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 domingo, 17 de octubre de 2004

Interiores: La hormona materna

Jorge Besso

Habíamos escuchado hablar hasta el hartazgo del mítico instinto materno, tan cacareado como bastardeado. Pero hasta ahora nadie había podido abrir el paquete del instinto y por lo tanto asomarse en su interior. Los incansables investigadores de las neurociencias lo lograron, pudieron espiar en el interior del instinto materno, ¿y qué encontraron?: una hormona.

No es que la cosa sea nueva, ya que hace bastante tiempo que se habla de una criatura llamada oxitocina, que en cierto modo trabaja en equipo con otra criaturita conocida en los ambientes biológicos como la endorfina, ambas perteneciente al stock hormonal de que disponemos, o que más bien disponen de nosotros, ya que dentro de las tantas cosas que no manejamos están por supuesto las decisivas hormonas.

Los incansables investigadores del norte del hemisferio nunca cesan de experimentar con ratas, y luego trasladan con o sin precauciones los resultados a los humanos. La traspolación de los supuestos hallazgos en el fondo no es incorrecta, ya que entre los humanos abundan las ratas sobre todo y muy especialmente en las cuevas del poder que asolan la humanidad.

El asunto es que en determinadas circunstancias los roedores se roían sus crías en lugar de criarlas. Con un preparado y un agregado de oxitocina, no sólo dejaban de manducárselas sino que se volvían maternales una vez que habían sido convenientemente oxitocinizadas. El indudable éxito vuelve inmediatamente la vista, las publicaciones, investigaciones, los programas de incentivos y demás yerbas buscadoras y experimentadoras a los humanos para en tal caso evaluar la posibilidad de que si hay alguien desamorado (y los hay), y más aún si se trata de una madre o acaso de una esposa gélida, pues puede resultar de gran utilidad un sacudón hormonal que permitiría inyectar amor donde no lo hay.

No se trata solamente del pingüe negocio de los laboratorios para que dispongan y comercialicen la que ya se llama la "hormona del amor", lo cual resulta más que obvio en un mundo más cuadrado que global que ha hecho de la economía un dogma religioso con sacerdotes, predicadores y pontificadores, y también agoreros que en economía quedan bien, al igual que en la religión, pues es de uso y costumbre pintar un horizonte más bien negro o negroide.

Es que además de los negocios, tantas veces capaces de seguir profundizando la miseria, habría un beneficio aún mayor: podemos terminar para siempre con el enigma del amor. Es que al programa hormonal se le podría agregar el ya célebre Viagra del que seguramente ya debe haber en plaza o en gestación, algún Viagra Plus que incluya una versión femenina, o acaso unisex, con lo que tendríamos resueltos una gran cantidad de los dramas cotidianos por lo menos para la gente con tarjeta o dinerillo.

Ya no tendría demasiado sentido la búsqueda de la mujer perfecta o del hombre soñado, ya que cualquiera podría serlo con el corazón hormonal y la mirada y la pasión del Viagra Plus. De todas maneras, es posible que aún persista una cierta diferencia entre las caricias con pastillas y las caricias sin pastillas, más que nada porque el alma no es demasiado pastillable y más aún si no olvidamos que todos somos hijos del amor o del desamor, esto es que hemos sido criados en las ambigüedades propias del amor.

Por más hormonas intervinientes junto a la danza de las neuronas correspondientes, y de los genes intervinientes (sin los cuales de nada podríamos estar hablando) lo cierto es que la madre no es un ser meramente biológico, y quizás más bien haya que pensar que es un ser de alta complejidad, no reducible a un mero rol o a un conjunto de hábitos, y tampoco adjudicable a un instinto dada la enorme variedad de comportamientos entre las madres, tanto en lo que respecta a las madres en las distintas culturas como a una misma madre con relación a sus distintos hijos, todo lo cual hace que una categoría biológica como la del instinto se evapore como agente explicador, ya que el instinto da cuenta de la repetición y no de la variedad.

Un ser único entre los humanos en cuanto a su capacidad de engendrar, luego de ella misma haber sido engendrada, es decir el único ser que luego de haber estado adentro pasó a estar afuera para tiempo después tener alguien adentro a quién enviar afuera. Además de que en tal despido ha de poder sostenerlo como si estuviera adentro, para poder prepararlo para que pueda estar afuera.

Un ser único en comparación con los otros mamíferos cuyas hembras y cuyos vástagos parecieran estar mejor dotados para el nacimiento, y también para los primeros pasos que por lo general resultan más rápidos y más seguros que en los humanos, dado que las otras especies alcanzan la autonomía de vuelo bastante antes.

La madre, como otros seres sociales, todos los años tiene su día que llega con toda puntualidad aunque es muy posible que el día de la madre sea el día top de los "días de", un poco por encima tal vez que el día del padre y compitiendo palmo a palmo con el día del niño, del cual y de los cuales es inútil resaltar una vez más la comercialización de dichos días, por lo demás tan importante para mucha gente.

Tampoco alcanza con decir que el día de la madre son todos los días, ya que es imposible sustraerse al clima hasta asfixiante que tienen esas jornadas, y a las que ni siquiera les falta una pátina viscosa. Así y todo, ¡salud! a todas las madres. Pero hoy puede ser un buen día para desmitificar uno de los asertos más populares, escrito en casi todos los monumentos: madre hay una sola. Nada menos cierto, ya que buena parte de los hombres se pasan gran parte de la vida confundiendo a las mujeres con su madre. Con la madre que tuvieron, o con la que no tuvieron. Y las mujeres confundiendo a los hombres con hijos. Con los hijos que tienen o con los hijos que no tienen.

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