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 domingo, 20 de junio de 2004

Lecturas
La fuerza necesaria
Poesía. "La voz que nunca alcanzó" de Antonia B. Taleti. Editorial Ciudad Gótica, Rosario, 2004, 78 páginas.

Concepción Bertone

Rememorar, remembrar, membrar nombres, lugares, recuerdos, momentos. Todo lo que itinera en el cuerpo pero no puede traspasar la frontera, el límite de la memoria. Por eso la ceremonia de escribir se celebra en el más profundo silencio ajena a las teorías, en el arte de ejercitar una voz cuya práctica es siempre un intento de acercarse al poema. Pasos de trapecista en el aire, "suspendido canto" que apoya su sonido en el verso. Sonido donde permanece el silencio más vivo y más audible. "Por eso la poesía" que nace de ese "ejercicio de pobreza" como decía Molinari, y también Antonia Taleti cuando esa práctica le reclamaba la prueba. El nacimiento de este libro que nos dice que la poesía se hace y nace de ese hacer. Que se escribe no sólo porque se vive de muerte en muerte y de renacimiento en renacimiento. Se escribe porque nadie como el poeta o la poeta lleva en el cuerpo la carga de su finitud. Nadie como ella o él -crea en lo que crea más allá de su existencia real- lleva en el cuerpo esa carga que sólo se aligera en el poema.

"¿Se nombra la transparencia, la luz/ atrapante que aligeran las nubes/ al desintegrarse suaves?/ Extendidos en la contemplación lejos/ dispara la cabeza la arboleda/ en su contoneo esquivo memoria/ sin imagen intenta una fugaz/ referencia. Lejos... lejos el cuerpo/ más reclama." Y qué reclama la poesía y el cuerpo como deseo de su deseo sino la fuerza de lo necesario. Como el trozo de cuarzo que se desgrana pacientemente en arena y se aseda en otra forma de su continuidad. Como la palabra vacío se llena de contenido cuando contiene y se contiene en la forma que la nombra. Como la palabra distancia ejerce su significado y significa lo que confiere en el poema. Qué me dice esa fuerza que no se excede sino que debo alejarme para reflexionar sobre esta poesía como persona que también escribe poesía. Nunca desde un saber científico del que carezco sino de lo que tengo como saber de ese hacer. Entonces pienso en la experiencia de la escritura poética, en esa antes mencionada zona de absoluto silencio donde el tiempo se detiene. Todo lo que importa está dentro de nosotros y lo que ocurre como gracia de ese ritual, dice Derek Walcott, "no es una renovación de la propia identidad sino de la propia anonimidad", de tal modo que ese papel y lo que escribimos en él "se vuelve más importante de lo que uno es".

Y esa importancia es la importancia de lo sagrado. Lo sagrado que no se remite sólo a las creencias religiosas que conocemos o suponemos como tales. Todo el arte acontece y abre su camino, su trayecto hacia algo profundamente íntimo que conduce, vive y se trasciende en el espíritu, allí donde la carnalidad del cuerpo se funde con lo que han visto los ojos pero que ha tocado con el alma. En ese estado, en ese sentimiento de haber tocado el costado emblemático de nuestra mortalidad, el ego desaparece. Para el místico eso se llama éxtasis, para nosotros también, pero no nos dejamos decirlo así porque no podríamos escribir si no miráramos de frente las injusticias de este mundo donde somos los otros en nuestro padecerlas y en el padecer ajeno. No hay un "yo" que importe más que decir en la escritura nuestra condición de semejanza y de semejantes. Lo otro y los otros son lo absoluto porque nosotros somos relativos y vivimos con la esperanza de dejar en el poema algo que no muera de nuestra muerte. Sin embargo hasta esa mirada es una bendita gracia que agradecemos en una oración que contempla, en una contemplación que no sabe que ora. Y esto no lo sabía, me lo dijo el hombre con el que puedo mirar la vida con un sentido de permanencia ajena a la poesía. Conocemos el amor porque amamos y nos aman en una correspondencia que nos torna infinitos en la creencia de ese amor, en su poder divino que hizo que existan las grandes obras de los hombres y las mujeres de este mundo. Nada hay de raro en eso. Es la primera manera de amar y de orar de la humanidad que persiste en nosotros. Y de nosotros depende que no acabe como tantas cosas esenciales de la vida se vuelven detalles, información mediática, aceptación de que la crueldad y la avaricia de unos pocos puede más que la bondad y el amor, por los cuales este mundo gira todavía. Y la poesía se lee y se escribe no sólo porque se vive sino porque creemos que las palabras y no las bombas son las que hacen la equidad. Y "Si después de tantas palabras no sobrevive la palabra... Más vale que se lo coman todo, y acabemos", como dice César Vallejo.

"Esta noche en Bagdad aterradas suspendieron/ sus mágicos vuelos las alfombras/ los amantes olvidaron la cita/ los niños que se atrevieron a mirar comprendieron que esas luces/ que surcaban el cielo/ no eran estrellas fugaces que cumplen deseos/ (...) Esta noche en Bagdad, Shereezzade/ interrumpió su relato." Mas si Shereezzade calla, se muere. Y con ella la maravilla de encantar, del canto que hace posible otro día que se suma a otro día hasta completar la eternidad. La voz parece inalcanzable, la poeta se empina para acariciarla aunque no la pueda asir pero se alza entre otras voces que deben decir otra cosa para que exista la posibilidad de acercarse al tono justo que ella anhela, a aquello que quiere decir pero aún no le es dado decir para que no ceje, para que no abandone el sendero, el convite del trayecto. Primero el principio del camino, la intemperie del camino. De este camino de la poesía que también tiene fronteras que nos tientan a un más allá, siempre abierto al deseo de alcanzarlo.

Antonia Taleti, Tona para quienes tenemos el privilegio de su cercanía y de su sensibilidad, ya ha transitado un largo camino en la escritura sobre otras narradoras y poetas nuestras. Pero confieso que siempre me conmueve con su sincera humildad. Con esa humildad comienza este libro donde luego ella amplía su visión abriéndola hacia un lado ético y estético donde el tema de su poesía tiende a una total unidad de la Naturaleza en la cual queda implicado el ser humano, el hombre y la mujer. La fuerza cósmica de lo necesario que une los elementos y que los concilia en esa humildad suya, en ese amor suyo. Ella va de un balbuceo a un caos apasionado del que surge la transparencia y la luz. Una nítida visión de la vida y de las ceremonias que la celebran, incluso en la herida.

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La autora, Antonia Taleti.

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