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 domingo, 28 de noviembre de 2004  
Nene preso por el delito de pobreza
Tiene 12 años. En la playa de una cerealera embolsaba soja desechada, legalmente sin dueño, para vendera un criadero de animales. A pedido de la firma lo capturó Prefectura y ahora afronta una causa por hurto

Hernán Lascano / La Capital

Un chico de 12 años que ingresó a buscar soja caída en una playa donde funciona una cerealera privada, en la costa de Puerto San Martín, resultó detenido y por esa acción se le inició una causa penal por hurto en los tribunales provinciales. El motivo alegado para capturarlo fue que había invadido propiedad privada y sustraído granos que habían caído, casi en la orilla del río, de la cinta transportadora que va de la planta al muelle donde arriman las barcazas.

El incidente entraña puntos de indudable controversia. Uno es que el chico embolsaba la soja en un lugar que podría ser de tránsito público, la playa, sobre la que, en ese caso, sólo excepcionalmente una persona física o jurídica puede invocar derechos privados. Otro es que la detención y el sumario del caso fue realizado por una fuerza de carácter nacional, la Prefectura Naval, que terminó protegiendo un interés privado de discutible legitimidad. Pero lo más disparatado es que acusaron al nene de hurto cuando la soja caída, al ser abandonada, deja de ser de la empresa, por lo que no hay ataque a la propiedad. Lo más grave es que la intervención no termina persiguiendo un ilícito, que no existe, sino criminalizando el accionar de un niño, en este caso pobre, que no hacía nada contra la ley. Buscaba cambiar la soja colectada por unas monedas, pero ahora afronta una causa penal.

El incidente ocurrió en adyacencias de la planta de la cerealera Cargill en Puerto San Martín. La medianoche del 9 de septiembre un empleado de la empresa privada MFP, que custodia el predio, advirtió que tres chicos estaban embolsando granos caídos de una de las cintas transportadoras bajo el muelle de barcazas, casi en la orilla del río. El vigilador avisó a Prefectura y dos de los chicos, al advertir que llegaba el móvil 201 de esa fuerza, escaparon en una piragua. Pero Gustavo V., que había llegado con ellos y vive en Timbúes, no fue tan rápido y resultó atrapado por la patrulla.

El suceso fue reportado a Tribunales y enseguida un instructor de la Prefectura de San Lorenzo le tomó declaración a Gustavo, conocido como Tato. Solo e indefenso frente a dos oficiales, Tato contó que había salido en piragua con otros dos chicos desde el rancho donde vive uno de ellos, que llegaron al muelle de Cargill y empezaron a juntar soja en la playa. Relató que al ser sorprendidos corrieron hacia la costa y que él resultó retenido.

Le preguntaron si sabía que estaba en una propiedad privada y que el ingreso y permanencia en ese sitio sin autorización era un delito. Tato repuso que lo único que pretendían era juntar el cereal tirado en el piso y luego irse.

Las fotos que tomó Prefectura muestran claramente que el lugar donde Tato y sus amigos embolsaban el cereal -que luego venden por monedas como alimento para animales- es presuntamente público: bajo un muelle, al borde del agua. No obstante al nene lo trataron como si hubiera cometido un delito, lo demoraron y le abrieron un prontuario.

Aquel 9 de septiembre, Oscar Gerónimo Rinaldi, empleado de la firma de vigilancia MFP en la planta de Cargill, señaló que cerca de la medianoche vio a los tres chicos debajo del muelle de barcazas cargando cereal en bolsas. Habían llenado seis bolsas de 50 kilos cuando advirtieron la custodia y huyeron. Menos Tato que, al no hacer tiempo, se escabulló en un hueco del muelle. Otro custodio de MFP, Antonio Luján Ayala, lo sacó de ahí tiritando de frío y el ayudante Jorge Falcone de Prefectura le labró un acta por hurto, que lleva el número 48/04. El caso fue recibido en el juzgado de Menores Nº 2.

Pero los dichos de Rinaldi y Ayala ponen claro en el acta que Tato no estaba robando nada: ambos custodios dicen que los chicos juntaban en la playa la soja caída. Que alguien recoja granos tirados en una playa y se los lleve no supone delito. Pero el talante de la intención no parece ser preservar la soja del suelo, que no tiene recuperación comercial, sino que nadie transite por la ribera del río donde está la empresa privada. Y ese interés particular recibe la protección de Prefectura Naval, una fuerza nacional que, aunque tiene poder de policía en la zona, actúa en este caso como si fuera una agencia de vigilancia privada acusando a un chico de un delito inexistente. La Prefectura se ocupó también de sacarle a Tato los nombres de sus dos amigos y los barrios donde viven en San Lorenzo y Puerto San Martín. Luego dedicó tiempo y personal a sondear sus domicilios pero no los localizó.

Según explicó Dalmacio Chavarri, docente de la cátedra de Derecho Civil de la Facultad de Derecho de la UNR, el artículo 2340 del Código Civil establece que las playas o riberas internas de los ríos -la extensión de tierra que el agua baña o desocupa entre las crecidas medias ordinarias- son bienes de dominio público. "En ocasiones pueden ser desafectadas del control del Estado, pero en principio una playa es un bien de dominio público", indicó. Por lo tanto es muy posible que Tato, la noche que fue detenido, no hubiera pisado nunca propiedad privada.

Pero la cuestión clave es que al nene se lo acusó del delito de hurto lo que supone, para su entorno de personas pobres como él, un inequívoco mensaje de aleccionamiento. El penalista Sebastián Soler define que "no son suceptibles de hurto las cosas voluntariamente abandonadas por sus dueños -conforme a los artículos 2525 y 2526 del Código Civil- porque la cosa, mediando abandono, ha dejado de ser ajena". Tato no pudo hurtar nada porque la soja tirada en la playa, desechada y sin recuperación comercial, se había convertido en una cosa sin dueño.

Antes que el problema legal hay, sin embargo, otro más elemental. No es la insignificancia de los granos embolsados lo que parece importar, sino desalentar en la costa donde se levanta la empresa la formación de un reservorio de excluidos procurándose la subsistencia. Así sea transformando en crimen el acto de un niño que, empujado por el mundo de miseria en el que vive, pensaba llevarse un poco de soja tirada para vender a un criadero de chanchos.
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