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 domingo, 16 de mayo de 2004

Interiores: Matar la muerte

Jorge Besso

Estos son tiempos en los que probablemente estemos ante el extraño récord de que en realidad hay más violencia que muerte, ya que el verdadero desprecio no es sólo el desprecio por la vida, sino también el desprecio por la muerte. Salvo las circunstancias terribles y dolorosas de cada cual, en términos generales la gente hoy en día no se muere, simplemente es dada de baja. Eso en el caso de los que de alguna manera estén registrados, ya que con respecto a los millones que en el mundo no tienen trabajo no hay registros de sus muertes porque tampoco hay registros de sus vidas. El resto, los que logramos estar inscriptos en esta vida, somos un legajo, es decir un número que alberga otros números de acuerdo a los cuales seremos incluidos en tal segmento, tipificable también con algún número. Tal vez con mucha suerte a dicho número que indica el segmento al que pertenecemos se le agregue alguna letra, pero en definitiva una suerte de código con el que nos darán de alta o baja, según toque.

Sin darnos cuenta empezamos a concebir al mundo abierto las 24 horas los 365 días del año, como el eslogan de Crónica TV, que en el caso del año en curso son 366, en una precisión probablemente innecesaria. Es verdad que el mundo está siempre "abierto", y también es verdad que siempre lo estuvo, y sin embargo antes el mundo estaba más cerca de los ciclos de la naturaleza en esa repetición interminable y sucesiva de la noche y el día. Por lo tanto llegaba un momento en que se bajaban las persianas y todo estaba cerrado. Había una cierta conciencia de que había toda una parte del mundo que estaba abierta, pero no mucho más que eso, y en el caso de Rosario, dicha conciencia se materializaba al pasar por Sarmiento y Córdoba y ver en el frente de la joyería Escasany las horas del mundo, al menos las que para nosotros eran las principales (París, Londres, Roma, Nueva York, no recuerdo si estaba el reloj con la hora de Madrid).

Los relojes de Escasany ya no están, pero tampoco hacen falta, basta conectarse a Internet y se puede ver qué hora es en cualquier parte del mundo. Más todavía, a partir de cierta hora de la noche al abrir los diarios europeos, por ejemplo, podemos ver en pantalla la fecha del día siguiente, es decir, del día que para nosotros todavía no empezó, y podemos comenzar a organizar la agenda del día que está por venir, pero con la fecha presente del día siguiente, en una operación en que no está claro si es un tiempo que se gana, o un tiempo que se pierde, pero tal vez es la ilusión de un tiempo que se borra en una sucesión infinita a la que estamos invitados apenas unos instantes, y que para colmo siempre se pueden dilapidar.

En términos generales para los humanos la muerte es inaceptable, aunque pueda ser un espectáculo perverso en las innumerables masacres de humanos contra humanos en todos los tiempos, pero de una crueldad inusitada en el siglo XX, y por lo que parece en el XXI. Se dice que de un modo perfectamente oculto funciona una empresa, en algún lugar de Europa o de los EEUU para clientes ricos, fachistas y aburridos, que son llevados a algún lugar de Africa para que el señor blanco y rico cace a algún humano negro, pobre y a la intemperie. Cierto o no, lo que es seguro es que es posible semejante barbarie. Ahora bien, el país más poderoso del mundo ha salido de cacería, en este caso en Iraq, y las fotos de estos días lo prueban de un modo terrible. Las imágenes de todo ese horror muestran el desprecio por la vida y el desprecio por la muerte por parte de soldados norteamericanos y soldados ingleses, de los cuales muchos están perdiendo la vida, no en una epopeya, sino en una cacería obscena, razón por la cual durante cierto tiempo ocultarán hasta donde puedan sus muertes. Mientras tanto orinan sobres los enemigos muertos, destilando indignidad, y en la indignidad se extinguen tanto la vida como la muerte. Hace un tiempo D.P. me regaló un libro de la escritora argentina Liliana Heker, que se llama "Diálogos sobre la vida y la muerte". Es un libro de reportajes a una serie de personajes, Borges, Fontanarrosa y algunos más, entre los cuales hay también un reportaje a un biólogo argentino, Marcelino Cereijido, un investigador radicado en México, que habla de cómo no hay vida sin muerte. El biólogo explica con mucha claridad, cómo, desde hace unos años la biología que es la ciencia de la vida, incorporó también a sus investigaciones a la muerte como parte de sus estudios, en tanto y en cuanto la muerte también es condición de la vida. La evolución del feto a un organismo completo sólo es posible a partir de que determinadas células en cierto momento eliminen, o se autoeliminen, de forma tal que, por ejemplo, un muñón que es una formación orgánica previa pueda desaparecer y en ese lugar se desarrollen las manos. Con todo, el humano, no en su vida biológica, sino en su vida existencial se lleva bastante mal con los límites, al punto que ciertas existencias sin límites son detenidas por un organismo que de alguna manera dice basta y que se transforma en el único y último freno. En el fútbol se ve muy claro, ya que es imposible pensar este juego maravilloso sin la capacidad y la decisión en determinados momento de parar la pelota. En cómo resuelven esta cuestión se diferencian los equipos. Hay equipos que huyen siempre hacia delante y son los equipos sin límites. Hay equipos que huyen siempre hacia atrás y son los equipos limitados. Parar la pelota es una condición para que pelota y equipo se muevan con un sentido. Una vida sin límites y una muerte sin límites paradójicamente tienen el mismo sentido: la destrucción. Y a no olvidar que los ejércitos y los chalecos de fuerza jamás supieron parar la pelota.

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