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 domingo, 22 de agosto de 2004

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El lugar de lo obvio

Jorge Besso

Con toda evidencia el lugar de lo obvio es obvio, y sin embargo no es tan obvio que sea así. En primer lugar habría que diferenciar entre la evidencia y la obviedad, ya que la evidencia es lo que no necesita demostración, al punto que no requiere mayores análisis, ni demasiadas discusiones, ni tampoco implica malentendido. A su vez lo obvio es más evidente que la evidencia, ya que ni siquiera hace falta decir, ni predicar la no necesidad de la demostración de un asunto dada su condición de obvio.

En primer lugar, en tanto verbo, esto es obviar, se trata de una acción dirigida a eliminar un obstáculo que se está interponiendo en algún recorrido o en algún propósito. En esta misma línea, pero con un matiz ligeramente distinto, obviar se suele usar como sinónimo de evitar: obviar o sortear un paso en la demostración de un problema o ejercicio. Por su parte lo obvio, en tanto adjetivo, se refiere muy claramente a lo que está o se encuentra delante de los ojos. Pero tratándose del humano nada le resulta más difícil, en muchas ocasiones, que ver realmente lo que se encuentra delante de los ojos.

En términos generales lo obvio ocupa un lugar bastante importante en la historia y en el presente de cada cual, lo que sin duda llevará a repeticiones futuras. Cualquier analista de otro planeta que se encontrara entre nosotros y que hubiera sido enviado a nuestro planeta con propósitos de investigación, se encontraría como mínimo desconcertado ante las contradictorias conclusiones que enviaría en sus informes a su planeta de origen.

A sus lejanos jefes les costaría entender cómo es posible que los informes digan que los humanos son tan obvios como imprevisibles, tanto en sus expresiones colectivas como en sus correrías particulares. Es decir que el humano es un obvio imprevisible, y demás está decir que se relaciona con otros que también son obvios e imprevisibles.

Es lo que hace que regularmente esperemos que el otro esté siempre igual, ya que eso confirma la seguridad necesaria. Claro que también confirma el aburrimiento, razón por la cual también se le exige al otro que esté distinto para no quedar atrapado en el fastidio de la abulia. O lo que es peor, ser chupado por un bostezo propio, o acaso del otro, lo que en definitiva no es demasiado distinto ya que el ser va a para a uno de los variados agujeros negros de la existencia.

Con un mínimo de observación se puede constatar dos de las grandes obviedades humanas, y que se pueden dividir u organizar de la siguiente manera:

* Con relación a los días de la semana.

* Con relación a los fines de semana.

Una obviedad más o menos universal gritada a voces, señala que el fin de semana es mejor que los llamados días de semana, en especial el lunes que es cuando comienza el calvario, a diferencia del viernes muy cerca ya del paraíso, del cual el mencionado viernes es la puerta de entrada, acaso un tanto anticipada por el jueves en el que ya se siente el olor al fin de semana.

Con todo, los fines de semana muchas veces son más que decepcionantes ya que en cierto sentido los humanos muchas veces saben más hacer lo que tienen que hacer que lo que supuestamente quieren hacer. Dicho de otro modo, más de una vez la gente se mueve con más claridad y desenvoltura en la obligación que en la libertad.

Hay muchas razones que ameritan que una de las tareas fundamentales consista en:

* Desobviar las obviedades.

* Desobviar lo obvio.

Que sean dos las tareas, obviamente, no se trata de una redundancia. De lo que se trata es que cada tanto, y en el horario de cada cual, dar un vistazo hasta dónde se pueda del repertorio de obviedades de una sociedad y de una cultura. A esto se le puede agregar el listado de lo que personalmente damos o tenemos por obvio. Se podría abrir un archivo bajo el nombre de "Obviedades argentinas" en el que se podrían incluir:

* El mejor país del mundo (hasta poco más de la mitad del siglo pasado).

* El peor país del mundo (desde poco más de la mitad del siglo pasado).

* El país más corrupto.

* El país en el que mejor se come, etcétera.

Estas obviedades, y las que se pueden y deben agregar, circulan sin que se las pueda ver, forman parte de lo que el psicoanalista y pensador griego C. Castoriadis llama Significaciones Imaginarias Sociales (SIS). Sin que lo podamos advertir, en un momento dado nos atrapan, es decir nos habitan, y las empezamos a emitir sin la menor reflexión. O bien es el vecino el que las emite.

Cuando el caso es que estamos tan lejos de ser el mejor país del mundo como del peor, fundamentalmente porque el mejor país del mundo no existe, en tanto y en cuanto más allá de las diferencias que existen entre los países, lo cierto es que el número de personas que en el mundo no comen o comen mal, es absolutamente obsceno al lado de los impresionantes progresos tecnológicos venidos y por venir del siglo XXI.

Con lo que una de las grandes obviedades a desobviar es la "obviedad capitalista", con su letanía de que es el único sistema posible. La obviedad siguiente es que el dinero hace a la felicidad. En lo posible, habría que poder desobviar ambos términos de dicha fórmula que diviniza al dinero y magnifica la felicidad. Como se sabe: la felicidad es efímera. Como se olvida y para que no se olvide: nosotros también.

En cuanto al dinero, por lo que se ve en todos los rincones y en todos los centros, hasta ahora va ganando la batalla: el dinero hace a la felicidad del sistema y no a la de la gente. Obviedad a desobviar.









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