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 domingo, 03 de abril de 2005  
El Papa en Rosario
Una visita que conmovió a la ciudad
Cientos de miles de fieles se volcaron a las calles por donde pasó el papamóvil y se concentraron en el Monumento a la Bandera, donde el Sumo Pontífice celebró misa

El 11 de abril de 1987 quedará marcado para siempre en la memoria de miles de rosarinos. Ese día, bajo un sol radiante, la ciudad vivió uno de sus grandes hitos históricos y dio una conmovedora demostración de fe y devoción cristianas. Cientos de miles de rosarinos salieron a las calles y se movilizaron hasta el Monumento Nacional a la Bandera para estar junto a Juan Pablo II. Ese día, por primera vez, la ciudad recibió a un Sumo Pontífice. En su homilía, el Papa condenó el terrorismo, la violencia y la guerra.

Las manifestaciones de fe se sucedieron a su paso por las calles de nuestra ciudad. El Papa cosechó aplausos, cánticos y hasta papelitos, que fueron arrojados desde los edificios a su paso; dejó emoción y esperanza.

“Tenéis ante vosotros muestras evidentes de difusión del secularismo que pretende invadirlo todo; a la vez, estáis percibiendo con señales muy claras la creciente hambre de Dios”, dijo Juan Pablo II, para advertir luego que “nos siguen azotando los vientos de violencia, del terrorismo, de la guerra; pero, gracias a Dios, se va reforzando más y más el ansia universal de paz”. El mensaje pronunciado durante la misa concelebrada en el altar levantado en el Monumento Nacional a la Bandera fue seguido con devoción por la multitud que se movilizó en absoluto orden antes y después del histórico suceso. Más de 300 mil personas concurrieron al oficio religioso.

Entre las 9.01 y las 15.41 —desde que se avistó al avión que traía a Juan Pablo II a nuestra ciudad hasta cuando el aparato despegó de Fisherton—, los rosarimos vivieron momentos inolvidables.

Cumplido el protocolo en el aeropuerto local, toda la religiosidad, admiración y alegría se manifestaron de manera imponente en cada avenida, calle o pasaje de nuestra ciudad por donde pasó el Papamóvil y en las adyacencias. En cada esquina, en cada cuadra, se vivieron momentos de emoción. En Wilde y Córdoba se observó la gran esperanza albergada en los alumnos del instituto parroquial Stella Maris, quienes habían preparado una leyenda que expresaba en polaco: “Niech Bedzie Poch Walony Jezus Christus” (“Que seas alabado Jesucristo”).

El clima llegó a su punto máximo cuando la caravana transitó por avenida Pellegrini, desde Ovidio Lagos hasta Belgrano. Familias completas, madres con bebés en brazos y personas lisiadas superaron cualquier tipo de escollo con tal de poder estar presentes. Pero, quizás por algún atraso en el arribo, no se produjeron ciertas paradas de la comitiva, por ejemplo, para saludar a millares de escolares concentrados en Pellegrini.

También fue emocionante el paso frente a la parroquia Nuestra Señora del Carmen. Si bien la comitiva no se detuvo, numerosos fieles estallaron en vítores cuando el Sumo Pontífice bendijo el templo. Y el Santo Padre llegó al Monumento. Todas las palabras resultan insuficientes para describir ese majestuoso acto y las reacciones de la multitud.

El Papa recibió ofrendas de la ciudad, consagró el Santísimo Sacramento para con la Eucaristía e impartió la bendición a los presentes, finalizando la misa concelebrada. Un momento de particular sensibilidad se vivió cuando bendijo el Monumento Nacional a la Bandera, bajo una cerrada ovación.

Al cántico de la muchedumbre “Juan Pablo Segundo, te quiere todo el mundo”, el Santo Padre dijo: “Ya sé que le quiere todo el mundo, pero el Papa también quiere hablar”, señalando entonces su agradecimiento a los presentes y, ante un mensaje popular, bendijo a los discapacitados.

Concluida esa imponente ceremonia, el Vicario de Cristo se trasladó al Arzobispado para almorzar y tomar luego un breve descanso.

En el trayecto por Santa Fe, se reiteraron las expresiones de adhesión así como cuando, pocas horas después, emprendió el camino hacia el aeropuerto. A las 12.40, Juan Pablo II ascendió al Papamóvil para trasladarse a la sede del Arzobispado, en Córdoba y España.

Al iniciar la marcha por calle Santa Fe, se renovaron las muestras de cariño por parte de la gran cantidad de feligreses allí reunidos. En algunas oportunidades la policía debió esforzarse para mantener al público en los márgenes de seguridad.

El Papa, con claras muestras de cansancio en su rostro, ponía en evidencia su reconocida simpatía saludando a ancianos, mujeres y niños, con los brazos en alto, lanzando besos o bendiciendo a quienes evidenciaban algún inconveniente físico.

El cruce de calles Sarmiento, Mitre, Entre Ríos, Corrientes y España fue espectacular, fundamentalmente en esta última, donde la presencia ciudadana fue notable.

Desde la vereda y los edificios altos la lluvia de papelitos fue incesante. “Juan Pablo Segundo te quiere todo el mundo”, coreaban los fieles. Wojtyla, con su sonrisa permanente, saludaba.

A las 12.50, el Papamóvil llegó a Córdoba y España. El Sumo Pontífice bendijo a las personas allí congregadas, tras lo cual ingresó a la sede del Arzobispado.



El regreso

Una verdadera cadena humana, casi sin fractura, se dibujó sobre las calles que recorrió el Papamóvil desde el edificio del Arzobispado hasta el Aeropuerto Internacional de Rosario. En todos los sectores se observó una mayor cantidad de personas que por la mañana, cuando el Pontífice arribó a la ciudad. A las 14.05, el Papamóvil partió desde el Arzobispado hacia el Monumento Nacional a la Bandera.

Juan Pablo II arribó al aeropuerto a las 15.15, donde no se permitió el ingreso al público. Desde la escalerilla, el Santo Padre saludó por última vez a los rosarinos.


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El Santo Padre le rinde homenaje a la Virgen del Rosario.

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