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 domingo, 27 de febrero de 2005  
Editorial
Los peligros del éxito

El cierre del canje de deuda, que superó con holgura los objetivos propuestos, debe ser visto como un paso trascendental en pos de un mejor futuro para la Argentina. Pero los riesgos aún existen y la responsabilidad de las dirigencias resultará clave. Habrá que evitar la tentación de arrojar manteca al techo, y persistir en un modelo basado en la competitividad y el trabajo.



Cuando el 23 de diciembre de 2001, tras la caída del sistema financiero y la virtual quiebra de la convertibilidad entre el peso y el dólar, el presidente Adolfo Rodríguez Saá declaró la cesación de pagos más grande de la historia mundial, la Argentina se sumergió en una crisis cuya profundidad y extensión muy pocos sospechaban. Anteayer, cuando se cerró el proceso de canje de deuda abierto el 14 de enero pasado, el país puso término a una etapa dramática, y ahora ingresa a otra nueva bajo el auspicioso signo que constituye la reinserción en los mercados internacionales. Sin embargo, amén de los viejos peligros, ahora son otros los riesgos que asoman la cabeza en el horizonte, entre los cuales no es el menor la tentación de arrojar manteca al techo. Del buen tino y la responsabilidad de los dirigentes dependerá, entonces, gran parte del futuro.

   Tal como lo comentó con ironía el propio presidente de la Nación, la deuda argentina merece entrar en el Libro Guinness de los Récords: los 81.800 millones de dólares acumulados entre capital e intereses proporcionan una pauta transparente de cuál fue la conducta del país durante un lapso demasiado prolongado. Ahora ese paradigma ha sido modificado, en busca de un perfil competitivo que le asigna protagonismo a la industria y al renacimiento de la cultura del trabajo, más allá de que la hondura del pozo del cual se intenta emerger demandará largo tiempo de esfuerzo, así como la inevitable dependencia de los recursos del campo. Sin embargo, tal modificación de parámetros no alcanza si no se la complementa con la imprescindible responsabilidad fiscal, que no implica austeridad —tal cual se planteaba infaliblemente en la década pasada— sino administración inteligente de los recursos disponibles, así como una más equilibrada distribución de la riqueza.

   El modelo de constante endeudamiento que se aplicó en el país —la enfermiza dependencia del dinero externo— es tan añejo que se remonta nada menos que al año 1824, cuando Rivadavia requirió el tan célebre como funesto crédito a la banca inglesa Baring.

   Pero es hora de romper con ese círculo vicioso y comenzar a vivir con lo nuestro. El éxito del canje radica en que millones y millones de dólares que iban a ir a parar al exterior quedarán aquí: el gran desafío pendiente es que se apliquen al beneficio del conjunto de los argentinos.
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