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 domingo, 22 de agosto de 2004

Ciencia y meditación: emociones positivas

La meditación se emplea desde hace más de 3.000 años. Durante mucho tiempo se consideraba una práctica reservada a los budistas, a seguidores de filosofías como el zen o incluso a personas con un cierto toque esnob. Sin embargo, la lista de adeptos ha ido creciendo en los países occidentales en los últimos años.

Los que la eligen actualmente, lejos de tratarse de fieles religiosos, son profesionales agobiados por el estrés, pacientes a los que se les recetan unas sesiones de exploración interior para mejorar o prevenir el dolor, o individuos interesados en profundizar en sí mismos y aprender a manejar sus emociones.

El interés de los científicos por la meditación comenzó hace ya algunos años. En las décadas de los 60 y los 70 se había demostrado que el uso de estas técnicas proporcionaba una extraordinaria concentración. Un profesor de medicina de la Universidad de Harvard, Herbert Benson, a través de sus investigaciones llegó a la conclusión de que meditar contrarresta los mecanismos cerebrales asociados al estrés. Sin embargo, el verdadero salto y sobre todo su divulgación masiva, han llegado de la mano de una colaboración peculiar.

El Dalai Lama, Tenzin Gyatso, ha puesto a disposición de los neurocientíficos occidentales su cerebro y el de sus monjes. De ese modo, los religiosos se han visto con el cráneo repleto de electrodos de los sensibles instrumentos de que se dispone en la actualidad, para fotografiar lo que ocurre en sus redes neuronales cuando practican meditación.

Investigadores de diversas instituciones se han propuesto investigar los efectos. Uno de los más activos en los últimos años ha sido Richard Davidson de la Universidad de Wisconsin, en EEUU. Sus trabajos se han hecho famosos porque los resultados aportan datos interesantes y sorprendentes sobre la práctica milenaria. Estos indican que la meditación tiene repercusiones biológicas: produce cambios en el cerebro asociados a emociones más positivas y mejoras en la función inmune.

Daniel Goleman, autor de numerosos libros sobre inteligencia emocional y del recientemente editado "Emociones destructivas", fruto del encuentro del Dalai Lama con científicos, sostiene que lo eficaz es que la meditación puede llegar a cambiar las emociones y que los resultados tienen importantes implicaciones a la hora de valorar los beneficios.

Los estudios neuronales demuestran un incremento de actividad en el lóbulo frontal izquierdo, que es la residencia de las emociones positivas. Al mismo tiempo se reduce el funcionamiento de la región derecha. Los neurocientíficos han observado que las personas que emplean más la zona izquierda tardan menos tiempo en eliminar las emociones negativas y la tensión acumulada.

Las investigaciones en monjes budistas con años de experiencia en la meditación, indican que tienen una actividad mayor en el lóbulo izquierdo que las personas que no practican esta técnica. La duda que se planteaba en los estudios con monjes fue si sus cerebros ya eran diferentes, y por eso los hallazgos resultaban tan llamativos. Para resolver el dilema, Davidson y su equipo decidieron investigar con personas sin experiencia en técnicas de meditación.

Los resultados confirmaron que no es necesario ser un consumado meditador para disfrutar de los beneficios. Los individuos que practicaban regularmente habían desarrollado, al igual que los religiosos, mayor actividad en el lado izquierdo del lóbulo frontal. Los científicos comprobaron también en este grupo de voluntarios que el sistema inmune de aquellos que se habían entregado a la exploración interior era más potente que el de otras personas.

Las posibilidades de la meditación están todavía por explorar. Davidson y su equipo actualmente tienen en marcha un trabajo con pacientes depresivos, del que aún no se tiene resultados concretos. Sin embargo, John Teasdale de la Unidad de Ciencias Cognitivas y del Cerebro en Cambridge, Gran Bretaña, ha comprobado que la combinación de la meditación con terapia cognitiva reduce las recaídas en personas depresivas.

Tanto el planteo budista como el de otras tendencias orientales en las que se emplea regularmente esta práctica va más allá. Su uso está asociado a un cambio de percepción de la realidad, y a estimular los procesos de conciencia, algo que también interesa a los científicos y que Goleman en "Las emociones destructivas" define como "conocimiento" de la existencia.

Uno de los personajes que aprovecha este aspecto de la meditación para sus creaciones es David Lynch. El director de cine confiesa consagrar 90 minutos diarios a meditar desde 1973, y según la revista Time, Lynch confiesa: "Consigo más ideas en niveles de conciencia más profundos y además, tienen mayor claridad y poder". Este tipo de investigaciones se encuadran en la tendencia actual de lo que se denomina medicina integral o en un contexto más amplio, el estudio de la interacción mente cuerpo.

Después de siglos de divorcio entre estos dos aspectos que describen al ser humano, los nuevos datos que proporcionan las neurociencias están matando al dualismo cartesiano, según ha comentado en varias oportunidades Goleman. "El cerebro junta las emociones y los pensamientos. Los mismos circuitos que nos permiten pensar, nos permiten sentir", añade.

Los cambios cerebrales que produce la práctica habitual de la meditación tienen algunos puntos en común con los que se observan en el estado de iluminación o éxtasis místico.

Cualquier persona tiene la capacidad de vivir este tipo de experiencias profundas, sobre todo en Occidente donde el pensamiento racional ha adormecido el contacto con otras realidades. Otras culturas han dado valor a esta capacidad y la han cultivado.

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