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 domingo, 09 de enero de 2005  
Primera persona
Oscar Oslak: "La gestión pública en nuestro país es un presente continuo"
El politólogo cree que la insatisfacción de la ciudadanía con respecto a los bienes y servicios provistos por el Estado se debe a la falta de planificación

Orlando Verna / La Capital

Se preocupa porque los científicos sociales están acostumbrados a la interpretación semántica de los textos, que esconde rasgos culturales y sentidos precisos de los términos utilizados, y al abuso de los neologismos. Cree que la sola traducción de algunas palabras no alcanza para recrear los significados y mucho menos para determinar sus usos. Ansioso por clarificar el actual rol del Estado, a la luz de la idea de gestión pública, el politólogo e investigador del Conicet, Oscar Oszlak, observa detenidamente la relación entre Estado y ciudadanía, es decir “la responsabilidad del Estado por la producción de ciertos bienes y servicios y el nivel de satisfacción de los ciudadanos, donde se verifica una suerte de irresponsabilidad por parte del Estado“.

  Y para establecer márgenes más exactas en relación a la o las responsabilidades del Estado, Oszlak propone revisar conceptos de lengua inglesa como ownership, responsiveness, delivery, empowerment y accountability. Se detiene en este último vocablo para ejemplificar el problema: “La idea de accountability, en inglés, expresa algo que no recoge bien el término responsabilización, donde sí está involucrada la idea del Estado responsable, pero tiene problemas para identificar quién debe ser responsable. En este caso, yo propongo el término respondibilidad“.

  —Entonces, ¿quién es el responsable?

  —Es aquel con conciencia de que debe rendir cuentas a terceros. Esta conciencia es anterior a que se lo haga responsable por lo que prometió hacer o por los resultados que consiguió. Otra cosa es que venga un poder externo, una auditoría, una contraloría y pida que rinda cuentas. La diferencia es tan sutil que está expresando un cambio de sentido: la expresión accountability ya no tiene que ver con responsabilizar sino más bien hacerse responsable. Y esa condición debe estar presente en el sujeto que asume una responsabilidad, sea para utilizar fondos públicos o para llevar a cabo un conjunto de acciones conducentes a un resultado que implique la generación de valor público para la sociedad. Esa es la idea básica.

  —¿La improvisación es el gran mal de este Estado?

  —La gestión pública no corresponde al presente, sino que debe incorporar otras dos dimensiones temporales significativas: el futuro y el pasado. En la actualidad, la gestión pública en nuestro país es un presente continuo. Se hace cada día lo que se supone debe hacerse cada día y nada más que eso, cuando la gestión pública debe tener la capacidad para imaginar el futuro, concebir un plan estratégico que indique hacia dónde se va. Luego, sabiendo cuál es el rumbo, hay que programar un conjunto de acciones para poner en marcha esa planificación estratégica. Estamos hablando de planes anuales operativos.

  —¿Y con respecto al pasado?

  —Al mismo tiempo hay que recuperar el pasado. La gestión pública tiene que ser sometida a un seguimiento permanente, a controles, a evaluación de resultados, porque de otra manera no hay posibilidad de responsabilizar al funcionario de turno. Si no hay planificación, ¿de qué voy a responsabilizar a ese que quiero hacer responsable? Habrá que operar los mecanismos de control que permitan determinar si, dentro de un plan estratégico y de un modelo de planeamiento operativo, quien se comprometió a hacer cosas, efectivamente cumplió con esas metas. Es la única manera que la gestión pública pueda operar en esos tres tiempos.

  —¿Cuáles son las responsabilidades que se olvidó el Estado argentino?

  —Hablo en sentido general de Estado responsable y esa idea puede ser aplicada a todas las áreas de gestión. Por supuesto que el Estado no es responsable por la naturaleza, por ejemplo, de la inundación en Santa Fe, pero tuvo que haber adoptado una serie de medidas preventivas para que la acción de la naturaleza pueda ser sometida a algún grado de control. Sean obras de canalización, de mitigación, formas de actuación en la emergencia, coordinación de distintos niveles de gobierno y de la sociedad civil, modificación de ciertas reglamentaciones, como códigos de edificación, fondos de propiedades, o la mínima educación sobre higiene urbana para que no se tapen los sumideros. Todo eso implica una gestión responsable, que a veces puede ser preventiva y si es curativa, debe serlo con un afiatado aparato de acciones. Así como se plantea el caso de las inundaciones puede ser el caso de la educación o la salud. Sólo el planeamiento riguroso y la evaluación permanente significará un mejoramiento en las maneras de gestión futuras, aprovechando el aprendizaje de la experiencia vivida.

  —¿Cuáles son los síntomas más evidentes de esa irresponsabilidad?

  —Primero en que no hay funcionarios que se acuesten a la noche con el problema y se levanten a la mañana sabiendo que deben seguir bregando con el problema hasta resolverlo. Y segundo, por el hecho de que no hay una propensión natural de salir en una foto colectiva. El aparato del Estado está tan feudalizado que cada cual quiere apropiarse del éxito, si lo hubiera, pero no hay una actitud hacia la coordinación interestatal, o a la integración entre los actores que accionan en nombre del Estado y otros representativos de la sociedad; como por ejemplo las ONGs. En estos aspectos radica la irresponsabilidad del Estado.


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Para Oszlak, la Santa Fe inundada es un ejemplo de desidia.

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