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 domingo, 23 de enero de 2005  
La revista de los pibes de la calle
Chicos con alas de papel
"Angel de lata" lleva cuatro años de salidas con periodicidad incierta. Sus mentores cuentan su evolución y sus metas

Paola Irurtia / La Capital

¿Quiere comprar la revista de los chicos de la calle?", sorprende la oferta. "Es el Angel de lata", anuncian los pequeños vendedores confiados en que el nombre de lo que ofrecen logrará la venta y la devolución de la sonrisa que dibujan al cliente. Sólo la venden chicos que no están mendigando, no buscan piedad, ni venden curitas, como otras veces, en una diferencia que aprecian. "Es lindo venderla -cuentan los chicos- porque dice cosas que me gustan, tiene poesías, historias y canciones". El Angel de lata juega con su nombre. Es de lata, como la casa de muchos de sus protagonistas, y también delata, revela lo que ocurre en ese mundo que no es habitual en las revistas. Llegó a su quinto número después de una espera de más de 10 meses y a cuatro años de su primera impresión. Con la revista en la calle, sus distribuidores -que ganan un peso por cada ejemplar- encuentran algo más que un ingreso para sus familias. Se vuelven parte de un proyecto que intenta ofrecer opciones, lazos y pautas diferentes a las que se establecen en la calle, donde los chicos pasan la mayor parte del tiempo. Junto a la oportunidad de generar recursos económicos de un modo genuino, intenta la posibilidad de que los chicos -que trabajan para sus familias- "hagan cosas de chicos".


Solo chicos
El Angel de lata es un proyecto que desde hace cuatro años impulsa la Coordinadora de Trabajo Carcelario con chicos. "Después aparecen las definiciones, como chicos en situación de calle, o chicos de la calle. Pero para nosotros son sólo chicos", diferenció Andrés Nicolás, miembro del equipo editor.

Andrés es uno de los impulsores del proyecto junto con Mariana Hernández y Lilian Echegoy, bajo la dirección de El Tomi, director y responsable de las tapas y muchas ilustraciones e historietas desde el primer número de la publicación. El equipo se completa con los chicos, un grupo que se renueva "como el proyecto, cada vez", contó Andrés. En esos vaivenes entran y salen colaboradores que trabajan ad-honorem como todo el equipo, y se nuclean otros proyectos que se suman al de la publicación.

La mayoría de los chicos tienen entre 6 y 13 años, pero la mezcla con sus hermanos más pequeños y sus mamás extiende el arco de edades. Si se reúnen todos, son más de veinte. Llevan bolsitos verdes y rojos, con el nombre de la revista impreso que usan para cargarlas por toda la peatonal, el lugar de reparto. Su centro de reuniones quedó establecido en la Plaza Pringles.

La revista cuesta 1 peso con 50 y los chicos ganan un peso por la venta de cada ejemplar. Para retirarlos deben pagar los 50 centavos en los que se fijó el costo de cada número, aunque es algo superior en realidad. Ese reparto de obligaciones y derechos no fue espontáneo, sino el fruto de un proceso de crecimiento, y las consecuencias fueron más allá que asegurar un próximo número. "Permitió que la revista subsista, porque cada edición se subvenciona con la venta de la anterior. Pero también organizó la relación entre nosotros y los chicos -contó Lilian Echegoy, miembro del grupo-. Al principio todo era muy caótico y recuperar el dinero de la venta se volvía imposible. Ahora los mismos chicos se preocupan por pagar el costo, porque saben que es la forma de asegurar la revista". Esa responsabilidad los compromete más con el proyecto.

Los ingresos por la venta son un incentivo, pero el rédito económico no es la única meta de sus gestores. "La idea es reemplazar la mendicidad- contó Andrés-, por eso tenemos que enseñarles a no pedir monedas cuando venden y a entregar el vuelto excepto que los clientes lo dejen voluntariamente". El cuidado de la higiene se desprende de la misma charla, ya que está ligada a ese modelo utilizado para generar ingresos. "En la mendicidad -explicó Lilian- hay una idea de que cuanto más sucios y descuidados estén, van a despertar más lástima y juntar más monedas".

Sonriente y de ojos pícaros, Gisela explica que al levantar el puesto donde ofrecen las revistas "tenemos que dejar todo limpio y ordenado", algo que aprendió en la última reunión y unifica la aprobación de sus compañeras.

"Es importante estar limpios porque si no la gente se asusta", señaló Alejandro, el mayor de los chicos. "La revista se vende sola, casi no tenés que ofrecerla- dijo- Si tenés que abrir puertas de taxis, o pedir monedas, a lo mejor estás cuatro horas y no sacaste nada".

Los chicos rescatan que la revista "dice cosas lindas". En palabras de Lilian son "historias que sienten cerca de ellos". Los poetas suelen ser chicos privados de libertad que escriben en versos su historia y sus sueños. Las páginas relatan carencias que no recuerdan fecha de origen, derechos que no se cumplen y justicia que no llega. Son reclamos y deseos que los chicos sienten como propios. Como la imagen de Pocho Lepratti con alas, en su bicicleta, que ilustra cada número de la revista después de su asesinato durante las protestas de diciembre de 2001.

Uno de los deseos del proyecto Angel de lata es que todos los chicos en edad escolar vayan a la escuela. Por eso la revista se debe ofrecer fuera de ese horario. "Tiene que haber un equilibrio entre las actividades -marca Lilian-, porque los chicos tienen que hacer cosas de chicos". Ese deseo encuentra su respuesta. Más allá de acercar las historias, poesías y reflexiones a los lectores, a los pibes les entusiasman las charlas y las jornadas de juego. Los talleres educativos, a cargo de uno de los grupos que se acercó a la revista, es la próxima propuesta. Las moneditas que ganan vuelven a la plaza convertidas en zapatillas, ropa o mochilas. En esa transformación, las mamás cumplen una tarea importante. Acompañan a los chicos, los cuidan. "Controlan si los siguen, los ayudan a llevar las cosas -contó Andrés-. Algunas personas ven a los padres como explotadores y no como desempleados".

Los custodios de la calle también generan confusiones, malentendidos y tensión. Algunas patrullas levantaron los puestos de cartón que los chicos arman frente a los negocios, con el permiso de los comerciantes, para ofrecer las revistas. Una mediación de los adultos logró acordar no sólo la existencia de los puestos, sino la distribución de la revista a lo largo del paseo.

La revista genera acercamientos y de esos movimientos surgió el sitio en internet www.angeldelata.com.ar, que idearon un grupo de estudiantes del postítulo de periodismo, de la Escuela de Comunicación Social. Otra suma es un proyecto de talleres que desarrolla un grupo de educación popular, que convierte la plaza en un lugar de fiesta los lunes, miércoles y viernes.

Las reuniones son posibles mientras haya revistas para repartir. Si faltan, el proyecto se diluye entre las necesidades de todos los días. Y los chicos vuelven a pedir monedas, o vender curitas. El último Angel de lata tuvo siete mil ejemplares, y la ansiedad de los repartidores empujó a una tercera edición. Su circulación permite que el próximo número se esté gestando, y los chicos regresen a la plaza para encontrarse con el ángel que cuenta historias para ellos.
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Talleres, juegos y charlas en la plaza Pringles.

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