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 domingo, 26 de diciembre de 2004  
Rescate de Miguel Briante
Lecturas: Lecciones de periodismo

Gabriel Zuzek

A mediados de 1980, cuando la oscuridad de la dictadura militar se empezaba a resquebrajar tímidamente, Miguel Briante había tomado una determinación: "Decidí cumplir mi amenaza de dedicarme de lleno a la literatura y abandoné el periodismo y puse una librería que enfrentaba, patio por medio, un bar". La bicicleta financiera, los vencimientos y los espasmos de Martínez de Hoz hicieron que la aventura comercial durara apenas un año. "Cerré un sábado del final del invierno del 81 e inmediatamente sentí (o reconocí que había sentido todo ese tiempo) la nostalgia de una redacción". Pero sus dedos se negaron a teclear las máquinas de escribir de los medios habituales y cómplices de la dictadura. Con su viejo amigo, el escritor Jorge Di Paola, y con el periodista Gabriel Levinas, que había cerrado su galería de arte, decidieron abrir un camino diferente.

Así fue como nació la mítica revista El Porteño. "Nos fuimos a ver a los indios y yo escribí -creo- la nota más libre de mis años de periodismo, una nota donde la información no perjudicaba mi necesidad del relato, mi íntima necesidad de escritor", cuenta Briante en el número 25 de dicha revista donde informa que abandona -luego de dos años- la Jefatura de la Redacción "para intentar, una vez más, volver a la literatura".

Ese salto constante de un lado a otro de una raya imaginaria es prácticamente un velado artificio, porque Miguel Briante nunca dejó de hacer literatura mientras se dedicaba al periodismo y viceversa. "Aborígenes: La memoria perdida" se llama esa extensa y brillante nota -o más bien, ese estudio social y antropológico sobre las condiciones de vida de las comunidades toba, wichi y matacos- publicada en El Porteño en 1982 y es una de las que forma parte de Crónicas, el primer segmento de la antología que estuvo a cargo de Luis Chitarroni y Michèle Guillemont. En la vasta selección de artículos que componen esa sección, la filosa pluma de Briante retrata la complicada situación de los trabajadores portuarios luego de una serie de medidas anti-obreras decididas por el gobierno de Onganía. La nota fue publicada por el órgano oficial de la CGT en julio de 1968 y expone los trastornos y la pelea de los trabajadores contra la escasez de trabajo que para el autor tiene su origen en "esa fiebre del orden cuya aplicación, por parte del gobierno elegido por nadie, consistió en desordenar la vida de más de cuatro mil quinientos portuarios y otros gremios".

Este libro hace justicia con el hombre que con un manojo de cuentos y una novela es en uno de los escritores ineludibles de la literatura argentina. En sus páginas se reflejan las preocupaciones, las ideas, los enojos y esa permanente pelea contra las injusticias y la podredumbre de un país que se olvida de sí mismo cada vez que da vuelta a una esquina.

Así lo muestran una serie de notas aparecidas en El Porteño, Tiempo Argentino y Página/12, donde Briante se mete de lleno a contar el sufrimiento de un puñado de familias del sur del Gran Buenos Aires que intenta conseguir un pedacito de tierra para vivir. Además, relata las increíbles historias de los habitantes de ese lugar no menos extraño que fue el detonado edificio del albergue Warnes. En esa lista también se encuentra "Pelvis del arrabal", una atrapante y mágica descripción de un recital de Sandro en el Luna Park. Si se pudiera prescindir de las fechas y los medios donde publicaba, las notas de Miguel Briante se pueden leer como cuentos. Su prosa fluye con tal exactitud como si le bastara una simple ojeada sobre el tema abordado para que cada historia quede vibrando, tensa, en la retina y el cerebro del lector.

La segunda y tercera parte del libro se dividen en Crítica Literaria y Plástica respectivamente. Allí, Miguel Briante hace gala -en el buen sentido- de todo su bagaje artístico. Indaga, revuelve, se pelea con casi todos, y es una permanente máquina de buscar respuestas. Admira a Arlt, a Onetti, cita a Borges de manera constante, deja entrever su disconformidad con Sabato y le hace un reportaje de antología al escritor mexicano Juan Rulfo. Esa entrevista fue realizada en primera instancia para la revista Confirmado en junio de 1968, pero volvió a publicarse en Tiempo Argentino en marzo de 1985 bajo el título "El odio de la mafia sube la cordillera".

Briante afirmó que se dedicó a la crítica plástica porque los pintores eran mucho más tolerables que los escritores. Así parece confirmarlo la nota "Un hombre muy particular" publicada en 1992 en Página/12, donde entabla un ríspido diálogo con el crítico Jorge Romero Brest, quien le asegura que acepta hacer esa nota porque "usted es un hombre que cuando escribe hace política, tal vez del lado opuesto al que yo pienso, pero eso es lo que hay que hacer, eso es lo que yo hago".

Miguel Briante nació el 19 de mayo de 1944 en General Belgrano, provincia de Buenos Aires. Tenía 50 años cuando el 25 de enero de 1995 murió en su pueblo natal al caerse de un techo. Sostenía que no cambiaban los escritores sino los lectores. Este rescate de sus trabajos periodísticos resulta prácticamente imprescindible; en particular, para aquellos que creen que el periodismo es solamente pirotecnia barata atravesada por el poder.
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Miguel Briante y su aliada, la máquina de escribir.

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