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 miércoles, 02 de marzo de 2005  
Cambio histórico. El trauma de la caída del Muro y la Urss parece superado
En la era de la izquierda reflexiva
Vázquez es un claro ejemplo de un sector que superó sus viejos dogmas revolucionarios y se supo modernizar

Eduardo F. Laria

Buenos Aires. - Desde hace algunos años América latina viene girando hacia la izquierda. La asunción de Tabaré Vázquez a la presidencia de Uruguay es la última incorporación a un grupo denso de países, como Argentina, Brasil y Chile, que están gobernados por fuerzas políticas de centroizquierda. Es una izquierda renovada, moderna, que ha cambiado el discurso tradicional, aunque todavía conserva algunas trazas de populismo.

La caída del Muro de Berlín y la implosión de la Unión Soviética no sólo significaron un importante cambio geoestratégico en el mundo, consolidando la hegemonía de los Estados Unidos, sino que también ha tenido como consecuencia que la izquierda tradicional perdiera un referente político, un modelo que se ofrecía a las masas desheredadas como alternativa frente al capitalismo.

A partir de aquel fenómeno, quedaban al desnudo no sólo las limitaciones y la ineficacia de las economías extremadamente centralizadas sino también la incapacidad de esos esquemas políticos de dictadura del proletariado para corregir sus errores y renovar sus élites. Por otra parte, la adopción de modelos de industrialización desbordada, indiferentes a las repercusiones sobre el medio ambiente, no permitieron apreciar diferencias importantes con el sistema que pretendían superar.

Frente a un derrumbe tan estrepitoso, se abrieron profundas grietas en las estructuras mentales del pensamiento de izquierda. Pronto se hicieron visibles dos maneras muy diferentes de situarse frente a la nueva realidad. Por un lado, una izquierda reflexiva, que ya había tomado distancia de la Unión Soviética con los partidos "eurocomunistas", profundizó sus análisis para despojarse de un bagaje decimonónico que no servía para competir en las elecciones de los países democráticos.

Otra izquierda nostálgica quedó atada a los mitos fundadores y sigue aún reivindicando la posibilidad de impulsar una revolución, es decir un cambio radical de las relaciones de propiedad, lo que necesariamente conlleva la defensa de la instauración de una dictadura iluminada. Como se tratan de propuestas muy difíciles de sostener en el juego político democrático, se mimetizan en programas radicales, que conservan sólo sectas reducidas y anémicas.

Lo que subyace como diferencia filosófica es una manera distinta de analizar la realidad. La izquierda reflexiva ha adoptado las tesis de Edgar Morin y reconoce la complejidad de la sociedad moderna. Una complejidad donde lo económico, lo político y lo cultural están tan imbricados que los cambios sociales demandan paciencia y habilidad para conformar masas críticas de ciudadanos que los aprueben. Es necesariamente un camino de reformas, es decir de acumulación paulatina de cambios.

La izquierda nostálgica sigue todavía presa de la lógica binaria amigo-enemigo que la constituyó. De modo que analiza la realidad en términos de contradicciones antagónicas que, en el viejo lenguaje maoísta, sólo pueden resolverse por medio de la destrucción de uno de los términos de la contradicción. De allí la búsqueda incesante de enemigos y la dificultad para entender los consensos que conforman el juego de las modernas sociedades democráticas.

En general, las fuerzas de centroizquierda que están al mando de los gobiernos en América latina, son representativas del pensamiento renovado de la izquierda. Aceptan el capitalismo, propugnando "un ambiente propicio para la actividad empresarial" y en el terreno macroeconómico propician la consistencia entre las políticas monetarias, cambiaria y fiscal. Sostienen la conveniencia de políticas monetarias que "den previsibilidad al valor de la moneda" y cuidan el equilibrio fiscal. Expresan, naturalmente, una gran preocupación por los temas sociales, y se esfuerzan por emprender políticas necesarias, pero que en ocasiones son meros paliativos de situaciones de insoportable injusticia.


Temor a reformar el Estado
Hay dos temas que la izquierda moderna en América latina aún no ha terminado de incorporar. El primero se refiere a una cierta dificultad para comprender la necesidad de contar con un Estado eficiente y eficaz. Todavía existe un cierto temor a zaherir a sectores de empleados públicos que forman parte del electorado de apoyo, y se siguen tolerando prácticas burocráticas y, en ocasiones, privilegios corporativos.

Por otro lado, no se han asumido las exigencias de sostenibilidad ambiental que cuestionan los viejos modelos de industrialización indiscriminada. Una izquierda moderna, basada en la democracia, tiene que trabajar por una sociedad de personas libres y autónomas, eliminando las desigualdades económicas y al mismo tiempo, conformar una organización social amable con el medio ambiente. Es lo que algunos denominan ecosocialismo. (DYN)


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