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 domingo, 19 de diciembre de 2004  
Fotografía
La persecución de la belleza
Annemarie Heinrich retrató a los intelectuales y artistas argentinos. Juan Travnik analiza su trabajoANALIZA SU TRABAJO EN UN LIBRO

Elba Pérez

La iconografía del mundo cultural y artístico de la Argentina que construyó a lo largo de cincuenta años Annemarie Heinrich a través de sus fotografías es analizada por el investigador Juan Travnik en su reciente libro "Un cuerpo, una luz, un reflejo".

Se creía conocer a Annemarie Heinrich por la difusión pública de su obra en las revistas Polo y campo, El Hogar, Mundo Social, Sintonía y Antena. Las limitaciones de la impresión periodística no lograban opacar la calidad de las tomas originales, las búsquedas conceptuales y el refinamiento técnico de la fotógrafa nacida en Darmstadt (Alemania) en 1912.

Otro público, más restringido, disfrutaba de los espléndidos originales exhibidos en los escaparates de los sucesivos estudios porteños de la fotógrafa.

El imaginario colectivo se alimentaba en el glamour de Zully Moreno, Mirtha Legrand, Tilda Thamar, Ana María Lynch, Gilda Lousek o la máscara viril de Francisco Petrone.

Según retrata Travnik en su libro, Annemarie sabía descubrir, exaltar y pulir los reflejos de la belleza: conocía el poder de la imagen, su potencial de ícono contemporáneo y, por cultura, sensibilidad y ética no recayó en el halago trivial ni en el amarillismo cholulo de fines del siglo XX.

Escritores (Jorge Luis Borges, Elías Castelnuovo, Pablo Neruda), músicos (Bola de Nieve, Hugo del Carril, Yehudi Menujin, Marian Anderson), bailarines (Harald Kreutzberg, Serge Lifar, Alicia Alonso, José Neglia, Carmen Amaya, Antonio Gades, Renate Schotelius) posaron para la artista.

Todos ellos reconocían la probidad de la profesional que en la búsqueda perfeccionista no relegaba el sentido ético. Esta idiosincrasia le vedó, por decisión personal, retratar la declinación física de personalidades admirables y admiradas por Heinrich. La omisión era ética: Annemarie resguardaba la intimidad final de Alicia Moreau de Justo o de Jorge Luis Borges, que ya habían rendido su tributo a la cultura argentina. Travnik destaca el valor de esta elección al tiempo que investiga el desarrollo técnico y conceptual de la fotógrafa.


Años de formación
Annemarie llegó a Buenos Aires en 1926. Tenía catorce años y quería ser bailarina, escenógrafa. Venía de la sofisticada Berlín y el contraste con la localidad entrerriana donde se estableció la familia, no podía ser mayor.

Un tío materno, fotógrafo de campo, la tomó de aprendiz. La imagen suplía el conocimiento del idioma y la cámara le abrió otras posibilidades en Buenos Aires. Annemarie comenzó un largo aprendizaje. Fueron sus mentoras las húngaras Rosa Kardofy Rita Branger y el matrimonio Lang, fotógrafos de la casa Nordiska. Sivil Wilensky y Nicolás Schonfeld le enseñaron el uso de los fondos, el retoques de negativos y la técnica del flor.

En 1930 instaló estudio y laboratorio propios, improvisó reflectores con latas de kerosene. El productor Bernardo Iriberri la vinculó con personalidades de la escena y de la aristocracia porteña. Sus modelos estaban lejos de imaginar que al término de las poses Annemarie empeñaba la cámara para adquirir las drogas necesarias para revelar las fotos.

Alternaba estos artilugios con los bocetos de esquemas de luz y escenografía, la ejercitación de la práctica de retoques, el estudio de los altos contrastes al estilo cinematográfico.

La investigación de Juan Travnik detalla el tenaz perfeccionismo de Heinrich, que en 1950 regresó a Europa y se vinculó a Otto Steiner, líder del Photo-Form.

Con el maestro de la llamada fotografía subjetiva se ejercitó en foto directa, solarización, copias finales en negativo, exposiciones múltiples, imágenes movidas, montaje. Cinco años más tarde volvió a Alemania para especializarse en color junto a Marta Hofner y Hermann Hartz.

El estudio de Travnik añade una conversación con los hijos de la artista, Alicia y Ricardo Sanguinetti: del conjunto emerge en plenitud el perfil artístico y humano de la notable Annemarie Heinrich.
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Para Travnik, Heinrich sabía exaltar la belleza.

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