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 domingo, 26 de diciembre de 2004  
¿Querer es poder?

Alguna vez hemos escuchado que podemos lograr lo que nos propongamos si lo deseamos intensamente. Impulsados por el refrán que indica que "querer es poder", comenzamos a construir ilusiones y esperamos que la realidad coincida con esos sueños. Sin embargo, con más frecuencia de la que querríamos, nos enfrentamos a la decepción de no poder lograrlo. En esas ocasiones acostumbramos a preguntarnos por la causa de los inconvenientes que demoran la concreción de nuestro plan existencial. ¿Qué es lo que nos impide vivir cómo queremos?

Solemos buscar el origen fuera de nosotros y nos respondemos que la razón fundamental son los obstáculos externos. Nos quejamos de que las cosas no acontecen como esperábamos o que las personas no se comportan de acuerdo al modelo interno que nos hemos formado acerca de ellas. Llegamos a lamentarnos y a afirmar que "al fin y al cabo se vive como se puede y no como se quiere".

Comparamos la realidad con nuestras ilusiones, y nos imaginamos una vida idealizada en la que la perfección reside en un estado utópico donde impera una armonía constante entre el mundo y nosotros. Pero esta armonía parece sumamente difícil de conseguir y sostener (muchos factores conspiran en forma permanente contra ella). Creemos, sin fundamento sólido, que la vida debe ser un equilibrio estático: una especie de metafórica fotografía de nuestro mejor momento en el que quisiéramos detenernos y conservarlo para siempre.

Pero ya lo advertía Heráclito de Efeso: "No te bañarás dos veces en el mismo río". La realidad es cambio. Es ese fuego eterno viviente que se enciende y se apaga según la medida inexorable del "logos" que marca el ritmo alterno entre ser y no ser. Todo fluye constantemente. Nada permanece. Veinticinco siglos más tarde el filósofo Ricardo Soulé nos lo recuerda: "Todo concluye al fin / nada puede escapar. / Todo tiene un final / todo termina. / Tengo que comprender:/ no es eterna la vida."

En tanto todo cambia, aparecen también los obstáculos: esos escollos que debemos superar para recuperar el codiciado equilibrio. Cuando confrontamos nuestras necesidades y nuestros deseos con las posibilidades que tenemos para reestablecer la armonía perdida, asistimos a una excelente oportunidad para comprender que no siempre podemos resolver todo lo que se nos presenta tal como lo imaginamos o planeamos. No todo se subordina a nuestra voluntad.

Los estoicos sabían que no depende de nosotros el cuerpo, los bienes, la reputación ni las dignidades que los demás nos otorgan. Pero sí depende de nosotros la opinión, el querer, el deseo, la aversión que nosotros tenemos sobre esas cosas. Para ellos la sabiduría consistía en la capacidad para distinguir la diferencia en cada circunstancia y ocuparse sólo de aquello que está bajo nuestro dominio.

Muchas veces pretendemos que cambie la realidad que nos circunda. No sólo reclamamos infructuosamente que cambien las cosas, sino que en incontables ocasiones lo que procuramos es forzar a las personas con quienes nos vinculamos para que sus características particulares y sus conductas se ensamblen con nuestras representaciones mentales acerca de ellos. Elaboramos seudo preguntas y argumentos falaces para sostener lo ocioso de cualquier modificación de nuestra parte: "¿Por qué tengo que ser yo el que cambie? ¿Por qué no cambia el otro primero? ¿Quién está equivocado?".

Pocas veces volvemos la mirada sobre nosotros mismos, y menos aún admitimos que podamos ser los que deberíamos transformarnos. A menudo ambicionamos cambiar lo que no depende de nosotros y que no puede ser cambiado (al menos por nuestra simple intención o voluntad). El proverbio popular nos persuade que precisamos serenidad para aceptar que hay cosas que no pueden cambiarse, valor para cambiar lo que sí se puede, y sabiduría para discriminar entre uno y otro.

Sería interesante pensar que lo que nos impide vivir como queremos no es lo que ocurre en el mundo que nos rodea o con las personas con quienes nos relacionamos, sino la actitud con la que afrontamos el acontecer dinámico de lo real. Podríamos ensayar el poner en práctica aquella máxima que nos inspira a iniciar los cambios por nosotros mismos con la certidumbre de que redundarán en el contexto: "Si yo cambio, cambia el mundo". Es asombroso descubrir que: "Algunos están dispuestos a cualquier cosa, menos a vivir aquí y ahora", como afirmaba John Lennon.

Alicia M. Pintus

Filósofa y educadora. Docente universitaria

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