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 domingo, 05 de junio de 2005  
Educación: la belleza de la escuela

Marcela Isaías / La Capital

Hace unos años, la pedagoga de la Universidad Nacional de Entre Ríos (Uner) Adriana de Miguel recordaba en una visita a la Escuela Normal Nº2 que Rosario había tenido "una educación de altísima calidad y de las más avanzadas". La afirmación la hacía en relación a la obra de las maestras normales que llegaron a la ciudad para quedarse, y a otros educadores del mismo peso y prestigio que hicieron de la educación una época de esplendor.

En la nómina de recuerdos surgió el nombre de Dolores Dabat, una educadora que al decir del doctor Ovide Menin es "una de las maestras olvidadas". La obra de la docente entrerriana que llegó en la década del 20 para hacerse cargo de la viceregencia del Normal Nº 2, se caracterizó por su valoración de la belleza que debía reinar en el ambiente de aprendizaje. Una paradoja si se contrapone este ideal a los tiempos que recorren hoy las aulas.

Y Dabat tenía sus razones. Estaba convencida de que la educación debía estar vinculada con lo placentero de la vida. Por eso en su concepción, enseñanza, arte y estética iban de la mano. Lo singular es que este pensamiento se traducía en dos miradas en las que se apoyaba su accionar. Por un lado la que indicaba que la escuela debía ser un referente cultural. No eran entonces ajenos por esa época los conciertos, las visitas de artistas y escritores por la escuela de Córdoba y Balcarce.

Según recuerda la pedagoga De Miguel, "los alumnos y alumnas del magisterio -a las órdenes de Dabat- no sólo tenían acceso a una formación de primerísimo nivel sino que por el sólo hecho de estar en la escuela accedían a la cultura y el arte, algo que de ningún modo iban a tener en otro lado".

Por otra parte, la maestra que marcó una época para el magisterio, entendía que la escuela - recuerda De Miguel- debía ser un ámbito donde prevaleciera la belleza. No era una casualidad que hubiese flores en los escritorios, en el patio, y que la higiene del lugar donde aprendían las alumnas fuera una obsesión para la educadora.

Entendía que era prioritario enseñar a niños y futuras maestras a valorar la dimensión estética del lugar en el que estaban. "Había vinculación entre la educación, la libertad, la naturaleza, lo estético, el juego y la felicidad".

La visión que Dolores Dabat tenía de lo que debía ser un lugar de aprendizaje no era caprichosa. Estaba unida a una fuerte convicción que le aseguraba que la escuela era el lugar ideal para inculcar valores democráticos: vale recordar que entendía que para muchos chicos el aula marcaba (debía marcar) la diferencia con el contexto poco favorable del que provenían.

Además, porque "la escuela debía ser un lugar donde todo el mundo se sintiera feliz". Y ella elegía la belleza para hacerlo.

Por estos días, en que los problemas de infraestructura de las escuelas del país ocupan las tapas de los diarios (desde el Normal Nº 9 de Buenos Aires hasta varias escuelas de Santa Fe), el legado de Dabat se vuelve obligado de recuperarse. Algo de eso también indicaba la investigadora Adriana de Miguel cuando decía que en los últimos años se vislumbra un proceso de recuperación de la memoria histórica y educativa. Y en eso sería bueno que también estuviera presente la belleza como dimensión indispensablemente unida al acto de educar.
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