Año CXXXVII Nº 48578
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 domingo, 21 de noviembre de 2004  
Interiores: La soberanía humana

Con toda probabilidad la soberanía figura en la galería de los valores sagrados y con toda evidencia también en la galería de los valores vapuleados. Los países se dicen soberanos y los individuos se imaginan soberanos porque así lo sienten o porque así lo sueñan. De manera que todos los días se despiertan y se levantan cada uno, tanto los países como los humanos en circulación, a sus respectivas soberanías para encontrarse y desencontrarse con sus vecinos de especie, también ellos soberanos de una soberanía efectiva o de una soberanía ansiada.

Visto así el mundo está poblado de soberanos que habitan en países soberanos, o que así lo creen y lo hacen creer, aunque en realidad nadie cree demasiado que los países son soberanos, salvo el país number one, que viene a ser el país soberano por los cuatro costados del planeta, que son precisamente los costados en los que va arrasando la soberanía de los demás países.

En cuanto a los individuos tan soberanos que parecen cuando pasean su egocentrismo, muchas veces con regodeo incluido, más bien pareciera tratarse de una soberanía al modo de las monarquías contemporáneas que sobreviven bajo el eslogan y bajo la condición de que los monarcas son reyes que reinan pero no gobiernan. Ahora bien, un rey que no gobierne, es un rey con poco dominio sobre sus dominios y esto es en buena medida la situación del individuo que se siente rey de sí mismo y de su existencia, autor de sus días, más proclive a sentirse y proclamarse soberano de sus éxitos y bastante menos proclive a asumirse como soberano de sus fracasos.

Soberano del planeta que habita y de la existencia en la que y con la que recorre su turno de vivir tiene muchas razones para sentirse superior al resto de los vivientes lo que no impide que en una demostración manifiesta de su superioridad, muy característica de su manera de caminar y pisotear el planeta, sin embargo su alma se estremezca ante el crujido de una cucaracha reventada por su propio pie, en tanto y en cuanto, y por una expansión ilimitada de nuestro ser, todo ser nos parece en última instancia que es algo más que un ser biológico pues de lo contrario no se explica la repugnancia con tanto consenso que produce una maravilla biológica como la susodicha cucaracha que, quién sabe, si no nos sobrevivirá como especie.

En cierto sentido el humano es un ser pisoteador y no sólo en este tiempo sino en todos los tiempos, su manera de ocupar el planeta ha sido, y por lo que parece seguirá siendo, pisoteando otras especies y sus propios compañeros de especie que por lo general no son vistos como tales.

La soberanía no deja de ser un ideal que bien podrá estar entre los máximos ideales, y no hace falta ninguna lupa para observar que es una palabra tan rodeada de pompa y solemnidad que además está vestida y compuesta de soberbia. La soberbia humana no es una soberbia de la especie como tal, sino que es la soberbia de muchos de sus especímenes que tratan de imponer su mundo a los otros, aun y especialmente a costa de los otros. Del mismo modo que hay muchos especímenes en todos los tiempos y en todos los espacios que al igual como hacen los verdaderos jueces que sólo hablan a través de sus fallos, los mejores humanos hablan a través de sus obras. A partir de lo cual si sus obras son soberbias ellos en cambio no lo son, y si lo son, ya que en lo humano la diversidad es tal que siempre hay ejemplos para todo, pues en ese caso la soberbia del autor difícilmente supere a su soberbia obra.

Ahora bien, todos los mundos están compuestos por seres que tienen su mundo, lo cual vale para todos los seres de la escala general de lo viviente, sólo que el mundo de una hormiga colorada es el mismo de todas las hormigas coloradas. No es lo mismo entre nosotros. Compartimos un mundo cada cual a partir de su propio mundo teniendo la enorme tarea cotidiana de distinguir cada vez entre el mundo propio y el de todos. De forma tal que se podría decir que la soberanía humana es una forma de soberbia que se ejerce en dos niveles: con respecto a la propia psiquis y con respecto a la psiquis de los otros.

Con relación a nuestra psiquis hay, en todo caso, una ilusión de soberanía, en el sentido de que no reinamos sobre nuestro propio mundo como lo muestran los múltiples síntomas que caracterizan al humano y que pueden ir desde el insomnio hasta la impotencia o la frigidez, aun sin salirse de la normalidad, y que son vivos ejemplos de que no siempre los humanos pueden hacer lo que más quieren hacer, esto es, dormir o hacer el amor.

Con respecto a la psiquis de los otros por lo general tenemos más que nada ideas pre-concebidas, que pueden ser tan variadas como comunes pero que de todas formas la "madre" de las ideas pre-concebidas es la imposición de nuestra supuesta soberanía a la psiquis de los otros. Damos por supuesto que al otro, tanto a su alma, como a su cuerpo, le deben gustar las mismas cosas que nos gustan, y más todavía, también rechazar los mismos rechazos que nosotros.

En definitiva, ambos grupos de ideas son ideas pre-concebidas, es decir, ideas implantadas por la masa de prejuicios que caracteriza cada época y todas las épocas. De lo que se trata, en lo posible, es de concebir nuestras ideas y no solamente conducirnos con las múltiples ideas pre-concebidas, ya que más que conducirnos, somos conducidos. Sobre todo por que no todos los negros son negros, ni siempre el negro es negro. Del mismo modo que no todos los blancos son blancos, ni siempre el blanco es blanco. Para que todos podamos ser otro, en el sentido de ser un poco más creativos y un poco menos repetidores.
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