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 domingo, 27 de febrero de 2005  
Panorama político
Un affaire que complicó los planes

Hugo E. Grimaldi

Los dos temas más relevantes de la semana fueron las secuelas políticas del affaire de las narcovalijas y el cierre aparentemente exitoso del canje de deuda. Más allá de la importancia individual de cada uno de ellos, ambos se potenciaron por el errático proceder de Néstor Kirchner.

El primero, que dicho sea de paso representa un atisbo de la resurrección opositora en la Argentina, aunque también mucho de ciertas internas de los organismos del propio gobierno, enfureció de tal modo al presidente que le quitó el aliento para montar el escenario que había imaginado para enmarcar el segundo.

Lo peor para la concepción presidencial es que Kirchner advirtió que lo que sintió como un ataque que apuntaba contra el núcleo de su poder, le hizo perder durante un buen trecho toda la racionalidad política que suele acompañarlo. De allí que él mismo infló un tema que podía haberse desgajado como uno más en las páginas interiores de los diarios.

Alterado, el presidente tropezó un par de veces y midió con diferentes varas los comportamientos de quienes conocían el caso de contrabando de drogas y en este sentido sus decisiones no parecieron justas: descabezó a la Fuerza Aérea por no informar y dejó al resto de los organismos también silenciosos, vivitos y coleando.

Al revés de su razonamiento, ¿por qué debería haberse enterado el presidente de un caso que involucra 60 kilos de drogas, uno de tantos? El embajador de los EEUU puso en negro sobre blanco la cuestión cuando dijo que son miles y miles los kilogramos de cocaína y heroína que circulan anualmente por el país.

Probablemente, Kirchner sintió que su concepción del Estado regulador tambaleaba y no haber sido informado le dio una excusa para decirle a la opinión pública que se trataba de un lastre del pasado, más que de una falta de coordinación de su propio gobierno. Mucho más cuando estaba en juego una empresa que discrecionalmente había decidido salvar, poniéndola bajo la tutela de un hombre de su confianza. Con toda lógica, advirtió que las balas que picaban cerca del secretario de Transporte, Ricardo Jaime, estaban dirigidas a él y temió algún tiro entre sus propios ojos.

Además de todo, es probable que también haya aumentado la irritación del presidente cuando notó que a la gente -al menos a una porción de la clase media ilustrada y urbana, su propia base electoral- tampoco se le pasó por alto su modo tan particular de conducir la crisis.

Todas estas derivaciones del caso Southern Winds lo sacaron de foco del otro gran tema que lo desvela: la deuda.

En esta materia, el viernes pasado, a las seis y cuarto de la tarde, así como ocurre en un día de comicios, las placas rojas de los canales de noticias le avisaban al mundo que, tras 38 meses de default, la Argentina había cerrado el proceso de canje de bonos. Tras haberse recibido una importante masa de títulos repudiados, se desató entonces el tiempo de las encuestas en "bocas de urna", con especulaciones variopintas e interesadas sobre los porcentajes definitivos que, en general, oscilan entre 70 y 80 por ciento de aceptación.

Recién el miércoles o jueves próximo, cuando se haya terminado el conteo provisorio de votos, llegará la hora de la verdad, se sabrá a ciencia cierta qué dijeron los mercados en cuanto a la cantidad de bonos a canjear y recién entonces comenzará a vislumbrarse cómo seguirá la película para la calidad de vida futura de los argentinos.

También, se hizo patente que, sin cazar el oso todavía (como suele decir Roberto Lavagna), comenzaron a aparecer sonrisas poco disimuladas de algunos funcionarios que ya están vendiendo su piel, sonrisas que no se condicen con el necesario sentimiento de recato que merece una situación tan delicada. Hay que apuntar, al respecto, algunos deslices puntuales que llegaron desde el gobierno hacia la sociedad, que podrían haberse obviado.

Por ejemplo, el titular de Economía se fue a almorzar a Puerto Madero con todo su equipo para "festejar" (las comillas pertenecen a un colaborador directo del ministro) el fin del proceso y la distensión que les provoca, más que su eventual éxito. Prudencia, pero desliz al fin, ya que alguien le avisó a periodistas y fotógrafos del encuentro y las caras dijeron más que las palabras.

Sin embargo, y había que esperarlo, el presidente Kirchner fue más allá: "Hicimos la mejor negociación de la historia del mundo... y miles de millones que iban a ser saqueados han sido salvados y ganados para todos los argentinos", señaló con acento triunfalista.

Este es precisamente el punto que varios economistas creen que se puede volver en contra de la Argentina, si se insiste en imprudencias. Dos ex presidentes del Banco Central se pronunciaron en estos días en el mismo sentido. Mario Blejer señaló que es mejor cierto rubor que inspire el perdón que la agresividad por la agresividad misma. Javier González Fraga, por su parte, recomendó agradecer a los bonistas y no arruinar el canje con declaraciones que ofendan al G-7. "Eso nos saldrá caro", resumió.

Las continuas y duras referencias presidenciales al caso de las drogas de Ezeiza y a la cuestión del canje, pusieron a Kirchner en la necesidad de explicar ante un auditorio afín (docentes que habían sido premiados con un ajuste jubilatorio) intervenciones tan apasionadas. La explicación de tan santa ira se basó en la verdad "superadora" del discurso oficial, adjetivo que se contrapone peligrosamente con las "verdades relativas" que el propio Kirchner dice respetar.

El anatema presidencial tuvo entonces justificación y cayó como un rayo sobre analistas, opositores, periodistas y tenedores de bonos disconformes (los brigadieres no se incluyen en la lista, porque se someten sí o sí a las órdenes de su comandante en Jefe), sólo por observar la vida desde el otro lado del mostrador.
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