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 miércoles, 29 de diciembre de 2004  
Por un país más justo

Pasan y pasan, unos hacia el Este otros al Oeste, raudamente atraviesan el paso en moto, auto o bici, otros con carros tirados por caballos o por seres humanos. Todos con prisa, desconfiando de todo. Con una sola cosa en común, la urgencia de pasar lo más rápido posible, lanzados como flechas. Y al costado de la senda unos acostados, otros sentados sobre la vereda sucia de tierra, sobre la mugre, con su torso desnudo y la remera en la mano. Allí están los villeros acechando, desafiando. A unos se los nota drogados, otros están tomando cerveza del pico. Cada tanto, como animales, otean el horizonte por si viene el comando policial. De repente se escuchan gritos desgarradores, a una mujer que pasaba por el lugar le robaron el celular, la bicicleta o las zapatillas. La impunidad les da más fuerza. Los vecinos ven, pero nadie dice nada. Tienen miedo a represalias porque los villeros viven en las cercanías, en minutos todo vuelve a estar como si nada hubiese pasado y la calle sigue con su ritmo desenfrenado. Y así se repite la misma rutina: roban, corren y al rato regresan con su mejor cara de "yo no fui", total se saben impunes. Y si las autoridades policiales, judiciales y políticas dicen que el auge del delito es por la falta de trabajo, los villeros no conocen de valores ni de esfuerzo. Sí saben lo que es sufrir hambre, frío y calor. Saben lo que es una violación, una mujer golpeada hasta desfallecer. Ellos de niños fueron maltratados y ahora son crueles. Por eso, cuando ven que alguien tiene algo de valor sienten que una parte o todo les corresponde y toman lo que sea. Generalmente, lo que está a su alcance es lo de sus vecinos, quienes casi tan pobres como ellos se hacen víctimas de sus tropelías. El paso seguirá así, generando dolor, odio y muerte, proveyendo carne a las carceles y cementerios y acercando votos a los dueños del poder. ¿Cómo podría ser de otra forma, en un país con 35 milones de habitantes, donde 14 millones son pobres? Sólo transitaremos tranquilos cuando todos puedan trabajar, estudiar y aportar a la comunidad. Esto será posible si se cambia el poder de manos a personas no corrompidas que pongan esfuerzo por diseñar un país más justo.

Jorge Di Girolamo


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