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 domingo, 23 de mayo de 2004

El fruto y los pájaros
Según la leyenda el que come calafate "siempre vuelve"

Los bosques de ñires, lengas y coihues ya están vestidos de otoño. El follaje verde de la primavera y el verano dio paso a una paleta multicolor, que abarca matices rojos, dorados y anaranjados.

En este paisaje de ensueño vivían los tehuelches, dueños originarios de la tierra. Al llegar el invierno comenzaban a emigrar a pie hacia el norte, donde el frío no era tan intenso y la caza no faltaba.

En relación con las migraciones la tradición patagónica conserva una leyenda. Se dice que cierta vez Koonex, la anciana curandera de una tribu de indios tehuelches, no podía caminar más. Sus piernas estaban agotadas, pero la marcha no se podía detener.


Leña y alimento
Entonces Koonex comprendió la ley natural de cumplir con el destino. Las mujeres de la tribu confeccionaron un toldo con pieles de guanaco y juntaron abundante leña y alimento para dejarle a la anciana curandera.

Koonex, de regreso a su casa, fijó sus cansados ojos a la distancia hasta que la gente de la tribu se perdió tras el filo de la meseta. La anciana aborigen quedaba sola para morir. Todos los seres vivientes se alejaban.

Pasaron muchos soles y lunas hasta la llegada de la primavera. Entonces nacieron los brotes y arribaron las aves, golondrinas, chorlos, chingolitos y cotorras. Volvió la vida. Sobre los cueros del toldo de Koonex se posó una bandada de aves cantando alegremente.

De repente, se escuchó la voz de la anciana curandera que desde el interior del toldo las reprendía por haberla dejado sola durante el largo y riguroso invierno.

Un chingolito tras la sorpresa, le respondió: "nos fuimos porque en otoño comienza a escasear el alimento, además durante el invierno no tenemos lugar donde abrigarnos".

Ante esto Koonex expresó: "Los comprendo. Por eso a partir de hoy tendrán alimento en otoño y buen abrigo en invierno, ya nunca me quedaré sola". Luego la anciana calló.


Arbusto perfumado
Cuando una ráfaga volteó los cueros del toldo, en lugar de Koonex se hallaba un hermoso arbusto espinoso de perfumadas flores amarillas. Al promediar el verano, las delicadas flores se hicieron frutos y antes del otoño comenzaron a madurar tomando un color azulmorado de exquisito sabor y alto valor alimentario.

Desde aquel día algunas aves no emigraron y las que se habían marchado y se enteraron de la noticia regresaron para probar el novedoso fruto del que quedaron prendados.

Los tehuelches también lo probaron, adoptándolo para siempre. Desparramaron las semillas en toda la región y, a partir de entonces, "El que come calafate, siempre vuelve".

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