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 domingo, 09 de enero de 2005  
Las historias sofocadas del desamparo
Señas para comprender los silencios
Dos investigadoras rosarinas despliegan los sentidos de las notas y objetos entregados junto a los niños en el Hogar de Huérfanos

Paola Piacenza - Gabriela Dalla Corte

En latín, la palabra "tessera" significaba "dado" o, particularmente, designaba a pequeños cubos de mármol, vidrio, piedras preciosas que se usaban en juegos de azar. La palabra era polisémica porque también, en el ámbito militar, nombraba el "santo y seña" y, por lo mismo, en general, era usada para llamar a cualquier tipo de contraseña. Finalmente, la "tessera" romana tuvo un tercer sentido que parece derivar de su circulación entre el secreto y el azar y es que la "tessera" era la prenda indicada para sellar un pacto. Las partes contrayentes partían una pieza, por ejemplo de cerámica, y guardaban, cada uno, una parte como señal del compromiso asumido.

El folletín del siglo XIX escribió una segunda parte de esta historia cuando hizo de la "tessera" la clave de revelación de un misterio - amoroso, policial- y, especialmente, una "seña de identidad". El reencuentro o reconocimiento de los seres a través del tiempo y la distancia se realizaba a través de señales, cicatrices y marcas de la infancia que eran evidencias innegables de una identidad puesta en discusión por confusión o por engaño. Este sentido de la "tessera" aparece, por ejemplo, en una de las obras teatrales más famosas de Roberto Arlt, Trescientos millones, en la que el personaje de la sirvienta se reencuentra con su hija cuando al descubrir su espalda encuentra una "crucecita" que le había hecho la partera al nacer: "Hija mía ... tantos años ... queridita", dice la madre. "Yo sabía que tenía que llegar este día", contesta la hija recuperada. En esas señales el futuro tomaba la forma de un destino prefigurado en un presente de desventura económica, social o afectiva. Desde el siglo XIX, entonces, la "tessera" se convertirá en un recurso narrativa melodramático que la telenovela del siglo XX explotará hasta el cansancio.

La literatura mantiene relaciones conflictivas con la realidad, a veces de complementariedad, otras, de antítesis. El caso de la "tessera" es uno de los casos en los que la ficción copia a la realidad, porque las señales fueron, también en la realidad, un "procedimiento" utilizado por las madres abandonantes de fines del siglo XIX y principios del XX para "sellar un pacto" con las instituciones de amparo en las que depositaban a sus hijos y un mecanismo identificatorio para posibilitar una recuperación futura.

Mientras primó el uso del torno, las madres dejaban junto al cuerpo del bebé algún objeto personal que cumplía la finalidad de otorgar identidad al bebé, quien con la exposición rompía en muchos casos para siempre los lazos familiares. Esta práctica "local", sin embargo, también tuvo lugar en otras partes del mundo, por ejemplo en España. Lola Valverde Lamsfus, en un estudio sobre la historia infantil vasca entre los siglos XVIII - XX, muestra que las señales que dejaban las madres en el Hospicio de Rosario eran casi exactamente las mismas que las que depositaban las progenitoras en los tornos de esa región española. Lo que cambia son los motivos. Si en Europa lo que estaba fundamentalmente en juego era el honor; la no aceptación de la "ilegitimidad" del vástago, aquí lo que está en el origen del abandono es prioritariamente la pobreza y el desarraigo; en el caso de las mujeres inmigrantes (en su mayoría, italianas).

Las señales aparecen, en cualquier caso, como un espacio privilegiado de la cultura para la expresión de los sentimientos, pesares y anhelos femeninos. Permiten observar de cerca su significado como artefactos sociales que, en tanto históricos, estuvieron sometidos a exigencias sociales y a restricciones culturales. La señal aparece como un acto fundamentalmente público pero que remite al ámbito privado. Se trata de un espacio social donde se ha expresado y confrontado los intereses, principios, valores, prioridades no sólo de las mujeres, sino también de otras fuerzas claves del universo femenino en cada momento histórico, en particular de la familia. Vistas así, las señales aparecen como historia, pero como historia codificada, es decir, donde hay que asumir que hay asuntos de los que las mujeres han podido hablar y otros que no. En ese sentido, las señales, así como las recuperaciones de los bebés, constituyen elementos centrales para comprender los silencios cambiantes de la cultura.
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"El origen del abandono es la pobreza y el desarraigo".

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