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 domingo, 09 de enero de 2005  
Educación: Respeto a los niños

Durante siglos, en Europa occidental, dominó una visión del mundo y del hombre donde el niño era considerado un adulto en miniatura (parte del tronco comunitario) y por consiguiente pertenecía tanto a la sociedad como a sus padres.

Si bien llegaba al mundo en un lugar privado, el hogar, el numeroso grupo de vecinos y familiares que participaban en el parto lo convertía en un acto público. Sus primeros pasos los daba simbólicamente en la iglesia o en el cementerio, lugar donde reposaban sus antepasados.

El bautismo, más allá de borrar el pecado original, era el rito de socialización del niño y la ocasión de procedimientos mágicos: una vez retirado el cura lo hacían rodar sobre el altar para fortificarle el cuerpo y así evitar raquitismo o renguera.

Los primeros años de vida los hijos permanecían con su madre quién les proveía alimento durante la gestación y, luego de nacido de leche materna llamada sangre blanqueada. Luego de los seis años el varón acompañaba al padre y la niña se quedaba en el hogar para aprender las tareas de una mujer. Cuando un niño moría era reemplazado por otro nacimiento. La educación no era más que un conjunto de influencias que el vástago aprendía para ser parte de una gran familia: la sociedad.

El comienzo de la modernidad marcó una ruptura en la representación del hombre y también del niño. La valoración de cada individuo en particular (más que como parte del linaje) hace que gane autonomía, surgiendo así una nueva categoría: la infancia y, por ende, el centro del interés educativo.

A partir del 1600, la familia ya no es sólo transmisora de patrimonio, tradiciones o apellido sino que se ocupa y se preocupa en dar a sus hijos preparación para el desarrollo dentro de la sociedad. Los textos del siglo XVII hacen eco de este nuevo niño. Decían que era más despierto, maduro y sutil. Como consecuencia de esta nueva concepción, los allegados no alcanzaban para la educación ya que se podía caer en excesos: darles demasiados abrazos o mimos podrían provocar demasiados debilidades.

Por eso, a partir de ese momento, no hay contradicción entre la privacidad del hogar y la educación pública, sino todo lo contrario, ambas lograrían complementarse. La escolarización infantil se transforma, así, en un instrumento político de los estados modernos. Estos, junto con la iglesia, desempeñaron un rol muy importante en el afianzamiento de la niñez.

La infancia pasó a ser también la gran inquietud de la pediatría, de la psicología y de la pedagogía que surgieron por ser el infante una preocupación teórica. Para el pedagogo es el período de inserción del niño a la sociedad a través de la educación.


Modelos pedagógicos
No sólo al modelo rural de la Edad Media le siguió el modelo urbano de la Edad Moderna, sino que la comunidad cedió su lugar a la familia nuclear y los padres a los maestros. J. Comenius con su obra "La didáctica magna", dio el puntapié inicial para la conceptualización de la infancia. Muchos modelos pedagógicos surgieron con una mirada original respecto del niño. La escuela nueva que implementó O. Cossettini en nuestra ciudad, a mediados de siglo, es un ejemplo de esto.

Lo común en todos esos modelos es la reivindicación de una acción educativa respetuosa de esa etapa con características propias. Si bien la infancia es un supuesto del que parten todos los adultos, hay que rescatar que también es una construcción de la niñez en la que deben participar los padres (también docentes) tiene que ser individual y a la vez social, biológica y cultural.

La escuela no puede ni debe obviar esta premisa. Tiene un lugar privilegiado: el de crear un ámbito nuevo y singular, diferente al familiar y no debe desaprovecharlo, pero por sobre todo tiene el deber de crear personas críticas, capaces de superar las condiciones adversas. Respetar al niño como sujeto con sus particularidades es una condición sin e qua non: un compromiso de todos los que conformamos la sociedad.

Carina Cabo de Donnet. Profesora de filosofía y pedagogía.

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