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 domingo, 03 de abril de 2005  
Un aficionado a la naturaleza y el deporte

Karol Wojtyla jugaba habitualmente de arquero y, según testimonios de amigos de su infancia, era bueno en su puesto. Además, Juan Pablo II pasará a la historia como el primer Papa que ha asistido en directo a un partido de fútbol. Ocurrió el 29 de octubre de 2000, en el Estadio Olímpico de Roma, en un encuentro para celebrar el Jubileo de los Deportistas, que enfrentó a la selección italiana con un combinado de extranjeros, que contaba con los argentinos Gabriel Batistuta, Juan Sebastián Verón, el brasileño Cafú, el checo Pavel Nedved y el ucraniano Andrei Shevchenko.

En otras ocasiones, el Papa ha tenido la oportunidad de recordar sus años como futbolista aficionado en las audiencias a equipos de fútbol o a estrellas de este deporte, y a través de muchos de sus discursos ha destacado la importancia del fútbol como “método excelente de promover la solidaridad en un mundo afectado por las tensiones raciales, sociales y económicas”. Así se lo dijo el 11 de diciembre de 2000, al recibir en audiencia privada a una comisión de la Fifa encabezada por su presidente, Joseph Blatter.

Además del fútbol, era habitual ver a un joven Wojtyla, en sus inicios como sacerdote, montando en bicicleta por las calles de Varsovia, y años después, deslizándose como un avezado esquiador por las cumbres montañosas de los Alpes, circunstancias que demuestran que el ejercicio siempre ha formado parte de su vida, una manera más de enfrentarse al trabajo con energía y la mente despejada.

Pero el tiempo, la edad y los problemas de salud hicieron que Juan Pablo II fuera sustituyendo sus aficiones por largos paseos alrededor de las montañas del Valle Alpino de Aosta, una pequeña localidad fronteriza entre Francia y Suiza, en la que se encuentra a pocos kilómetros Les Combes, el pueblecito de la Italia septentrional en el que pasaba sus vacaciones estivales.

El documental titulado “Juan Pablo II habla al deporte”, presentado en el festival de cine deportivo “Sport Movies and TV” de Milán en la edición de 2003, presentaba a un Papa que además del fútbol, el ciclismo, el senderismo y el esquí ha disfrutado de otros deportes como la natación, la canoa y el hockey sobre hielo

Una lesión en el fémur fue la razón por la que no volvió a practicar el esquí, un deporte que debido a sus obligaciones ya no ejercitaba con asiduidad y que abandonó por completo sin el menor apego. Su afán por mantenerse activo le condujo a sustituir este ejercicio por largos paseos por la montaña, en los que no perdía la oportunidad de comentar distendidamente cualquier acontecimiento con los habitantes de la zona, que se encargaban de los cultivos y pastos de los alrededores.

Algunos veranos Juan Pablo II se alojó, durante su descanso estival, que nunca excedía los 15 días, en Les Combes, un pueblecito italiano. El Pontífice se hospedaba en una casa de piedra y madera, de dos pisos, situada a 1.300 metros de altitud, a 20 kilómetros del Valle de Aosta, rodeada de imponentes cumbres, como el Monte Blanco, el Rosa y el Gran Paraíso. La tranquilidad de las montañas servía para que el Pontífice recuperara fuerzas tras las intensas horas de trabajo.

Mientras su estancia se prolongaba, los guardias forestales de la zona preparaban diferentes itinerarios para que el Papa pudiera realizar alguna caminata por las montañas y bosques del valle.

Cuando su salud no le ha permitido salir a mantener un contacto directo con la naturaleza, el Pontífice ha permanecido sentado contemplando el valle, buscando la sombra entre los árboles de su residencia. “Todos necesitamos un período prolongado de reposo físico, psicológico y espiritual, y sobre todo para el que vive en la ciudad es importante sumergirse durante algún tiempo en la naturaleza”, declaró.

No sin cierta diversión, el Santo Padre no ha perdido la ocasión de compartir el juego del bocce —similar a los bolos— con algunos de sus más fervientes seguidores durante alguna de sus visitas al sur de Italia.

La atención que el Papa ha demostrado hacia los jóvenes y sus inquietudes ha sido primordial durante su pontificado. Guiarles en el camino de la tolerancia, del respeto y de la generosidad ha sido uno de los trabajos a los que se ha dedicado con más intensidad. En más de una ocasión se ha dirigido a ellos para manifestarles la necesidad de ver en el deporte algo más que un ejercicio competitivo.

Uno de esos momentos se produjo durante un encuentro desde el balcón de su estudio privado en el Vaticano con jóvenes del Centro Deportivo Italiano. Entonces les conminó a adoptar el deporte como “una expresión de vida”, que a menudo —continuó diciendo— está “contaminada por intereses ajenos” y se transforma en “otra cosa”. El Papa advirtió que el deporte “no debe perder nunca de vista su dimensión humana, hecha de juego, de libertad, de sociabilidad y de contacto con la naturaleza”.

“Pero a menudo asistimos a una degeneración de la actividad deportiva, contaminada por intereses que le son ajenos y que a veces prevalecen sobre la salud moral, mental e, incluso, sobre la vida de las personas. En tal caso no se trata de deporte, sino de otro cosa distinta”, añadió el Papa.


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