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 domingo, 03 de abril de 2005  
Primera persona: Ariel Dorfman
Un viaje al desierto fecundo
El escritor narra su recorrida por el norte chileno. Tras la pregunta del origen

Paola Irurtia / La Capital

El desierto más seco de todos los desiertos, el Norte Grande de Chile, es el escenario donde sitúa su último libro el escritor chileno-norteamericano Ariel Dorfman. Invitado por National Geographic a escoger cualquier sitio del planeta, Dorfman eligió volver al desierto chileno, fuente de la riqueza mineral que movilizó al país por medio siglo y testigo de persecuciones políticas y matanzas. En "Memorias del desierto" (Ediciones Del Nuevo Extremo), Dorfman dice que las rocas y la arena son voces que convocan a la solidaridad y la resistencia, que el recorrido le permitió una vez más la duda intransigente, y que sin ella, "estamos condenados a repetir el mundo tal como lo encontramos".

-Dice en el libro que el sentido del viaje, de una elección, se descubre siempre después. ¿Qué sentidos descubrió después del regreso? ¿Qué otros paisajes reavivaron los que volvió a ver? ¿Hizo juntos los dos viajes, por el territorio y por la escritura?

-Cuando uno hace un viaje que sabe que se va a transformar en un libro, adentro del cuerpo que recorre los parajes elegidos se agita siempre el demonio del escriba, el ojo inquieto de aquel que en un futuro cercano ha de sentarse en un escritorio para traducir, desde la inmovilidad, lo que fue movimiento, fuga, transcurso. Es lo que me pasó a mí. En la medida en que iba visitando los pueblos fantasma, la mina de cobre más grande del mundo, las momias indígenas de diez mil años de antigüedad, iba componiendo en mi cabeza las frases que irían plasmando más tarde la experiencia. Pero sólo cuando se termina el viaje entendemos qué nos pasó; sólo cuando tratamos de mirar hacia atrás queda claro qué ocurrió realmente. Yo fui al Norte de Chile con la intención, excesivamente ambiciosa, lo reconozco, de explorar todos los orígenes posibles: el del universo (porque esos cielos tan transparentes permiten los enormes observatorios), el origen del hombre y la mujer americanos (porque me inquietaba una huella que un niño había dejado hace 13.500 años en un paraje chileno), el origen del mundo moderno (porque sin el nitrato chileno no hay alimentos para el gran salto industrial europeo y norteamericano de fines del siglo XIX y principios del siglo XX), el origen del Chile contemporáneo (que nace en el desierto y en esa riqueza saltirera), el origen de la familia de mi mujer (hay un misterio respecto a sus ancestros croatas que vienen a Iquique para el boom del nitrato) y los orígenes de mi propio exilio (en cuanto visito el lugar de la muerte de uno de mis buenos amigos y la violencia que me quebró la vida y me echó a andar por el mundo). Si bien ese plan se cumplió, no comprendí sino al terminar el viaje, cómo me había afectado la desolación del desierto más seco del mundo y cómo encontraría ahí claves para rastrear en el laberinto del tiempo, de qué manera el pasado informa en forma múltiple el presente. Lo que más me gusta del libro es que cada capítulo reproduce la búsqueda de un pretérito lejano a la vez que el intento de comprender qué es lo que acaba de pasar en los últimos e inmediatos días, una especie de doble indagación. Y el otro desafío interesante fue tener que describir un paisaje, ya que en toda mi novelística es casi imposible hallar una descripción, ni siquiera de una cara. Me encantó verme forzado a contar lo que entraba por mis ojos.

-Dice también que es Alemania la que "hace quebrar a Chile" y convierte el boom chileno en una ilusión, con el desarrollo del nitrato sintético. ¿Qué había hecho el gobierno chileno para resguardar a su gente? ¿Tuvo en cuenta advertencias, previó el final de esa era para evitar el descalabro social y económico que originó la desaparición de esa actividad?

-No sólo la elite chilena, sino que la de todos los países latinoamericanos han tenido una extraordinaria ceguera respecto a las riquezas que nos rodean, sobreexplotándolas y usando los beneficios no para invertir en el país sino que en su propio placer y ostento. A mí me interesaba usar el desastre que resulta después de la caída del precio del salitre como una advertencia y una metáfora de los problemas latinoamericanos, la repetida maldición de ver a la naturaleza circundante como territorio del que abusamos. A la vez, encontré la maravilla de los seres humanos que, habiendo venido a ese desierto para extraer su riqueza, se fueron quedando allá cuando esa bonanza desapareció, creando una cultura muy especial, muy solidaria.

-¿Qué preguntas le devolvió el viaje sobre la historia chilena y los distintos rumbos que vivió desde la segunda mitad del siglo pasado? Supongo que las raíces de esas decisiones, o acompañamientos, se remontan más lejos. ¿Pudo rastrear algunos de esos orígenes?

-Escribí un libro de viajes y no un libro de ensayos. Quise contar lo que recogían mis ojos y cómo esos estragos apuntaban a un pasado glorioso y a la vez lleno de dolor. Encontré en el Norte muchos espejismos, el rastro de muchas ilusiones perdidas, y lo que deseaba era que esas huellas me interrogaran a mí y a los lectores, sin dar una respuesta a mi mirada inquieta.

-¿Por qué deja plasmado en el libro, en forma de pregunta, si se atreverá a contar que en Calama lo sorprende la opulencia "tan indígena" de su gente?

-Todo viaje por una ciudad o un desierto o una montaña termina también siendo un viaje hacia la interioridad de uno mismo y hay que estar atento a los propios prejuicios. Estaba acostumbrado a ver la prosperidad, en toda latinoamérica, asociada, por lo general, con rostros blancos (como el mío) y el mero hecho de que en Calama, debido a la extraordinaria opulencia del cobre, son hombres y mujeres de origen indígena quienes deambulan su bienestar y holgura fue como una acusación no sólo al racismo vigente en nuestra América, sino también una manera de acusar los hábitos de mi propia mirada.

-La búsqueda de la historia de su amigo desaparecido, Freddy Taberna, parece un intento de hacer el duelo que fue truncado por la ausencia de su cuerpo. ¿Reconstruir su vida lo ayudó en esa despedida? ¿Es imposible transitar el duelo sin su cuerpo?

-Era una deuda que yo tenía con él, pero claro que uno nunca puede reparar enteramente la ausencia. Fue una manera de dialogar con mi amigo muerto ir al lugar donde lo asesinaron, dormir en la prisión donde pasó su última noche en la tierra (ahora convertido perversamente en el único hotel de Pisagua), pararme en el sitio donde recibió las balas, interrogar esas rocas para preguntarme sobre su rastro. En un sentido, pude conocerlo en este viaje a su muerte con más intensidad que cuando compartíamos la tierra. Y hubo muchas sorpresas, muchas maneras en que me habló desde más allá de la muerte. Que es un tema de todo el libro: cómo hacer hablar a los ausentes, a los perdidos, a los olvidados. Especialmente en un desierto donde todo se preserva y todo se destruye.

-Cuenta que de joven vio el desierto como un lugar de "muerte y duras pruebas, un lugar que hay que evitar". ¿Qué le encontró después?

-Una resurrección. Pero hay que leer el libro para entender esta respuesta, para que no aparezca como una mera frase literaria.

-La suya es una crítica siempre esperanzada, que encuentra las grietas donde sembrar semillas para que broten robles, dijo alguna vez. ¿Cual es el reclamo a la globalización? ¿Es el mismo que se le hizo a los dueños de los capitales nacionales o internacionales antes? ¿Cuál es la diferencia?

-A la vez que me parece indispensable recordar lo que la historia oficial (y a menudo globalizada) quiere borrar, yo quiero ir más allá de la victimización fácil y poner el énfasis en nuestra agencia. Yo no reclamo nada de los dueños del mundo. El reclamo es a quienes tienen en sí las posibilidades de resistir. El desierto chileno está lleno de señales de esa potencial resistencia, voces que nos convocan desde las mismas rocas y la arena. Sé que esto suena muy lírico, pero cualquier lector que lea estas memorias se va a dar cuenta de que es un reclamo que se basa en encuentros múltiples con los sobrevivientes, como un viejito que fue salitrero y que ahora vuelve para rescatar el pueblo fantasma donde él horneaba el pan hace sesenta años atrás y bailaba hasta el amanecer.

-En ese marco, las productoras culturales tienen un desempeño muy activo en sostener los valores y modos de vida que generan los conflictos, y hasta resolverlos sin cambiar nada ¿Cuál es la mentira de esas resoluciones?

-Mi obra se caracteriza por su irresolución, inquietar al lector, a la lectora, preferir la pregunta a la respuesta, la crítica a la certeza, sembrar de dudas esas grietas de que hablaba antes. Sin esa duda intransigente estamos condenados a repetir el mundo tal como lo encontramos, dejando atrás lo que, en efecto, es un desierto sin vida. Pero el desierto está saturado de vida. Es lo que descubrí. Muy adentro de nuestra desolación, algo va quedando y con esos materiales se puede aprender.
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Dorfman buscó en el desierto claves para descifrar el laberinto del tiempo.

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