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 domingo, 10 de octubre de 2004

Reportaje
Beatriz Vallejos: "Somos una vibración infinita"
Escribió, entre San José del Rincón y Rosario, una de las obras más singulares de la poesía argentina y persiste en el camino de la sencillez y la humildad

Irina Garbatzky

Los poemas de Beatriz Vallejos (1922) se cruzan suavemente, como los puntos de un tejido ancestral. Comienzan en 1945, con su primer libro, "Alborada del canto", y desde entonces siguen y siguen, como textos que "se escriben solos" y penetran las imágenes del litoral, su transparencia y su misterio, a la par de un vasto desarrollo de una obra plástica. Pequeños seres que se nos brindan mediante un único golpe de vista, sus poemas condensan todo el peso y fragilidad que tienen las cosas más sencillas de la existencia: una gota de rocío en su punto máximo de gravidez, un atardecer convocado por entero en su "apaisado profundo", un grito elevando su peso temporal en el movimiento de atravesar dos orillas.

La obra de Beatriz Vallejos incluye, entre otros títulos, "La rama del seibo" (1963), "El collar de arena", "Horario corrido" (1985), "Lectura en el bambú" (1987) y "Del río de Heráclito" (1999). En 2001 apareció "El cántaro", una antología que recorre su producción.

-Beatriz, ¿se "empieza" a escribir? ¿O es la poesía un modo de percepción diferente?

-¿Empezar? Siempre fue así. Desde la escuela, desde pequeña escribía. Yo me cohibía, escribía, por divertirme, sonetos con todos los chirimbolos. Pero cuando yo tenía que expresarme, la escritura ya adquirió su perfil indiscutible. Mirá, había un profesor de la Universidad, amigo de mi hermano, yo era chiquilina y un día me dice: "Beatriz, se pueden identificar sus poemas, aunque usted no los firme". Y es cierto. Me puse a pensar, porque para mí todo es valioso, no me siento por encima de nadie, me siento con el derecho de expresarme como quiero porque lo hago desde el vamos con todo el respeto. No me voy a poner a hacer payasadas.

-¿Cómo ha sido su historia con la pintura y con la poesía en este intento de plasmar ambas disciplinas?

-¡Eso es lo que me estoy preguntando! Porque todo sucedió de golpe. Resulta que un día, curiosa como todo artista, fui a ver la exposición en Rosario de Carlos Valdés Mujica, un imaginero laquista, mi maestro laquista, no había otro laquista en América. ¡Uy, cómo se entusiasmó con mi trabajo! Desde entonces me decía: "Beatriz, tienes que pasar tus trabajos a la tabla". Mis temas siempre estaban ahí, vinculados con el paisaje. Entonces apareció en mí esa inquietud. Me dije: en sus orígenes el mensaje religioso es un mensaje de luz, y yo no voy a repetir el Evangelio, pero quiero que transmita la alegría de vivir por sobre todas las cosas. Expuse en todos lados, en las mejores galerías en Buenos Aires. Allí, un muchacho que cuidaba las galerías en ese entonces, me dice: "Póngase contenta porque los del Di Tella, cuando usted no está, vienen a agacharse, a mirar por todos los costados, porque les llama la atención lo que usted hace". Y bueno, dije yo, que miren, que pregunten, si es un diluído sencillo como usaban los italianos del Cuatrocentto. Eso eran los íconos -nada más que los hacían de dos metros de alto-, esos santos que mostraban cuál era la verdad espiritual.

-Que se contrapone a esa premisa tan conocida de que sólo de lo oscuro y lo doloroso surge la creación.

-Claro porque ¿para qué creamos y nos jactamos de ser poetas? Para ser instrumentos de la luz: no podemos andar en son de lo oscuro. Cuando era adolescente pasaba por etapas de rollos, y decía "ya se me va a pasar". Y hasta que no se pasaba no volvía a escribir.

-Resulta difícil pensar que en este mundo la poesía pueda encontrar un sitio.

-La poesía siempre fue como un solo mensaje. Lo arruinaron después, con las escuelas del psicoanálisis, las modas. Entonces los inocentes creen que: "Ah, por ahí es" y se largan en tropel y no es así. Lo sencillo, eso es. Y te digo que la poesía que yo escribo, me estoy dando cuenta ahora -pero no me mareo por eso- tiene importancia en el sentido de que he señalado lo que han señalado otros maestros de la plástica: la sencillez. No hay otro camino. Cambiará el paisaje, el telón de fondo, pero siempre los habitantes del misterio están ahí esperando que uno diga: "ah, vos sos mi amigo". Siempre me atrajo el misterio. Pero no el misterio truculento, de novelón, sino el del ámbito, el misterio del acontecer. La casa de mis padres era chiquita en Rincón, y a mí todo me impresionaba. El olor a humedad de las habitaciones cerradas tenía que ser traducido en algo. Traducir el recuerdo de la casa: ¿qué es lo que primero se fija? Los recuerdos de la infancia, la adolescencia, de acuerdo a su drama interior ¿no? Pero el drama es uno solo. El drama de existir felizmente no se extingue ni se extinguirá nunca. Entonces cada uno lo aborda desde su puente, su puentecito. Eso es todo, nada más. Nada más, y es con la obligación de compartir eso que yo voy prodigando lo que sé con gran generosidad. Yo quería hacer algo que fuera legítimo, no una innovación porque sí. Yo no quería "impactar" sino legitimar una voz.

-Ha dicho que nunca corrige sus poemas, porque el poema se revela. ¿Habría alguna relación entre su poesía y el haiku?

-Es así, simplemente se van amontonando los aconteceres y bueno, no los puedo desechar, son hijos de mi alma. Vos sabés que cuando empieza un poema sigue, sigue, sigue. Alguna vez dije: "mis libros se escriben solos". Yo no llegué a ninguna poesía japonesa. La encontré a la vuelta de la esquina y dije: "ah, somos amigos". No hay nada separado en la historia de la cultura, aparentemente hay etapas, por supuesto, pero está todo convocado.

-Como ese poema que dice: "Recuerdo a mi antepasado sioux..."

-(Sonríe) "sentado en su verde pradera/ Del lago de sus ojos/ brota la dirección del viento/ antes de que el viento pase". Es algo vívido, está incorporado a mi realidad. No somos seres extraordinarios porque nos decimos poetas, somos extraordinarios porque hemos tenido la suerte de nacer en este planeta, así como está, todo estropeado, pero con una historia de siglos y eso no se puede olvidar. Sucede como quien junta piedritas en la playa, "a ver", dice, y junta las más simpáticas y las pone en una bolsita. Pero si uno se pone a ver y a dialogar con esa piedrita, esa piedrita tiene mucho que contar. Todo tiene mucho que contar.

-¿Cuáles son los autores a los que relee?

-¡Y ahora tengo que pensarlo! Recuerdo que mis padres eran buenos lectores, entonces yo me nutría de esas lecturas, del siglo XIX. ¿Qué autores? Los franceses, Emile Zola. Después los rusos, Maiakovsky me entusiasmaba. Yo no estuve de acuerdo con los poetas suicidas, ¿por qué se tenían que aniquilar? A esos de entrada los puse aparte: "esto no es", decía. Tuve buenos amigos, como José Portogalo, ¿lo oíste nombrar? Bueno, un día, cuando había cantidad de casas que se alquilaban él dice: "yo me vengo a vivir acá, al lado de ustedes", y se vino a vivir al lado nuestro. Mirá, todo lo que yo aprendí sobre poesía, creo que lo aprendí de la época nuestra, en la cocina nuestra, y él hablaba, él era sociable, había sido canillita, vendía diarios y enseñaba a bailar el tango, José Portogalo. Pero como buen tano era machista... Todo el que era buen poeta ha dejado su marca y ya que hablás de los japoneses, a mí me impresionó la síntesis de la poesía japonesa. No amontonaban palabras ni discursos sino que el poema estaba ahí, inamovible, como una presencia. Yo lo que más admiro en cualquier ser vivo es el respeto.

-Es muy difícil aprender eso.

-Ah, se emplea toda una vida. No es fácil. Yo siempre tuve una cierta distancia de la moda y todo eso, me apabullaba esa gente que decía que sabía mucho... Desconfío de la gente que dice que sabe mucho. Nadie sabe lo suficiente. Cuando llega a la última palabra, al último interrogante, que es la síntesis, se queda calladito en el umbral, como un chico que no sabe qué pedir cuando solicita una limosna. Eso es lo que hay que hacer y hay que hacerlo con el mayor respeto.

-Como ese poema de "El collar de arena" que dice: "la playa exalta mi sombra / en tanto el mar sea mar, no moriré".

-Claro, porque yo no creo en la muerte, yo creo que somos una vibración infinita. No soy de ninguna secta, no te asustes. Esa es la traducción verdadera, en mí, en otro será de otra forma, de las circunstancias del existir.

-¿Viajó usted, Beatriz?

-No, no viajé nada, fui dos veces al Paraguay, en barco, como era mi ilusión, conocer el alto Paraná, eso sí, qué lindo. Yo creía, ingenua, que el río era así, derechito, no me imaginaba que daba tantas y tantas vueltas. De eso estoy feliz, de haber conocido el alto Paraná. El atardecer en el alto Paraná es lo más hermoso. Después de eso ¿qué escribir? Lo "obvio", un tema que le suele gustar a mi nieto: "obvio", dice; bueno, lo obvio ponélo a un costado, y lo otro ya vendrá solito y descalzo. Yo era quien tenía que intervenir aquí, "yo" el duende, "yo" el desconocido. Siempre te vas a encontrar con desconocidos, siempre es cuestión de no temerles, sino de averiguar a tiempo con qué intenciones vienen. Y que no se tergiversen mis palabras, que no se tergiverse el mensaje. Para mí, mi mensaje es la luz, ya con eso está bien, después cada uno le da el vuelo que cree. ¿Sabés lo que yo hago a veces? Caleidoscopios, mi padre me enseñó cuando era chica, viste que es una aparente ilusión. Así es la poesía, también.

-¿Qué les diría a los que comienzan a escribir poesía?

-Que sean humildes, como siempre. Lo más humilde es seguir. No la moda, la estridencia, sino una decantación, como la gotita de agua, ahí viene lo cristalino... Y lo otro, lo otro no vale la pena recogerlo.

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"Mi mensaje es la luz", dice Beatriz Vallejos.

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