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 domingo, 05 de diciembre de 2004  
Lecturas
Obras completas de un teatro inolvidable

Leonel Giacometto

Tomos 1, 2 y 3 de Alberto Adellach. Teatro. Inteatro, editorial del Instituto Nacional del Teatro (INT), Buenos Aires, 2004. 1150 páginas.

Dentro de todos los géneros que hacen y forman el arte de escribir sobre un papel en blanco, la dramaturgia ocupa un lugar tan ambiguo e inestable que algunos, a la hora de etiquetar y darle marco, casi no la consideran literatura. Pero, más allá de considerar si una obra de teatro escrita o publicada en un papel es un género en sí mismo, o si se puede leer con el mismo placer con el cual se la vería representada en un escenario, todo aquel que escribe teatro desea que esas palabras sean dichas y vividas por actores dentro su ficción inventada en la intimidad de su hogar, o en el marco de improvisaciones. No basta con que la obra sea publicada, sino que el fin de la escritura dramática es la puesta en escena. Es que un autor de obras de teatro es parte de un todo, es uno de los engranajes de un espectáculo donde, no siempre, ocupa el lugar fundamental que debería ocupar. Sucede igual a la hora de un reconocimiento de parte de sus pares o de las personas que forman la "cultura nacional".

Inteatro, la editorial del Instituto Nacional del Teatro, desde hace varios años publica la obra de dramaturgo y directores como una forma de rescate para las nuevas generaciones, y como homenaje a una actividad, a veces, menospreciada. En tres lujosos volúmenes publicó toda la producción teatral de uno de los dramaturgos más interesantes y olvidados del llamado "quehacer teatral": Alberto Adellach (Buenos Aires, 1933/ New York, 1996).

"Se llamaba Carlos Creste, pero era Alberto Adellach. (...) A Carlos (o a Alberto) le gustaba hacer cócteles: tenía montones de botellas y botellitas y sabía cientos de recetas, algunas de su invención. Y cuando llegabas a su casa, su placer era convertirse en alquimista y prepararte un trago. Y conversar. Y reflexionar. Y escribir. Y corregir. Su cabeza no se quedaba nunca quieta, ni con la primera idea. Le gustaba ahondar, darle vueltas a las cosas. Le gustaba llegar desde Creste a Adellach". De este modo lo recuerda, en el prólogo del tomo 2 de las obras completas, el director Rubens Correa quien por el año 2002, cuando estaba a la cabeza del INT, propuso la publicación de la obra de Adellach.

Comenzó su actividad teatral en los primeros años de la década del 60 del siglo pasado, con un teatro que experimentaba el absurdo (Beckett reinaba por entonces). Pero, quizás, en los oscuros años de la última dictadura, Adellach comenzó a concebir el teatro como una "verdadera" forma (o medio) de comunicación en el silencio reinante; como una resignificación de su propio dolor. En 1976, en lo que podría llamarse "la cumbre de su éxito" como autor (tanto de teatro como de televisión), se va definitivamente del país. Se exilió junto a su familia en España, México y Estados Unidos, donde falleció. Sin embargo, siguió escribiendo para "los argentinos".

La publicación de sus obras en tres tomos no tiene un orden cronológico y se abre con una de sus mejores propuestas: "Romance de Tudor Place", escrita en 1985 y con mucho de lo que después aparecería en los 90 con la llamada "nueva dramaturgia argentina": el amor entre una Madre de Plaza de Mayo y un ex-amante con el que se reencuentra en New York, adonde ella había viajado para peticionar por los desaparecidos. Una historia de amor en el marco del horror.

Entre sus mejores adaptaciones, "Cordelia" (versión libre de "King Lear", de Shakespeare), que recibió en 1981 el Premio Casa de las Américas. También se destaca su versión de "Esa Mujer", de Rodolfo Walsh; o "Sainete", una obra que transcurre en pleno golpe de Estado en 1955.

Como muchos, olvidado y rescatado años después en un país empecinado en no ver más allá. En una entrevista radial en New York, Adellach, al hablar de un personaje suyo (Julia) hace una metáfora del país al que nunca regresó: "Es una especie de símbolo. Es un personaje de una gran calidez humana, es un personaje de la calle, una muchacha casi desprovista de cosas, pero con mucha fuerza interior. Algo ingenua. Pierde posesiones, pierde el empleo, pierde la casa. Pero tiene algo muy fuerte que dice: «Yo tengo sangre para empezar, siempre me queda sangre para empezar...». De alguna manera, una esperanza, tal vez mágica, de que el país se construya".
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Alberto Adellach, olvidadoy rescatado.

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