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 domingo, 20 de febrero de 2005  
Lecturas. La novela que ganó el concurso municipal Manuel Musto
Alrededor de una ausencia

Matías Piccolo

"Melincué" de María Cecilia Muruaga. Narrativa. Editorial Municipal de Rosario

Rosario, 2004, 156 páginas, $ 15.

El título de la novela de María Cecilia Muruaga ofrece dos mojones que confeccionarían, por un lado, un escenario material reconocible, y por el otro la emergencia de un elemento que teje una red simbólica para dar un cauce a la narración: el primero es el que rubrica la referencia a través del escenario que mensura una región del sur santafecino que va de Venado Tuerto a Rosario; el otro, el que sirve para proponer un nodo (la laguna) que adquiere, en la espesura del relato, la sensación de una entropía que conmueve y disgrega los discursos que circulan y persisten en esa geografía.

En efecto, manteniendo estos dos planos, "Melincué" ofrece un recorrido exterior datado en fragmentos: "Venado Tuerto, diciembre de 1998"; "Rosario, julio de 1999"; "Melincué, marzo de 1997". Por allí se va construyendo la historia de una familia a partir de la consistencia que, en el habla de sus actores, adquiere el discurso social como representación de los papeles, normas y castigos que rigen a una comunidad; las hipocresías, los valores, y un desencanto atávico, incisivo, que arroja, por ejemplo, finas sentencias como esta: "...la amabilidad oculta indiferencia; la pulcritud, crueldad; la ternura, frivolidad cortés".

Bajo esa corrosiva voz que da perfil a esta familia, se instala el plano para el camino interior de un problema particular: la puesta en escena de una pérdida: el padre muerto. En esa ausencia toma cuerpo la novela y la posibilidad de su escritura que, paradójica pero brillantemente, no financia una información narrativa para la historia, sino la instancia propia de su aniquilación. Es que algo se intuye, pero no mucho se sabe, y allí está el acierto de Muruaga: lo que da su letra no son las pistas, ni las razones para la resolución del por qué y el cómo de esa muerte rectora, sino la estela y los destrozos que ésta ha organizado en el núcleo compositivo de la novela.

Nada de explicaciones, ningún artificio para la utilidad de unos datos, "El muerto" y su muerte no es un problema a resolver (aunque el lector no resista la seducción de este mandato). Sí lo que se percibe es que en "Melincué" algo ha ocurrido, la relación de la desaparición del padre y la laguna funda una "zona muda", que en la casa familiar tiene su analogía: un "Triángulo de las Bermudas" ha surgido en el escritorio del muerto donde han quedado las armas de caza juntando el polvo del desuso. Así, ese agujero negro (la laguna-la zona del escritorio del muerto en la casa) se come lo que lo circunda: el hombre, fugado en ese pozo, ha iniciado con su muerte la lenta y continua erosión del espacio que soporta la vida de los que han quedado; como lo siente la hija mayor del muerto: "Porque en aquella especie de melancolía expandida desde el centro del agua hacia los bordes, encontraban sustento las derrotas posteriores: el hermano perdido, los amigos lejanos, el divorcio".

Podría aventurarse que Muruaga ha ejercido un extremado y exacto trabajo de edición con su novela, que, por establecer una filiación literaria tanto temática (un muerto del que todos hablan) como estructural (fragmentos y voces) tiene su antecedente en el "Pedro Páramo" de Juan Rulfo. Como el personaje mítico del mexicano, "el muerto" de "Melincué" es un Padre de Todo que ya no está y al que todos refieren, vuelven, todavía vinculados, atados a su imagen y poder, notando que su presencia-ausencia es la que domina todos los avatares del relato. A su vez, la forma de la novela de Muruaga, se abre y se cierra con voces: la del hijo huido, las de las hijas, la del muerto, dando la impresión de que no hay nadie detrás manipulando la escritura.

Este es el logro de "Melincué", dar la sensación de que la historia se cuenta sola y que si hay un narrador omnisciente, tradicional (como el que prepara las escenas de las tres mujeres en la casa de Venda Tuerto) ha sido superado por ese cúmulo de voces que han subido a la superficie del texto. El lector en su ejercicio heurístico nota unos huecos que se multiplican y van generando un laberinto que no deja nunca de crecer y a la vez de ser el mismo. Este juego hace interesar a la lectura, ávida de reponer una falta, que relee y da vueltas en círculos; y en eso dibuja un espiral en cuyo centro se avizora una presencia que inmediatamente se oculta tras el manto que borda la sintaxis de los recuerdos y el lento goteo de un murmullo existencial.

María Cecilia Muruaga ha sabido componer un artefacto de una elaborada materialidad escrituraria, cuyo principal efecto es no parecer en absoluto el producto de una especulación inventiva, sino en proveer la sustancia, la materia prima "interior" para dar cuenta de una historia tan privada como real. Cotéjese, siguiendo esta impresión, los datos que dan un perfil de la autora en la solapa del libro, con el relato cronológico de su vida que trata de articular "la hija mayor" en el último capítulo -"La vanidad"- de la primera parte del libro.

Pensamientos que motivan reflexiones, reproches y desilusiones pueblan el espacio de esta novela que tiene el vigor desinteresado de no contar una historia, sino de recoger unas voces y liarlas a los discursos que quizá la refieran. "Melincué" posee esa delicadeza narrativa que hace que el lector, casi sin notarlo, quede envuelto, hipnotizado, por la espesa neblina de unas palabras que figuran, al fondo del relato, la dimensión más oscura de un mundo familiar desintegrado.


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Muruaga se llevó el premio con su primera novela.

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