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 domingo, 26 de diciembre de 2004  
Permanencia de los afectos

Mucho se habla de la destrucción o disolución de la familia contemporánea, dato corroborado por la menor frecuencia de los lazos matrimoniales, del avance del divorcio y la existencia de familias multiparentales. El ideal de los tiempos modernos en la constitución de una pareja "hasta que la muerte nos separe" ha cambiado dando lugar a una visión más realista del futuro del vínculo.

La vida en pareja ha perdido su antigua sacralidad, y se ha convertido en un vínculo consensuado por un tiempo indeterminado entre dos personas que buscan relaciones sexuales en un marco afectivo de intimidad y compañerismo.

Existe una actitud crítica frente a los modelos históricos tradicionales, de lo cual dan muestras claras el aumento de divorcios (cuando hay legalización de la unión) o de separaciones cuando el vínculo no se ha legalizado.

Los jóvenes ya no creen en la permanencia de los afectos, saben que la convivencia y el paso del tiempo pueden cambiar los sentimientos o agotar el amor y la pasión. Conjugar amor con "para siempre" es propio de otros tiempos.

Otro factor a tener en cuenta es el imperio del narcisismo y el consecuente impulso al goce en el presente, sin tener en cuenta un futuro que es incierto. La gente quiere "ser feliz" aquí y ahora.

Nos encontramos frente a un escenario donde existe una búsqueda de nuevas formas de relación, acorde con los deseos que están expresando hombres y mujeres acerca de la vida en común.

Si hasta hace muy poco el propósito de una pareja era unirse por amor con el fin de procrear y educar a los hijos, ahora el intercambio afectivo y la satisfacción sexual constituye el objetivo de la pareja contemporánea. La felicidad se busca en la pareja y está centrada en la vida de ésta.

Muchas personas toleran la pérdida de la pasión y encuentran en la ternura y en la compañía suficiente justificación para continuar juntos. Para otras cuando termina la pasión, termina la pareja. La valoración que tiene nuestro momento histórico de la sexualidad hace que el deseo erótico, el componente pasional como signo de felicidad vincular, tenga una importancia desconocida en otras épocas.

Anteriormente el sujeto sacrificaba su felicidad por la continuidad de la relación, mientras que cualquier pareja actual tiene la convicción de que los vínculos son disolubles. Si pensamos en el divorcio como enemigo de la pareja demonizamos una institución que termina estimulando nuevas uniones. Si bien la sociedad actual apoya la estabilidad, también estimula el cambio de pareja cuando la actual es fuente de displacer, de infelicidad. Se privilegia la felicidad individual a la permanencia del vínculo.

Vivimos en una cultura que valora la vida de la pareja sobre la de la familia, y la felicidad del individuo sobre la permanencia de los vínculos. Es un triunfo del narcisismo. El sujeto actual tiene el imperativo de "ser feliz".

Claro que hay individuos que tienen muchas historias de parejas, que quienes se divorcian vuelven a casarse, que de las diferentes relaciones quedan hijos que complejizan los vínculos familiares, que hay muchos hogares monoparentales, pero, a pesar de estos inconvenientes, de esta crisis de las relaciones amorosas, la gente se sigue uniendo, conviviendo y casándose: la pareja sigue siendo la forma de vida elegida por la mayoría.

El sujeto psíquico, marcado desde su nacimiento por una relación paradigmática, la de madre e hijo, parece reproducir a lo largo de su vida esa matriz relacional y esa búsqueda de otro con quien compartir sus días. Puede ser esa la causa de que, si bien cambian las condiciones históricas en que vivimos y la constitución y finalidad de la pareja, la vida de a dos sigue siendo la opción mayoritaria. Por algo será.

Domingo Caratozzolo

Psicoanalista

www.domingocaratozzolo.com.ar
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