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 miércoles, 29 de diciembre de 2004  
Blumberg cambió la agenda del poder político
Movilizaciones espontáneas y miradas prejuiciosas

Mauricio Maronna / La Capital

La Argentina irracional hizo que, sin quererlo, Juan Carlos Blumberg se haya convertido en el personaje político del año. ¿Y por qué éste buen señor, escaldado por la peor de las tragedias, como es la muerte de su único hijo, puede adquirir esa connotación si no se trata de un dirigente envuelto en las lides partidarias?

Las consecuencias del asesinato de Axel, la movilización espontánea de centenares de miles de ciudadanos (independientes o no) y, fundamentalmente, el hecho de haber logrado que el poder político, al fin, pusiera sus barbas en remojo, convirtieron a ese ciudadano en un referente moral para buena parte de la sociedad. Antes que cualquier juicio frívolo, ideologizado, y carente del mínimo sentido común todos deberían recordar desde dónde viene el protagonismo de este empresario textil ganado por las canas, que remata cada intervención pública con un latiguillo que obligaría a lecturas no tan de superficie: "¿Me entiende?".

Evidentemente, no pocos intelectuales y periodistas quedaron desacomodados ante quien ayudó a romper las redes de complicidades existentes entre cierta policía y el delito, puso al desnudo la absoluta ausencia de mérito de numerosos legisladores que solamente ocupan bancas para embolsar jugosas dietas que contribuyen a elevan sus estándares de vida y que, en un país serio, jamás podrían llevar el escudo honorario del Congreso de la Nación.

Hasta la irrupción de casi medio millón de personas en las plazas más importantes del país, pasaba desapercibido que el gobernador de la provincia más importante del país (y la más jaqueada por el delito) designara a un ingeniero agrónomo como ministro de Seguridad. El control social nacido tras la marcha de las velas hizo que por un momento Felipe Solá deje de lado aquella máxima que inmortalizó, habano en mano, ante un cronista de CQC: "Para mantenerse en política hay que hacerse el boludo".

Blumberg fue tapa de todos los diarios, saturó la pantalla chica y sufrió en carne propia la despiadada lucha televisiva por ganar un punto en las mediciones de Ibope. También intentó ser coptado por una derecha rancia y anacrónica que, a falta de peso específico propio, intentó enancarse en la tragedia.

Cuando Blumberg aseveró que los organismos de derechos humanos "se ocupan solamente de los derechos humanos de los delincuentes y que ninguno de ellos se acercó" hasta él cuando su hijo fue secuestrado y luego asesinado, la tormenta se desató sobre su figura. "Oligarca, fascista, procesista, nazi", formaron parte del minué.


No hay un bando ganador
Tantos análisis berretas del discurso de quien se convirtió en héroe accidental puso en escena la equivocada divisoria de aguas entre la lucha por los derechos humanos bastardeados en los 70 y el combate del delito, prioridad de estas épocas. "No hay muerto que no me duela, no hay un bando ganador, no hay nada más que dolor y otra vida que se vuela. La guerra es muy mala escuela no importa el disfraz que viste, perdonen que no me aliste bajo ninguna bandera, vale más cualquier quimera que un trozo de tela triste", canta Jorge Drexler.

La aparición en escena del caso Blumberg primero demudó a la clase política. La misma que luego comenzó a establecer nuevas leyes, modificar códigos y tratar de congraciarse con los reclamos aun sin haber tocado ni de oído las cuestiones penales o procesales. Más allá de los preconceptos anclados en las capillas ideológicas, la irrupción de Blumberg sirvió para convertir en política de Estado un tema que estaba estrujando las tripas del poder. Una preocupación que se había tornado tan urgente como el desempleo y el aumento de la pobreza.

Blumberg, sobre el final del año, desapareció de las plazas públicas, su figura fue perdiendo espesor a la hora de las prioridades de los productores periodísticos y, tal vez, esté elaborando por estos días el duelo postergado por la muerte de Axel.

Su aparición, cuando todo era dominado por la oficialitis mediática, contribuyó para depurar fuerzas de seguridad, cambiar los ítems de la agenda del poder y evidenciar que, más allá de los posicionamientos de derecha, centro o izquierda, aquellos días de diciembre de 2001 marcaron a fuego una nueva forma de control social.

Hoy, que las pasiones encontradas por el ingeniero textil han menguado su virulencia, tampoco está de más recordar lo que escribió el filósofo Tomás Abraham: "Hay quienes despachan a Blumberg diciendo que es de derecha. Estos ángeles de la izquierda se colocan del lado del Bien en nombre de un punto cardinal que justifica una larga lista de horrores en nuestro siglo. El mundo no se divide entre derechas e izquierdas, sino entre fascistas y republicanos democráticos. El fascismo no es sólo un régimen histórico-político, es una actitud frente a la vida".
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El Congreso fue rodeado por una multitud.

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