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 domingo, 27 de febrero de 2005  
La mentora de espacios creativos e imaginativos para la ciudad
Chiqui González: "No sé decir que no, así que jamás serviría como secretaria de Cultura"
Reivindica la Isla, La Granja y El Jardín como lugares que no reproducen la estética del mercado

Adrián Gerber / La Capital

En el ambiente intelectual y cultural muchos la idolatran. Admiran su "monstruosa" capacidad de trabajo, creatividad y nivel de análisis. Su nombre sonó muy fuerte en diciembre de 2003 para secretaria de Cultura municipal, pero Miguel Lifschitz se inclinó por Marina Naranjo. No obstante, en enero pasado el intendente la convocó para que diseñe un megaplán para los jóvenes excluidos, aquellos que no trabajan ni estudian, tema en el que está trabajando por estos días. Desde concepciones populares o populistas, según uno quiera calificarlas, hay quienes la critican aduciendo que sus proyectos son muy lindos e imaginativos, pero se adaptan más para un país europeo que para la Argentina. Lo cierto es que nadie puede negar que su trayectoria en la función pública dejó marcas en la ciudad. Fue mentora de distintos espacios, hoy emblemáticos, como el Centro de Expresiones Contemporáneas, La Granja de la Infancia, El Jardín de los Niños y la Isla de los Inventos. Actualmente es directora de este último lugar, por donde ya pasaron 250 mil chicos en algo más de un año. También fue coordinadora del Primer Congreso de la Lengua para Chicos, que reunió el año pasado a 2 mil participantes, y de la muestra "Berni para niños", que está recorriendo distintos lugares del país.

Todos la conocen como Chiqui, pero su DNI dice que se llama María de los Angeles González, tiene 56 años, nació en Arijón y Leiva ("Seré toda la vida una chica del Saladillo", dice), está divorciada y tiene una hija, Violeta, que vive en Buenos Aires.

Se recibió de abogada a los 19 años, comenzó a trabajar defendiendo a presos políticos y luego se especializó en derecho de familia y minoridad. Durante 30 años mantuvo esta profesión que dejó por la función pública. Lo que nunca abandonó fue su pasión por el teatro: primero fue actriz y asistente de dirección, y hoy se dedica a dirigir y a escribir obras. Es también docente titular de la Universidad de Buenos Aires y de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (Cuba), a donde viaja dos veces al año.

Desde el 96 fue convocada por el gobierno socialista para trabajar en la gestión cultural. "Trabajo muchísimo para sistematizar. No creo en aquellos locos creativos, y nada más. Creo en los locos creativos que gestionan. En la gestión cotidiana y concreta, atender a la gente, no dar citas largas o decirle a alguien que venga mañana y no estar", subraya.

Se autodefine como atea e independiente de izquierda ("con mucha simpatía con la gestión socialista, si no, no podría trabajar con ellos", aclara).

-¿Pero de chica no fue muy creyente y peronista?

-Sí, fui a un colegio religioso hasta el secundario, al Huerto. Era de comunión diaria y después en las luchas universitarias dejé el cristianismo. Y en la política empecé en la década del 70 en el peronismo de base, con los curas del Tercer Mundo en la teología de la liberación. Fue una época difícil pero maravillosa, está mezclada con mi juventud. Viví las cosas típicas de mi generación, fui a esperar a Perón a Ezeiza y como todos los echados de la plaza de Mayo, me fui.

-¿Usted es la mujer creativa del gobierno socialista?

-Creo que me dieron oportunidades de crear muchas cosas y también pusieron la confianza y el presupuesto para esto. Eso a mí me llamó mucho la atención. Agradezco haber sido escuchada en proyectos imaginativos, algunos de ellos que no se podían ni oír de la locura que tenían, había que saberlos redondear para que se entendieran. Pero todo esto no viene de un hecho imaginario individual, sino de una formación colectiva donde no sólo aprendí de muchos, sino que esas iniciativas cuando se llevaron a la práctica fueron producto de un equipo de trabajo.

-En todos los espacios que creó se nota un esfuerzo muy grande por cuidar la estética. ¿Por qué?

-Nosotros lo mantenemos como una bandera, sostenemos que niveles austeros estéticos contribuyen a crear ámbitos muy diferentes a los que ofrece el mercado. Tratamos de trabajar la dignidad, el espacio, el silencio, la capacidad de ruido y el tiempo de un modo más tranquilo y selectivo que permita a uno tener otro vínculo cuando entra a esos espacios. Acá en la Isla se iba poner un techo íntegramente transparente para dejar pasar toda la luz, pero cuando se estaba construyendo vi en un canal de televisión al arquitecto (barcelonés Oriol) Bohigas hablar de la penumbra de la Alhambra. El sostenía que los ciudadanos tenían derecho a la luz, pero también a la penumbra, que es un lugar diferente. La televisión y los shoppings son de luz completa, son reflectores, entonces se me ocurre que la penumbra tiene que ver más con el pensamiento. Por eso la Isla está en penumbra y trabajamos con materiales nobles, con madera, con piedra. La estética es un modo de llegar a la ética.

-¿Es difícil trabajar con chicos atrapados por las nuevas tecnologías?

-Lo que hay que hacer con un chico que está hipnotizado con las nuevas tecnologías es llevarlo a los lugares en donde esas nuevas tecnologías están en formas imaginarias, y en la Isla las tenemos.

-Entonces, parafraseando a Marx, ¿no cree que el videogame y la televisión sean el opio de los chicos?

-Absolutamente no, como dijo un chico de once años que participó del Congresito: "Las nuevas tecnologías no tienen la culpa, la culpa la tiene un pensamiento no preparado para entenderlas".

-Por un lado se habla de la explosión cultural de Rosario, pero por el otro hay sectores importantes de su población que padecen un sistema educativo de baja calidad y un proceso de degradación cultural. ¿Viviremos muchos años con esta contradicción?

-Las dos cosas existen, no se puede negar una por la otra o tratar de subsumir una en la otra. Pero soy muy optimista. El problema de la pobreza no lo vamos a arreglar nosotros desde Rosario solamente, pero importa qué hacés con la pobreza, qué grado de asistencialismo, caudillismo, corrupción o de derechos se van imponiendo. Ni la belleza, ni la rectitud ni la no polución van a solucionar el problema de alguien que no tiene trabajo. Pero el tema en esta ciudad es qué vamos a hacer con este pequeño florecimiento. Cómo vamos creando dispositivos más integradores, que no tengo duda que son reparadores, que no son la solución integral. Pero hay reparaciones momentáneas indignas y hay reparaciones que crean educación, esta es la diferencia.

-¿Qué rescata como lo mejor de Rosario?

-Que es innovadora. Como todas las ciudades tiene sus fuerzas conservadoras, pero cuando la innovación aparece se la acepta masivamente. Lo segundo, haciendo sociología barata, es una ciudad que tiene un profundo amor por lo urbano. El rosarino no tiene sueños con lo bucólico, con "me voy a las afueras de la ciudad con mi familia para ser más libre". Algunos irán a los countries y a otros les gustará Funes, yo no tengo duda, pero el rosarino medio ama la ciudad. Somos profundamente urbanos. Y tercero, hay una resistencia a la copia de las grandes capitales que ha hecho que se acuñe una cantidad de creación muy particular. No saltan los artistas por las ventanas, esto es verdad, pero sí es cierto que en el país hay un respeto profundo por la historieta rosarina, por la música rosarina, por la plástica rosarina, por el teatro rosarino.

-¿Y lo peor de esta ciudad?

-Lo que más sufrió nuestra generación fue la descalificación constante, una descalificación de segunda ciudad, de una idea de triunfo equivocada, de una sensación de ciudad provinciana que no éramos, una falsedad de imágenes, un desencuentro profundo entre quienes éramos y qué era nuestra ciudad. Ahora hay un gran descubrimiento, y es hermoso ver este infantil enamoramiento con la ciudad.

-¿Le cuesta encontrar cosas negativas sobre Rosario?

-Sí, hace cinco años hubiera dicho una seguidilla de cosas, pero como estamos en el pico del orgullo, del chauvinismo rosarino, no encuentro tantas. Y además soy de las que creen que decir las cosas es hacer que ocurran. La población tiene que creer en lo nuevo, y creyendo lo nuevo lo va aceptando.

-¿Qué decía de chica que iba a ser cuando fuera grande?

-Escritora. Pero otra cosa que soñaba ser, y me da vergüenza decirlo, era vedette, bajar las escaleras de un escenario lleno de luces (hace un silencio, se queda pensando y comienza a reírse a las carcajadas)... Si me ponés esa frase en el título me muero, con mi foto y ese título te lo juro que no hablo nunca más con La Capital.

-Y ahora de grande, ¿qué desea ser? ¿Le gustaría conducir algún día la Secretaría de Cultura municipal?

-Jamás, no tengo vocación para eso, no sirvo, no tengo condiciones para ocupar ese cargo. Para ser secretaria de Cultura se necesita una tremenda responsabilidad y juicio político para escuchar a todos los sectores y equilibrar tensiones, y yo soy muy apasionada. La mejor política es el arte de convivir, la de Hannah Arendt, y yo tengo miedo de que ese arte de vivir juntos me impida crear, me quite libertad. A mí me gusta la cocina de las cosas y también la planificación. Y otra de las razones por la que no sería buena secretaria de Cultura es porque muy pocas veces digo que "no", y hay que saber decir que "no" en la vida. Decir que "no" es una de las virtudes de un político franco. Y yo siempre digo que "sí", porque temo quedar en deuda o que el otro quede mal impresionado.

-¿Y en lo personal con qué sueña?

-Me gustaría enamorarme otra vez, es una cosa patética a los 56 años, pero es así, esa es la verdad.
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Chiqui cree que decir las cosas es hacer que ocurran, por eso llama a creer en lo nuevo.

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