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 domingo, 10 de abril de 2005  
[Primera persona]
Crónicas de la extrañeza
Estuvo en el Congreso de la Lengua y es uno de los escritores españoles más importantes, como lo prueba su libro más reciente, "Cuentos de los dias raros"

Fernando Toloza / La Capital

Nacido en España en 1941 y con una obra que comienza a ser publicada a partir de 1976, José María Merino se ha convertido en uno de los grandes narradores en castellano, con una combinación propia entre lo fantástico, el realismo y el mito. Su libro más reciente, "Cuentos de los días raros" (Alfaguara), llegó a Rosario junto con el escritor para el III Congreso de la Lengua, y fue, para muchos, uno de los descubrimientos del encuentro.

"Frente al sentimiento avasallador de aparente y común normalidad que esta sociedad nos quiere imponer, la literatura debe hacer la crónica de la extrañeza", escribe Merino en el prólogo a "Cuentos de los días raros". De eso hablan sus cuentos, aunque también se haya dedicado a la novela de aventuras como lo prueba la trilogía "Crónicas mestizas", que aborda una serie de historias en América por los tiempos de la Conquista. Entre otros premios, recibió el de Novelas y Cuentos, de la Crítica, Nacional de Literatura Juvenil y Miguel Delibes, todos en España. "Soy un lector sin prejuicios. Me importa que me ofrezcan calidad", dice Merino como declaración de principios.

-¿Qué lugar le da a "Cuentos de los días raros" en su producción?

-Es representativo de mi trabajo, de mis manías literarias en materia de cuento y en materia de ficción. Normalmente cuando escribo un libro de cuentos suele ser unitario y lo hago en un plazo más o menos determinado, pero esto fue escrito a lo largo de los últimos diez años y por eso están todas las facetas de lo que yo puedo hacer en literatura.

-En el prólogo habla del "realismo quebradizo". ¿Cómo lo definiría?

-El realismo no es, desde luego, una cosa firme ni que esté del todo claro para el lector, sino que está un poco amenazado de corrosión o incluso de destrucción. Un cuento que me parece paradigmático en este sentido es el del padre que les está contando una historia a sus hijas. Las hijas piensan que les está contando la historia de la madre; él no está engañándolas pero no está contando esa historia sino otra. Desde la perspectiva del narrador, la verdad es una, y desde la perspectiva del receptor es otra. Ese es un intento de ese realismo que quiere reflejar la realidad con sus contradicciones y con sus faltas de certeza, porque el hecho de que una cosa sea real no quiere decir que sea cierta. La realidad está rodeada de sombras y la literatura es el mejor instrumento para captar esas sombras.

-En el primero de los relatos de "Cuentos de los días raros", el personaje se enamora de una computadora. ¿Cómo es su relación con la tecnología?

-Pues azarosa (risas). Siempre he escrito a mano y luego lo pasaba a máquina de escribir. Ahora escribo un texto y luego empiezo a trabajar en el ordenador, que es comodísimo, un gran invento. Lo que pasa es que también, a menos que saques una copia de cada borrador, pierdes todos tus titubeos y tus variantes. Muchas veces me pasa que creo que lo había escrito mejor antes. Estoy encantado de las nuevas tecnologías pero a veces no las necesitamos tanto como quieren que las necesitemos. El ordenador me sirve muy bien para escribir, pero para qué tiene todo lo que tiene además. El teléfono móvil y el ordenador están separando a los seres humanos de los seres humanos. Por un lado, les están dando información, comunicando por encima de fronteras y distancias, y por otro lado, los alejan. El otro día yo iba en al autobús en Madrid y había un muchacho sentado a mi lado y habló por el teléfono móvil con otro muchacho que estaba al fondo del autobús, y yo entonces pensé que, en este caso, las nuevas tecnologías le servían a esta gente para separarse.

-¿Cuál fue la inspiración para sus "Crónicas mestizas"?

-Son tres novelas de aventuras y fueron escritas para jóvenes, aunque luego hubo una edición para adultos. Si las escribiese ahora, tal vez serían novelas para adultos porque creo que el perfil del lector ha bajado muchísimo. Respeto a todo lector, pero, hablando de best sellers, entre el lector de "El nombre de la rosa" y el de "El código Da Vinci" hay una diferencia tremenda. Volviendo a "Crónicas mestizas", durante unos años trabajé para Unesco en Centroamérica y en Venezuela, y me sorprendió América, llegar a un mundo en tu misma lengua pero a la vez lleno de cosas diferentes. Escribí una novela de aventuras porque creo que en la tradición española no hay novelas de aventuras, cuando en realidad hemos tenido, hace muchos años, los libros de caballería. Pensé que no estaría mal escribir una novela de aventuras como las que me gustaban a mí cuando tenía 14 años y que tuviese como panorama el mundo de la Conquista. Las tres novelas transcurren quince años después de la conquista de México. La primera es la historia de un mestizo, hijo de un capitán español y una señora india, y su relación con un medio en el que tiene que pertenecer a los dos partes. No pensaba continuar esa novela, pero después, por razones azarosas y absurdas (me puse mal un verano y pensé que me iba a morir de aburrimiento), hice la segunda y al final quedó una trilogía. La segunda transcurre en Yucatán, en el mundo de los últimos mayas, que han perdido casi su memoria histórica. La tercera transcurre en el Perú, en las guerras entre almagristas y pizarristas, porque sorprendentemente, y sin que yo lo hubiese pensado, haciendo viajar a los protagonistas me encontré con que eran los años de la caída de los mayas y de las guerras entre españoles en el Perú. Fue sorprendente: empecé una novela de aventuras y al final me he encontrado con una novela histórica.

-Como si otro escritor hubiese trabajado por detrás.

-Sí. El trabajo del escritor siempre lo explico con el cuento "La sombra", de Andersen: hay una parte racional, que pone en orden las palabras, organiza la prosodia, la gramática y la ortografía, y luego hay una parte de sombra, que es la que viaja a buscar los temas; es la parte de la intuición, que es fundamental en la literatura.

-¿Por qué faltan novelas de aventuras?

-También faltan novelas fantásticas. En la tradición literaria de nuestra lengua, lo fantástico es una fuentecilla persistente. Sin hablar del siglo XX, cuando empieza lo fantástico en Latinoamérica y especialmente la extraordinaria literatura fantástica que se hace en la Argentina, es curioso que habiendo en la Edad Media estupendos cuentos fantásticos esa tradición se diluya: llega el momento en que se descubre el realismo, con el "Lazarillo de Tormes", y luego el "Quijote", que es una novela contra los libros de caballería, y creo que hay un papel que es el de la Inquisición, que desconfiaba mucho de lo fantástico. Entonces, todo lo que suene a novela que distraiga la imaginación o lleve a competir con lo sobrenatural es sospechoso. Ese ha sido el canon español desde el siglo XV, y el canon se ha roto porque es una lengua muy larga y con mucha historia literaria. La revolución literaria de Latinoamérica sirvió, junto con otros intentos, para romper con ese canon: se puede escribir fantástico y hacer literatura. De joven me encantaba la literatura fantástica y al mismo tiempo era lector de literatura literaria, si puede decirse así. Leía casi a escondidas literatura fantástica, porque pensaba en qué iban a decir mis compañeros, que leían sólo a Joyce y a Proust, al saber que me gustaban la fantasía científica y el terror. Yo leía a Clarke, Asimov, Sheridan Le Fanu, y entonces cayó en mis manos la "Antología de la literatura fantástica" de Borges y Bioy Casares, y me dije: "¡Caramba, se puede ser escritor serio y que a uno le guste lo fantástico!".

-Volviendo a la comparación entre "El nombre de la rosa" y "El código Da Vinci"...

-Son libros paradigmáticos de lo que son best sellers. En 25 años nos encontramos con que ha bajado el perfil de lectores, incluso de best sellers. Hace 25 años "El código Da Vinci" no se hubiese publicado porque no estaba al nivel de exigencia de lo que era el gusto literario.

-En la Argentina en un momento "El código Da Vinci" lideró la lista de más vendidos en ficción, y la lista de no ficción estuvo encabezada por un libro que explicaba "El código Da Vinci". Ambos libros apostaban al misterio: escenificar uno, en un caso, y explicar en el otro. ¿Por qué atrae tanto el secreto?

-Es la curiosidad por la conspiración, hay un mundo conspiratorio, y hay un interés por una erudición de medio pelo. Hay una fascinación por el secreto porque el ciudadano hoy sospecha de todo, y se puede llegar a preguntar si todos lo están engañando. Entonces una novela que alimente en forma subliminal la idea de una conspiración cala en el desasosiego profundo del ciudadano. El papel de la literatura siempre ha sido simbólico; la gran literatura habla a nuestra parte simbólica: volvemos a leer el Quijote porque en cierto modo hay algo nuestro que está ahí dentro y nos hace reír de ese sujeto y al mismo tiempo decir "tiene razón".

-Antes leía literatura fantástica en secreto cuando todos se dedicaban a Joyce y a Proust. ¿Hoy tiene lecturas secretas?-Yo también leía a Joyce y a Proust ( risas). Me encantó Faulkner, como modelo de estructura. No tengo prejuicios. Cada vez me gusta más el siglo XIX. También fui muy lector de Galdós y me parece que es uno de los genios de la literatura en español, sobre todo a partir de un momento, porque empezó a escribir muy joven y fue mejorando. Ahora suelo estar al tanto de lo que se escribe, pero no presionado por la novedad. El buen lector no debe tener prejuicios.
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"El buen lector no debe tener prejuicios", dice Merino.

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