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 domingo, 03 de abril de 2005  
Esquel: Postales del Sur
La Patagonia se luce en esta ciudad chubutense custodiada por valles y montañas imponentes. Curiosidades de los parques y una vuelta imperdible en La Trochita, un mágico tren con locomotora a vapor

María Inés del Arbol García

Abrazada por un hermoso valle rodeada de montañas que rondan los 2.000 metros de altura sobre el nivel del mar, acompañada por la cordillera de los Andes, Esquel, al oeste de la provincia de Chubut, combina como pocas la tranquilidad de los sitios alejados y la majestuosidad de la estepa patagónica. En otoño, este rincón del sur que tiene más de 100 años ofrece una sinfonía de colores y aromas que son un regalo para los sentidos.

Guardianes omnipresentes de sus mágicos paisajes, verdaderos custodios de sus pobladores, las montañas son protagonistas en este lugar. El primer vistazo antes de que el avión aterrice permite comprobarlo. Los cordones Situación, Rivadavia y Esquel parecen darse la mano en una infinita ronda que protege a la ciudad, que ya desde el cielo se parece a un cuento de los hermanos Grimm, poblado de colores. No por nada el primer avión que llegó a la zona, un junker de Lade, fue bautizado como "Nahuel Pan" en honor al primer cerro que se distingue desde el aire.

Ya en tierra uno juraría que los 30 mil habitantes de Esquel conocen a fondo los secretos de las montañas que los protegen. "¡Mire al cerro Cocinero, de su olla sale humo!", exclama Héctor Diocares, un nativo que nos guía en una cabalgata por su chacra Los Alamos. Con el dedo dibuja el contorno de lo que él (al igual que todos los pobladores de la ciudad) afirma que son el gorro y la olla de un cocinero, sólo distinguibles para quienes han crecido junto a esas montañas. Héctor intenta luego que reconozcamos los picos las "monjitas" y la "torta", pero corre la misma suerte porque los turistas somos incapaces de ver túnicas o velitas.

La cabalgata continúa, los perros del dueño de la estancia nos acompañan. Se cruzan, persiguen a las liebres y hasta a un desprevenido zorro. Un par de horas más tarde el guía nos invita a desmontar: llegamos a la Aldea de Percy. Al grito de "¡bienvenidos, huincas!", Dionisio Montero, mapuche bisnieto del cacique Mariano Epulef, nos abre la puerta de su casa. Donde vive es en realidad una despensa en la que vende yerba, tabaco, jabón o leña a los habitantes de la aldea. Pero a nuestra llegada, la despensa rápidamente se transforma, aparecen sillas, mesas y nos preparamos para disfrutar charqui (carne disecada y salada) y una abundante ración de curanto, una combinación de carnes, vegetales y hortalizas cocinadas sobre piedras calientes en el fondo de un pozo cavado en la tierra y tapado por hojas y tierra. Dionisio sirve todo ayudado por sus hijas. Las arrugas que enmarcan su rostro se desdibujan cuando, orgulloso, afirma que estamos en esta tierra gracias a sus ancestros. "Están pisando sangre nuestra", dice este mapuche de risa fácil y orejas enormes que seguramente encierran todos los secretos de sus antepasados.

Ya es tarde, volvemos a la ciudad cabalgando en silencio, tal vez cansados, tal vez reflexivos, iluminados por la noche.


Un paseo por el parque
A 45 kilómetros de Esquel se encuentra el Parque Nacional Los Alerces, puerta de entrada a los catorce lagos, media docena de ríos y numerosos arroyos y lagunas que conforman la cuenca del río Futaleufú.

Apenas uno entra en el parque, parece que se va sumergiendo de a poco en otro mundo, en el que ovejas, ciervos, liebres y jabalíes son los principales habitantes rodeados de rojos, verdes y violetas. Acceder al corazón de este inmenso espacio de tierra verde es toda una experiencia. Nos disponemos entonces a recorrer el camino zigzagueante entre lagos y ríos con los imponentes picos de la cordillera como fondo. Es un verdadero paraíso para los amantes de los deportes de aventura. Trekking en pleno bosque, flotadas y rafting en el río Corcovado son algunas de las opciones que ofrece y que son las favoritas de los más jóvenes.

Y para los fanáticos de la pesca, una recomendación: ¡no abstenerse! La temporada se extiende hasta el 1 de mayo, así que es el momento indicado para aprovecharla a full. En horarios clave los pescadores empiezan a poblar las bocas de los principales ríos o los mejores pesqueros, entonces es posible descubrir la enorme riqueza que ofrece la Comarca de los Alerces para la pesca deportiva. Especies como el salmón encerrado, la trucha marrón, de arroyo, de lago y arco iris, y el salmón del pacífico congregan a fanáticos de todo el mundo en esta zona de la Patagonia. Además, es posible encontrar percas, pejerreyes patagónicos y carpas, entre otras.

Antes de terminar la recorrida por el parque resulta imperdible realizar la caminata por el circuito Alerzal Milenario, con sus cañas de colihue y el Balcón del Lago Cisne, marco de innumerables fotografías.

Además, vale la pena demorarse a la sombra del "Laguán" ("abuelo" en mapuche), un alerce de más de 2.600 años de edad y 57 metros de altura.

Es otoño, pero el atardecer va llegando al parque con frío, con mucho frío. Lo que no llega es la oscuridad porque la luna y las estrellas lo iluminan todo. Es el momento ideal para volver a la ciudad y admirarla tal cual es: uniformada con sus casas de techo a dos aguas y cabañas de tronco. Pero el frío aumenta y fuerza el regreso que promete recompensa: una cena en la que conviene inclinarse por los platos típicos de la zona como cordero patagónico o trucha con salsa de hongos.


Viaje hacia los recuerdos
Suena la campana, comienzan las pitadas y se dibujan las volutas de humo mientras "La Trochita", el pequeño tren de trocha angosta impulsado por locomotoras a vapor, comienza su cansino traqueteo. Destino: Nahuel Pan, asiento de una comunidad mapuche, a sólo 20 kilómetros de Esquel. El trencito marcha despacio, vale la pena detener la vista en la vegetación que contrasta nítidamente contra la Cordillera de los Andes. Detiene su marcha varias veces: para abrir alguna tranquera, para subir algún pasajero que hace señas en el camino o para que los turistas que transitan por las rutas nacionales 259 y 40, perpendiculares a las vías, puedan tomar alguna de las tantas foto que ofrece la naturaleza.

Cuando el paisaje comienza a tornarse un poquito monótono (si es que alguna vez sucede) y la mirada se acostumbra alegremente a la sucesión de calafates, rosas mosquetas y ocasionales liebres que parecen salidas de una fábula de Esopo, el interior de cada vagón cobra un protagonismo que fascina. Todo está igual que en 1945, cuando partió el convoy que unía Esquel con la localidad de Ingeniero Jacobacci, en Río Negro.

Aunque por las noches refresca, a esta altura del año, hace calor en Esquel. Sin embargo, vale la pena encender la salamandra en cada uno de los vagones de La Trochita. Así, el clima invita a soñar y emergen los recuerdos...

Desde 1945 hasta fines de la década de los 70, la actividad del pequeño trencito fue intensa. Una o dos formaciones partían diariamente de Esquel y transportaban cereales, cueros, maderas y fundamentalmente lanas. Esto se debía a que a pocos kilómetros de Esquel se encontraba el latifundio de la compañía Inglesa Argentina Southern Land Company, cuya principal actividad era la producción lanera, razón por la cual La Trochita tenía una parada obligada en la estación Leleque, ubicada dentro de los campos de la compañía. También era fundamental el servicio social que brindaba el trencito a los habitantes de los distintos parajes, que por aquellos años no contaban con mejores medios de traslado y comunicación. Si uno se esfuerza, parecen persistir el olor a carne que los pobladores cocinaban en las salamandras en los largos viajes y los ecos de las interminables historias de bandidos.

Después de la parada en Nahuel Pan, donde una pequeña comunidad mapuche ofrece artesanías mientras nos enseña las costumbres de sus ancestros, el trencito emprende el regreso.

Acunado por el constante traqueteo y el interminable silbato de la locomotora, uno se dispone a seguir soñando con los recuerdos de aquellos tiempos y recreando fábulas de liebres.
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Los lagos de Esquel se prestan para el descanso.

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