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 domingo, 16 de mayo de 2004

Turbulencias adolescentes

Cora Rosenzvit (*)

La adolescencia es considerada un período muy conflictivo del ser humano, tanto para los hijos como para los padres. Se puede decir que ambos, generalmente, sufren a la par turbulencias emocionales.

La característica más destacada de los adolescentes es su tendencia a la acción, sumada a la perentoriedad de sus necesidades. Tienen una baja tolerancia a la frustración que a veces los impulsa, por ejemplo, a fugarse de su casa por peleas con los padres, a accidentes y a incursionar en el mundo de las drogas. En los casos más conflictivos pueden llegar a la adicción.

Los sentimientos normales que los padres padecen en esta etapa son incertidumbre, no comprensión, rabia, impaciencia, envidia y decepción. Sentimientos que muchas veces son difíciles de aceptar, pero que van a ser neutralizados o minimizados, en el mejor de los casos, por el afecto que siguen sintiendo por ellos.

El adolescente demanda de sus padres enorme paciencia y una disposición a la agilidad y flexibilidad mental para la cual es conveniente no olvidar la propia adolescencia. Se puede decir que durante esta etapa se da un proceso de transformaciones tanto físicas como psíquicas que comienza en la pubertad y llega a la adultez, pero no en una transición lineal sino con vaivenes y tumultuosamente.

El niño, hasta la pubertad, es parte de la historia familiar. Antes de nacer los padres ya tienen pensado y soñado qué lugar va a ocupar. Durante esta etapa escucha el relato de sus padres sobre él mismo y se va forjando su propia identidad a través del intercambio emocional con ellos. El hijo forma parte del "nosotros" familiar, con sus valores, significados y esto le asegura la estabilidad de su mundo. Hasta llegar a la adultez se le presenta un largo y enorme desafío. Como adulto consigue hacerse un lugar fuera de la familia primaria. Ser adulto es haber pasado a ser protagonista de la propia historia, su nueva familia, su ocupación. Esto será ahora lo que le dará estabilidad a su mundo.

La adolescencia está limitada entre lo que ya no es más de la infancia y lo que todavía no llegó de la adultez.

La psicoanalista Piera Aulagnier describe el trabajo que tiene que hacer el adolescente para construir su futuro en base a la "construcción-reconstrucción" de su pasado, que es un tiempo perdido pero guardado en la memoria para darle sentido y garantizarle ser autor de su propia historia.

Cambios corporales, nuevas demandas sociales y la palabra adulta que ya no se la escucha de la misma manera, son algunas de las manifestaciones características de esta etapa. Para él, los padres ya no son los idealizados poderosos de la infancia y tiene que reconstruir su imagen -tanto la propia como la de ellos- pero como seres humanos con virtudes y defectos. Creencias o convicciones antiguas son puestas a prueba. Tiene que sostener una realidad que amenaza con ser caótica. Es como un ser expulsado de su tierra que no sabe adónde ir. La angustia es propia de esta fase y el desequilibrio es la normalidad.

El psicoanalista Donald Winnicott llama a la adolescencia la "fase de desaliento malhumorado". Se manifiestan amores y odios absolutos, autoestima muy vulnerable, crisis morales y religiosas, cambios frecuentes de humor y estado de ánimo. También aparecen la rebeldía, la desubicación temporal, la agresividad contra el mundo de los adultos y preocupaciones sexuales que ni él ni la sociedad están preparados para enfrentar. Todo esto pasa por la vida del confundido adolescente.

Como respuesta a estas tumultuosas emociones los padres suelen sentirse atacados, enjuiciados y pueden reaccionar con rechazo y reforzamiento de su autoridad. Se angustian frente a estos cambios que implican el crecimiento de los hijos y tienen que admitir y reconocer su propio crecimiento, que es algo más angustiante porque ahora se trata de envejecimiento. Esta suele ser una palabra temida.

Como lo describe el psicoanalista Alfredo Ortiz Frágola, muchas veces la rebelión es más notoria en los padres que en el hijo porque se resisten a resignar parte de su autoridad. Su hijo ya no los necesita como antes y esto produce un hueco, un vacío. Con dolor, el padre de un adolescente relataba que se sentía rechazado porque su hijo no quería más que lo lleve a un determinado lugar. Pero, en realidad, el hijo quería ejercitar sus nuevas libertades de manejarse por sí mismo y sentirse grande, ya no más acompañado por su papá o mamá como cuando era niño.

Los adolescentes reclaman su libertad y sus derechos, pero también es cierto que la libertad es un fardo pesado de llevar y necesitan que sus padres sigan siendo padres, autoridad. Exigen y necesitan vigilancia y dependencia, pero al instante surge el rechazo a los padres y el deseo de independizarse y huir de ellos. Fluctúan entre soledad y comunicación, entre egoísmo y altruismo, entre ascetismo y sexualidad. El grupo de amigos o los amigos íntimos son especialmente importantes en esta época. Sustituyen el vínculo infantil perdido con los padres y permiten calmar uno de los temores más intensos de esta época: la soledad.

Ortiz Frágola considera en uno de sus trabajos sobre el tema que hay una estrecha relación entre conflictos matrimoniales y crisis adolescentes. A partir de la relación entre los padres los hijos aprenden desde temprano cómo se relacionan las personas, cómo se comunican, cómo disienten, cómo negocian y arriban a acuerdos. El hecho de que los padres no se lleven bien o estén separados no es determinante por sí mismo de la intensidad de la crisis adolescente. Hay padres que a pesar de no llevarse bien pueden establecer una "alianza parental" que implica la cooperación entre ellos en función de un objetivo en común: la educación de sus hijos. Esto aporta a los hijos una atmósfera beneficiosa que puede compensar, al menos parcialmente, la difícil relación de sus padres.

La actitud de los adultos va a ser decisiva para facilitar o entorpecer el crecimiento de los chicos. El adolescente, no sólo el niño, necesita de la presencia de adultos cercanos para su supervivencia emocional. Pero autoridad no es lo mismo que autoritarismo. Para que el adolescente llegue a ser un adulto emocionalmente equilibrado debe tener posibilidades de encontrar una expresión adecuada de su personalidad. Y que ésta sea aceptada de una manera tal que se satisfagan sus necesidades y se las encaucen coherentemente, pero no en forma arbitraria.

Los padres deberían encarar esta etapa con paciencia, tolerancia, disposición para escuchar y dialogar. Y con flexibilidad mental para llegar a acuerdos negociados entre deseos y límites razonables.

(*) Psicóloga

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