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 domingo, 05 de septiembre de 2004

Lecturas
La búsqueda del silencio a través de las palabras

Irina Garbatzky

"Literatura contemporánea puede ser considerada como una estrategia de exilio permanente". Esta reflexión es la que lleva a George Steiner a incluir a Samuel Beckett como uno de los mayores exponentes de la literatura del siglo XX, una literatura atravesada por escritores que eligieron hacer de su lengua y su obra construcciones "extraterritoriales": regidas por la inestabilidad entre varios países y fronteras idiomáticas, al abandono de todo confín seguro y sustantivo del mundo.

Desde esta perspectiva, la obra de Beckett no sólo se ajusta al fenómeno de traspaso de una lengua a otra -después de 1945 el novelista y dramaturgo irlandés abandonó su lengua natal para escribir la mayor parte de su obra en francés-, sino que se vincula a esta percepción del ser humano arrojado a un mundo absurdo y fugaz en el cual los hombres, desvinculados de los objetos, se conforman como un universo de palabras que no alcanzan a comunicar lo esencial para sí mismos.

En estos "Relatos" -textos marginales y narraciones breves que recorren una franja temporal desde 1945 a 1980- se convocan una serie de elementos construidos y quebrados en el proceder de una sintaxis que abunda en repeticiones y balbuceos: la presentación de la humanidad degradada a la condición más básica de existencia y la corrosión de la pregunta que funda todo acto de narrar: preguntar qué se relata y cómo es posible la narración en los textos de Beckett es encontrarse frente a un abismo, o mejor, a uno de los acantilados que vuelven en sus visiones: "la cresta escapa al ojo donde quiera que se pose".

En efecto, el silencio para Beckett es una palabra sana. La palabra que cura, un calmante para un narrador-protagonista siempre expulsado, que relata su vida desde una tumba o que mama la ubre excrementicia de una vaca: "Sólo las palabras rompen el silencio, el resto ha callado. Si me callase, ya no oiría nada más. Pero si me callase, los demás ruidos volverían a empezar, aquellos a los que las palabras me han vuelto sordo, o que realmente han cesado. Pero me callo, esto ocurre, no, nunca, ni un segundo".

El silencio sobreviene como resistencia. No se "avanza" nunca en los relatos de Beckett, sus palabras, a modo de chorros fantasmales, se tornan interminables letanías de repeticiones que culminan en una degradación ciertamente paradójica. Donde se muestra la rigidez del significado asalta, misteriosamente, lo nuevo: "Arriba la luz, los elementos, una especie de luz, la suficiente para ver, los vivos se encaminan, sin demasiada dificultad, se excitan, se unen, evitan los obstáculos, sin demasiada dificultad, buscan con los ojos, cierran los ojos, detenidos, sin detenerse, entre los elementos, los vivos."

Una lectura cronológica de estos textos revela una evolución inversa: con el avance de los años se borran los sujetos, los elementos referenciales y las acciones, para sólo dejar los despojos del mundo en frases desagrupadas: "Ruinas refugio cierto por fin hacia el cual de tan lejos tras tanta falsedad. Lejanos sin fin tierra cielo confundidos ni un ruido nada móvil". Incluso los nombres de los relatos son significativos en este sentido; el paso que va de "Primer amor" a "Textos para nada", "Sin", "Basta" o "Mal visto mal dicho", conforma un espacio de deliberada exclusión al que se someten sus personajes y su escritura; traslaciones de un fluir de pensamiento hacia una profusión de blancos diáfanos, cuerpos arrojados en la nieve, hombres frente a máquinas, objetos, planos, reflejos y ángulos: "Ni rastro de vida, te dices, bah, bonito asunto, imaginación no muerta, sí, bueno, imaginación muerta imagina. Islas, aguas, azur, verdor, fija, pff, abracadabra, una eternidad, calla."

No hay tragedia, sin embargo. La certeza de un hombre abandonado a su existencia ("abandonar, pero si todo está abandonado, no es reciente, yo no soy reciente"), dejado en el lapso de su vida sin finalidad alguna, no es trágica: donde la tragedia exaspera sus propias bases se configura el absurdo.

Al modo de Sísifo -aquel personaje de la mitología griega que cargaba una piedra que siempre volvía a caerse- estos "relatos" reinciden una vez y otra sobre la insistencia tozuda de los hombres esperanzados en un Godot que no vendrá, su supervivencia en un mundo desposeído de sí a fuerza de estar abarrotado de cosas ("las cosas también deben estar allí todavía, un poco más gastadas, un poco más menguadas, muchas en el mismo lugar, que en tiempos de su indiferencia"), la lucha de sus cuerpos reducidos a sus funciones vitales mínimas y la conciencia de la precariedad de las palabras; lejos de solemnizar convierten ese espacio "extraterritorial" en la zona del absurdo, donde se vuelve indiscernible el gesto del llanto y el de la risa: "Saberme existir, por muy débil y falsamente que fuera, por fuera de mí, tenía en otra época la virtud de conmoverme. Se convierte uno en un salvaje, forzosamente. A veces se pregunta uno si estamos en el planeta correcto. Incluso las palabras te dejan, con eso está dicho todo".

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Extraterritorial. Beckett dejó su lengua natal para escribir la mayor parte de su obra en francés.

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