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 domingo, 05 de diciembre de 2004  
Primera persona
Fernando Iwasaki: "La patria de un escritor son sus libros y sus lecturas"
Fue uno de los invitados más jóvenes al Congreso de la Lengua. En su ponencia reivindicó a Manuel Forcada Cabanellas, un rosarino olvidado

Fernando Toloza / La Capital

El escritor peruano Fernando Iwasaki fue uno de los invitados más jóvenes al Congreso de la Lengua Española. Nacido en Lima en 1961, emigró a España para investigar en el Archivo de Indias de Sevilla en 1985 y allí se quedó abriendo su campo hacia la literatura donde ha escrito una docena de libros, muchos de ellos inclasificables, como "El descubrimiento de España", que mereció el elogio de Guillermo Cabrera Infante y de Mario Vargas Llosa.

Conocedor de la literatura argentina y latinoamericana, Iwasaki ya había llegado a Rosario antes del Congreso justamente a través de los libros. Gracias a un amigo librero, descubrió a Manuel Forcada Cabanellas, una especie de doble rosarino de Jorge Luis Borges que vivió en Sevilla por los mismos años en que "Georgie" era ultraísta en España. Un olvidado, Forcada Cabanellas escribió, según Iwasaki, un gran retrato de Borges en "De la vida literaria", volumen editado en 1941 en Rosario por Ciencia, que no figura en ninguna de las grandes bibliotecas del mundo pero que Iwasaki tiene y ahora revalida como uno más de sus vínculos con Rosario.

De la obra de Iwasaki por estos días llegó a Rosario el libro de cuentos "Un milagro informal", que reúne relatos de diferentes volúmenes. Su última publicación es "Ajuar funerario", una suerte de haikus de terror, según lo define. También dirige en Sevilla la revista Renacimiento.

-¿Qué significa haber nacido en Lima?

-Hasta antes de ser consciente de la suma de exilios que acumulan mis familias, nacer en Lima lo significaba todo, pero siendo consciente de la rama japonesa de la familia de mi padre, de la rama italiana y ecuatoriana de la familia de mi madre, y al vivir yo en Sevilla y tener un hijo ya nacido allí, ya no significa lo mismo. Por qué tengo que ser de un solo sitio si puedo ser de varios y de ninguno, me parece mucho mejor y más rico, porque no he perdido un país sino que he ganado otro. Esto no quiere decir que quien no pueda exhibir los mismos itinerarios familiares esté en la pobreza, de ninguna manera: la patria de uno, siendo escritor, son sus libros, sus lecturas, y ese es un mundo que no tiene fronteras. He nacido en Lima, sí, pero también he nacido en Sevilla cuando tenía 23 años.

-¿Por qué elegiste Sevilla?

-Fui a investigar al Archivo de Sevilla porque entonces pensaba que me iba a dedicar a la historia y nada más, pero ya estando en Sevilla descubrí otras cosas y, por supuesto, conocí a una mujer de la que me enamoré y es hoy mi esposa. Luego me pareció que Sevilla en particular y España en general me ofrecían distintas formas de estabilidad que no tenía el Perú, hablo del Perú del terrorismo, de la hiperinflación, de la crisis. Para alguien que opta por dedicarse a las humanidades, el instinto de supervivencia te lleva a buscar lugares donde esas vocaciones las puedas desarrollar con la mansedumbre propia de quien se dedica a esas cosas. Tener una vocación de paz es consustancial de quien se dedica al conocimiento, la lectura y la sensibilidad. A mí la palabra mansedumbre no me molesta, no estoy de acuerdo con esa idea de que uno está para crear polémicas. En España se dice "dos no pelean si uno no quiere", y yo no quiero pelear.

-En "Un milagro informal", el espacio de la ficción siempre es Perú.

-Sí, ese es un libro que recoge cuentos escritos en distintas épocas. Quizás los libros que me representen más en este momento sean una novela que se llama "Libro de mal amor", "El descubrimiento de España" y "Ajuar funerario". Me interesan más cosas que las peruanas, siempre me ha interesado cómo convertir las lecturas y realidades de otros tiempos y lugares en vivencias de ahora mismo.

-En el prólogo de "Un milagro informal" hablás de cierto retraso en escribir una novela, pero recién mencionaste "Libro de mal amor" como una novela.

-Es una novela tramposa. No creo en los géneros, pienso que están para degenerarlos. "El descubrimiento de España" es un libro que no es ensayo, no es memoria ni ficción, pero tiene de las tres cosas. Se publicó en 1996, cuando esa necesidad de entreverar los géneros no estaba tan tolerada como ahora, pero no creo haber inventado nada, porque "La Habana para un infante difunto", de Guillermo Cabrera Infante, me parece que es igual, un libro limítrofe con la autobiografía, la novela y el ensayo, lo mismo que muchos obras de Vladimir Nabokov y Borges. "Libro de mal amor" lo pensé como una novela pero dividida en diez capítulos donde cada capítulo puede funcionar independientemente menos el último, que ordena todos los anteriores. Los diez capítulos podrían funcionar como cuentos, y a mí no me molesta aunque la editorial se haya esforzado en decir que es una novela. Y si alguien dice que son memorias, tampoco me importa, porque está escrito desde la memoria.

-Muchos de los cuentos parecen justamente remitir a tu biografía, a lo que se conoce de ella.

-En "Un milagro informal" hay un par de relatos pensados en base a mis abuelos: "La sombra del guerrero", sobre mi abuelo japonés al que no conocí; "La última batalla de Ayacucho" quiere pensar un poco en el abuelo materno al que traté muy poco. Diría que no hay más cuentos autobiográficos. Se juega mucho con un yo narrador pero casi diría que ese es un registro fácil; me parece más difícil narrar en tercera persona. El cuento de ese libro con el que me siento más satisfecho es "El derby de los penúltimos", entre otras cosas porque hay una suerte de triple narrador. Cuando uno es muy joven, la narración en primera persona es muy seductora. Para mí el tono es muy importante, porque es lo que permite moverte entre la confidencia y la narración pura y dura, darle un tono de confidencia a lo que estás contando.

-En "El derby de los penúltimos" pensé en la figura de Manuel Forcada Cabanellas, ese escritor rosarino que vivió los años del ultraísmo en España y que vos conocés bien.

-Sí, pero la figura es Félix del Valle, un escritor peruano que también existió realmente como Forcada Cabanellas. Del Valle vivió en España. Salió del Perú en los años 20 y en España vivió intensamente la República. Su único libro en España salió en una editorial donde también editaban Rafael Alberti, José Bergamín, Benjamín Jarnés. Cuando los republicanos pierden, Del Valle se exilia en la Argentina y llega con recomendación de Cansinos Assens, termina publicando en Caras y Caretas y aquí publica cuatro libros en editorial Schapire, dos sobre Sevilla, uno sobre Toledo y otro sobre Madrid. Además de él y Forcada Cabanellas, hablé en el Congreso de la Lengua de un olvidado escritor argentino: Anselmo González Climent, a quien se le debe la palabra flamencología.

-¿Por qué te interesan figuras tan poco conocidas?

-Mi interés en rehabilitar su figura se origina en mi admiración por los escritores desleídos en las dos acepciones del término: porque no son leídos y porque se disuelven. Es una forma de ser borgeano, cuando él dice que el destino de todo escritor es el olvido. Asumo ese destino pero al mismo tiempo creo que hay un vínculo que me une a Félix del Valle, Forcada Cabanellas, Nalé Roxlo, César Tiempo: son figuras muy literarias, son pasto de la literatura. Me gusta desagraviarlos.

-¿Cómo es tu relación con los escritores peruanos más conocidos como Vargas Llosa o Bryce Echenique? Hay peruanos que dicen que ellos ocupan todo el espacio editorial.

-Nunca lo he visto así. La primera relación que tengo con Julio Ramón Ribeyro, Vargas Llosa y Bryce es de lector; los leo desde que tengo 14 años. En el caso de Vargas Llosa y Ribeyro más porque escribieron sobre mi colegio y Ribeyro fue ex alumno. Cuando se habla de los nietos del boom y lo ponen a Jorge Volpi, a Rodrigo Fresán o a mí, yo digo que en todo caso somos los hijos: soy incluso mayor que el hijo mayor de Vargas Llosa y Volpi es menor que el hijo de Carlos Fuentes que falleció. Cabrera Infante tiene la edad de mi padre. Yo no siento ninguna tentación edípica; ellos abrieron una ventana por la que el mundo editorial se asoma a la literatura de América latina gracias a la curiosidad que despertaron las obras de Cortázar, Vargas Llosa, García Márquez, Fuentes, José Donoso y Cabrera Infante.
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"La palabra mansedumbre no me molesta".

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