pero sin dejar de ser tenidas en cuenta.

Otras empujan la acción hacia adelante por estrictamente necesarias, en su condición de impostergables. Aquí golpea con todo su peso la oportunidad y necesidad de concreción. La ciudad se direcciona entonces sabiamente hacia el hallazgo de lo correcto en el campo de las decisiones.

Después de la Segunda Guerra Mundial, Londres debió solucionar graves problemas en su estructura urbana. Su crecimiento fuera de control, como una verdadera mancha de aceite que iba cubriendo el territorio, así lo aconsejaba. Sintetizar el intento de solución del problema puede resumirse en la enunciación de medidas concretas que se tomaron por entonces.

Primeramente se creó el Green Belt o "cinturón verde", consistente en un territorio de tipo rural que rodeaba la ciudad en su perímetro. El ancho de esta zona se fijó en número de millas, dentro del cual se podía construir con límites acotados tipologías de estructuras propias de la actividad agraria o campesina. Se creó el sistema de las llamadas "ciudades satélites", fijándose una población máxima ideal para cada una de ellas. También se previeron de antemano puntos de asentamiento de las mismas a medida de las necesidades. Obviamente, una serie de otras decisiones acompañaron este plan. Las enunciadas pueden dar una idea concreta del sentido de esta acción.

Estas ciudades fueron planificadas de manera que no cayeran en el mismo problema que se intentaba solucionar. De baja altura, sin grandes complejos habitacionales, se destacaban los edificios públicos necesarios para un gobierno y una conducción eficaz. Así, entre calles arboladas, casas ajardinadas y amplios espacios, se destacaban la alcaidía, el templo, el mercado, el teatro y otras instituciones. No debe olvidarse que han transcurrido sesenta años desde entonces.

No se conocían ni se podían prever los tremendos cambios que se operaron desde ese momento en todo sentido, especialmente en lo referido a tecnología de las comunicaciones, el cambio en los procesos de producción, o todo lo referido a la distracción o uso del tiempo libre. Y aunque hoy puedan ofrecer desajustes, el sistema fue un intento notable para entonces, en una Europa mansillada por la guerra.

En el viaje de graduación de 1968 junto a nuestro profesor acompañante, arquitecto Jorge Bruno Borgato, pudimos caminar por las calles de Stevenage y Welwyn vecinas a Londres, así como en Cumbernald, situada en el norte del país.

Aunque en menor escala, el proceso de crecimiento y absorción que una ciudad experimenta puede comprenderse en Buenos Aires cuyo continuo urbano comienza prácticamente en La Plata y va esfumándose hacia el norte hasta llegar a Campana. O aquí, con la ciudad ya unida con el cordón costero San Lorenzo-Villa Constitución o la absorción hacia el oeste de pueblos como Ibarlucea, Funes o Roldán. El proceso en realidad comenzó con Alberdi, Sorrento, Fisherton y Saladillo, nacidos como pueblos separados y que hoy son barrios asimilados a nuestra planta urbana.


Desde el aire
Le Corbusier visita Buenos Aires en la década del 30 y descubre al avión como una herramienta eficaz para el estudio del territorio. Vista desde arriba, la gigantesca mancha construida detona su pensamiento sobre la condición de "una ciudad sin esperanza".

Mirar una ciudad desde la altura es una experiencia única. Un plano o un mapa no dejan de ser unos dibujos. La visión desde un punto elevado muestra la realidad tal cual es y permite leer sus componentes, variantes y situaciones con mayor contundencia que un plano.

Ingresando a la Municipalidad por avenida Belgrano, a la izquierda de la puerta, puede verse una fotografía de nuestra ciudad en grandes dimensiones, tomada desde un avión. Allí están todos sus detalles, sus colores, volúmenes, luces y sombras. Es una experiencia recomendable por lo ilustrativa que resulta aun para aquellos que no conocen los cánones de la arquitectura o el planeamiento. Esta visión totalizadora muestra con toda claridad la situación de los espacios que determinan el título de esta nota. Ellos están allí aguardando la nueva función que los convierta ahora en algo útil para la comunidad. Las variantes de uso son nutridas,las posibilidades amplias y la necesidad de reconversión se hará sentir más temprano que tarde si queremos vivir en una ciudad plena, atractiva y actualizada.

Estos espacios son sugestivamente atrapantes en todo lo que se refiera a la generación de cultura y servicios sociales para la comunidad que a la vez evita, entre otros males, la existencia de basurales y el abandono en puntos que pueden prestar una inestimable contribución a la vida comunitaria. No interesa demasiado si estas superficies son nuevas o llegan como herencia de épocas pasadas. Lo importante es sumarlas a la hermosa experiencia de construir una ciudad digna de ser vivida. Y justamente sobre estos aspectos tratará la próxima entrega.

(*) Arquitecto

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Los espacios no utilizados en una ciudad aguardan una nueva función que los conviertan en algo útil.

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