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 domingo, 12 de septiembre de 2004

Anticipo
Mapas de la interculturalidad
La interacción de las culturas, vista desde la crítica a la lógica de la inclusión y exclusión

Néstor García Canclini

Durante el siglo XX gran parte del pensamiento social se dividió entre teorías de la diferencia y teorías de la desigualdad. Estudiar las diferencias y preocuparse por lo que nos homogeneiza ha sido una tendencia distintiva de los antropólogos, así como de nacionalismos y movimientos étnicos. Los sociólogos acostumbran detenerse a observar los procesos que nos igualan y los que aumentan la disparidad. En los últimos años del siglo pasado y en los primeros del XXI los especialistas en comunicación y otros que destacan las conexiones sociales tienden a pensar en términos de inclusión y exclusión.

La sociología postbourdieuana y las teorías del capitalismo en red están abriendo nuevos modos de enfocar la larga polémica entre diferencia y desigualdad. La relativa unificación globalizada de los mercados tiende a reubicar las fracturas entre etnias y clases en una lógica de inclusión o exclusión. ¿Qué significa el predominio de este vocabulario? La sociedad, concebida antes en términos de estratos y niveles, es pensada ahora bajo la metáfora de la red. Parece diluirse la condición de explotado, que antes se definía en el ámbito laboral. Ahora el mundo se presenta dividido entre quienes tienen domicilio fijo, documentos de identidad y de crédito, acceso a la información y el dinero, y, por otro lado, los que carecen de tales conexiones.

En América Latina, aunque no sólo aquí, es particularmente notable la desconexión escenificada en los ámbitos de la informalidad, donde se puede tener trabajo pero sin derechos sociales ni estabilidad, se logra vender pero en la calle, manejar taxis sin licencia, producir y comerciar discos y videos piratas, pertenecer a redes ilegales, como las del narcotráfico y las de otras mafias que emplean a desocupados en tareas discriminadas y descalificadas (recolección de basura, contrabando, etc.).

Este giro de la problemática de la diferencia y de la desigualdad a la de la inclusión/exclusión no se observa sólo en los discursos hegemónicos. Aparece también en el pensamiento crítico. En un contexto marcado por la derrota de los partidos y sindicatos que agrupaban a los desfavorecidos por la explotación en el trabajo, crecen las asociaciones con argumentos ecológicos, contra la exclusión por el género, la raza, las migraciones y otras condiciones de vulnerabilidad. Desde la acción humanitaria hasta las nuevas formas de militancia se proponen, más que transformar órdenes injustos, reinsertar a los excluidos. Su mismo estilo organizacional, tratando de evitar la rigidez burocrática que desacreditó a los partidos clásicos, aquellos que anteponían los intereses de la organización a los de las personas, promueven formatos ágiles y flexibles, actúan más en relación con acontecimientos que con estructuras. Hemos visto sus políticas de frente multiorganizacional en las protestas mundializadas -de Seattle hasta Cancún- y en los Foros Sociales de Porto Alegre y Bombay, donde la acción común prevalece sobre la pertenencia y se vuelve difícil saber quién está "dentro" y quién "fuera".


La nueva explotación
El libro de Luc Boltanski y Eve Chiapello, "El nuevo espíritu del capitalismo", quizá la obra más consistente de las que en este cambio de siglo ofrecen visiones críticas del conjunto del sistema, contiene, entre otros méritos, un análisis sutil de lo que significa esta "homología morfológica entre los nuevos movimientos de protesta y las formas de capitalismo que se han ido instaurando en el transcurso de los últimos veinte años". Al recorrer los discursos y los trabajos estadísticos dedicados a los excluidos, encuentran que las desventajas sociales son miradas como consecuencia de relaciones entre miseria y culpa, o de características personales fácilmente transformables en factores de responsabilidad individual, con lo cual se elimina la visión estructural de la explotación que iba ligada a la noción de clase: "la exclusión se presenta más como un destino (contra el que hay que luchar) que como el resultado de una asimetría social de la que algunas personas sacarían partido en perjuicio de otras". Estos autores reconocen la utilidad del concepto de exclusión para entender formas de miseria correspondientes al desarrollo capitalista actual, pero se preguntan en qué sentido este término oculta dispositivos de formación del beneficio propios de modos de explotación de un "mundo conexionista".

(...) Leer el mundo bajo la clave de las conexiones no elimina las distancias generadas por las diferencias, ni las fracturas y heridas de la desigualdad. El predominio de las redes sobre las estructuras localizadas invisibiliza formas anteriores de mercantilización y explotación -que no desaparecieron- y engendra otras. Coloca de otro modo la cuestión de los bienes sociales, de los patrimonios culturales estratégicos y de su distribución desigual.

Desde el punto de vista conceptual, este libro trata de mostrar que estos tres modelos no son opcionales. Necesitamos pensarnos a la vez como diferentes, desiguales y desconectados, o mejor como diferentes-integrados, desiguales-participantes y conectados-desconectados. En un mundo globalizado, las tres modalidades de existencia son complementarias.

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Los líderes del G7 según una protesta en Cancún.

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