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 domingo, 30 de enero de 2005  
Panorama político
Políticos y velas donde no sopla el aire

Carlos Duclós / La Capital

Antonio Machado decía que "en política sólo triunfa quien pone la vela donde sopla el aire; jamás quien pretende que sople el aire donde pone la vela". El triunfo del político debería ser, sin lugar a dudas, el triunfo del pueblo, pero como los valores se han trastrocado (al menos en esta Nación) el triunfo del político pasó a ser el alcance de la funcionalidad y la permanencia en ella sin importar si el método empleado se corresponde con el bienestar social. Es más, bien podría asegurarse que siempre el método empleado por la estructura política argentina jamás se concilió con la satisfacción de las necesidades sociales. Bien puede afirmarse que el triunfo del político está reñido con la satisfacción de las necesidades populares. Al fin y al cabo Marx, si estuviera en la Argentina de nuestros días, hubiera podido afirmar y reafirmar su pensamiento: "El poder político es simplemente el poder organizado de una clase para oprimir a otra". Claro que tal vez hubiera debido retocar la frase y decir, por ejemplo: "El poder político es simplemente el poder organizado de una casta para oprimir a las demás clases sociales", porque si de algo se puede estar seguro es de que el poder político argentino, concentrado en funcionarios y un reducido grupo de portentosos, tiene a mal en este país por una cosa u otra, no sólo a los pobres.


De Platón a nuestros días
Pero no es del caso centrar únicamente la atención en el desempeño de las funciones de los operadores políticos del Estado nacional o provincial. Después de todo, y siguiendo la idea de Platón, el propósito es que el hombre de la ciudad-Estado viva todo lo feliz que pueda. Para ello, la propia ciudad, sus conductores, deben dictar normas y hacerlas cumplir con el propósito indeclinable de promover y lograr la felicidad del vecino o, lo que es más importante aún, teniendo en cuenta que la felicidad sólo se experimenta por momentos, pergeñar normas y actitudes de modo de conceder la paz interior del individuo y la paz general. Sin embargo, por estos días asistimos a hechos que ponen en tela de juicio la existencia de actitudes correctas, aceptables y plausibles que tiendan hacia la paz que la ciudad-Estado debe a sus ciudadanos. La tragedia del boliche República de Cromañón y la desgracia de tener que observar al jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Aníbal Ibarra, balbuciente, inseguro y hasta reconociendo sus errores en el plan de inspección pertinente, ponen en evidencia que muchos jefes de ciudades argentinas gobernaron para la prensa, a veces por la prensa y siempre para sí olvidándose, por inutilidad o conveniencia, del sagrado interés del pueblo. Esto es dramático, lamentable y no deja lugar a dudas: muchos políticos merecen, al menos, que se les aplique la figura penal del incumplimiento de deberes de funcionario público. La interpelación al jefe de Gobierno que el país siguió a través de la televisión anteayer fue bochornosa. Bochornosa no sólo porque no pudo eludir las tamañas responsabilidades que le correspondieron en el trágico hecho, sino porque los ciudadanos debieron asistir al colmo de los discursos como el de un diputado del propio riñón de Ibarra que, sin tupé, dijo que no correspondía por un principio ético avanzar con preguntas sobre quien había compartido la misma estructura electoral. Lo trágico del hecho es que el legislador de marras leyó su mensaje de manera que tuvo el suficiente tiempo para reflexionar sobre sus insensatas palabras y si no lo hizo fue, nada más, porque la corporación política argentina está cebada hasta la impunidad más atroz.


Rosario no se salva
No es tan nefasto, es cierto, que se mueran las esperanzas de los ciudadanos como que se tronchen sus propias vidas. De manera que no puede ser comparada la tragedia de Cromañón con el posible escándalo rosarino que se avecina respecto de las concesiones hechas por el ex intendente Binner. Pero no puede soslayarse que cuando se muere la esperanza de un pueblo, cuando se pierde la confianza en las instituciones políticas una buena parte de angustia se apodera del hombre común que al fin y al cabo concluye que nada puede salvarse y que está absolutamente desamparado. El concejal Jorge Boasso, quien ha puesto sobre el tapete irregularidades en las concesiones hechas en la costa rosarina durante la gestión del ex intendente socialista, quiere ir hasta los huesos (y bien hecho) y ahora pidió la conformación de una comisión investigadora. Tal comisión estará integrada por un concejal de cada bloque, incluidos los unipersonales, y se desempeñarán, también, un abogado, un contador y un arquitecto. En poco tiempo la comisión, cuya creación debería concretarse a más tardar en el curso del mes de febrero, deberá dilucidar si efectivamente hubo irregularidades no sólo en las concesiones de bares, restaurantes y otros comercios gastronómicos de la costa, sino incluso en otros megaemprendimientos como es el caso de la licitación del complejo del Scalabrini Ortiz en donde, según no pocas voces, existe una clara disparidad entre lo licitado y lo hecho.


La voz de María Eugenia
No deja de llamar la atención que la vicegobernadora de la provincia, María Eugenia Bielsa, haya cuestionado el hecho de "pensar a la costa nada más que para uso gastronómico, de restaurantes y bares concesionados" como lo hizo el socialismo. Pero Bielsa fue más allá y habló de "malas prácticas" en las concesiones realizadas. El hecho de que la funcionaria provincial se haya sumado a las críticas hace pensar a muchos que la comisión investigadora, si funciona adecuadamente y hace las cosas como corresponde, sacará muchos trapos al sol. Trapos que acaso no estén todo lo inmaculados que sería de desear. Binner y el socialismo podrían advertir, entonces, que como muchos políticos argentinos pusieron las velas donde no sopla el aire y que si bien en Rosario por acción u omisión no murieron personas, sí ha de morir la esperanza y será sepultada la confianza. El socialismo podría correr el serio riesgo de comprender pagando un costo bastante alto que la obra más importante no es la que se realiza para la bella postal o el logro de rédito político, sino la que trae la paz a los ciudadanos, verdadero propósito de la ciudad-Estado.
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