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 domingo, 02 de mayo de 2004

[Nota de tapa] Gajes del oficio
Historias de personajes comunes con trabajos extraordinarios
Son hombres y mujeres con tareas que no se enseñan en escuelas sino que se aprenden en base a la experiencia. aqui se cuentan algunos de sus secretos

Gabriel Zuzek

Aquel dicho popular que asevera que "hay gente para todo" generalmente es utilizado de manera peyorativa o en el mejor de los casos en tono de broma. Las personas que forman parte de ese "todo" tan levemente abarcativo son individuos que hicieron de su extravagante oficio el prisma a través del cual registran el devenir de sus vidas. Para la mayor parte de la sociedad los trabajos que ellos realizan son raros, arriesgados, macabros o misteriosos.

Algunas de estas ocupaciones fueron transmitidas de generación en generación y en la actualidad representan el orgullo de una familia. Otras son el fruto de años de paciencia, estudio y sacrificios. También están aquellas que simplemente reflejan la evidencia de las caprichosas piruetas del destino. La particularidad que caracteriza a los oficios nombrados en esta nota (y a tantos otros) es que no se enseñan en ninguna universidad.

Algunos no tienen horarios fijos y otros dependen de las bondades del clima. Están los que sufren múltiples aprensiones pero que atesoran celosamente su matriz artesanal para hacerle una gambeta a la agonía. Pasen y vean cómo es el interior de la vida y el trabajo de un fotógrafo forense, un pintor de las alturas, un taxidermista, un detective privado y una encuadernadora rústica.


EL OJO BLINDADO
A Regino Frutos no le tiembla el pulso cuando expone que lleva treinta años como fotógrafo forense. Tampoco siente una emoción especial cuando su cámara registra lo que nadie quiere ver: la muerte. Pero Frutos no siempre fotografió cadáveres sino que en sus inicios conducía una agencia de modelos con otros colegas. "Yo venía de la escuela de fotografía y tenía toda la estructura de la fotografía artística en la mente", recuerda.

Esos fotógrafos con los cuales dirigía la agencia también se desempeñaban como reporteros de este diario y fue a partir de ahí que germinó en él la inquietud por este aspecto de la fotografía. "A mí me gustaba acompañar a mis amigos reporteros a cubrir los accidentes en la calle y observaba que los fotógrafos forenses se paraban de una manera distinta a lo que yo conocía. Por ejemplo, nunca los veía agacharse o cambiar un ángulo, entonces después sí fui aprendiendo qué cosas se fotografiaban y por qué".

Regino Frutos es un hombre de tez morena y mirada férrea. Parece no sentirse muy cómodo en la oficina de la sección Fotografía de la Unidad Regional II. Sin dudas, preferiría estar junto a sus ayudantes y con la cámara en mano recorriendo la ciudad en busca de algún hecho policial. Los fotógrafos forenses están preparados para salir de urgencia al momento de ser llamados. En los hechos de muertes violentas, un equipo de personas se dirige hacia el lugar y la tarea primaria consiste en registrar todo el escenario tal como se lo encuentra.

"Hay veces en que algo fue movido de lugar y entonces el que no conoce puede decir que ese elemento estaba en otro lugar. El fotógrafo no puede sacar esa foto porque nadie puede ser testigo de lo que no ve. El fotógrafo da su testimonio gráfico de todo lo que ve al momento que llega, lo que pasó anteriormente no lo sabe. Los objetos que fueron movidos no pueden ser vueltos a colocar en el lugar porque él esta brindando un testimonio gráfico importantísimo para la causa", explica Frutos.

Como todo hombre curtido en el oficio, Regino Frutos tiene un abanico de huellas selladas a fuego. Asegura que nunca pudo ni podrá superar el impacto que le produce la muerte de un niño y rememora detalladamente y con satisfacción uno de los trabajos que marcó un hito en su carrera. "Fue haber realizado la primera identificación humana a partir de un cráneo. Era lo único que teníamos, un cráneo. Hubo que idear técnicas que aparentemente no se conocían en fotografía; fue un desafío y una satisfacción muy grande porque después de seis meses de intenso trabajo logramos la identificación de la persona y le pudimos dar el sí a esa familia".

Frutos confiesa que en su trabajo la persona debe ser totalmente racional y estar con todos los sentidos atentos "porque la fotografía al ser parte de un conjunto de disciplinas que forman la criminalística es una herramienta que busca la verdad". El fotógrafo forense debe abandonar todo lo que se relacione con la composición artística de la imagen. "Realmente uno se acostumbra a esto -dice-. Por ejemplo, el cirujano empieza a ver a través del bisturí que es su herramienta. Nosotros no vemos literalmente con los ojos, ni con la emoción, sino que lo hacemos a través de lo que ve el lente de la cámara. Esto no es para todos: algunos no lo soportan y se van porque es demasiado".


ENTRE GIGANTES
A Omar Fernández siempre le gustaron las alturas. En su juventud fue empleado durante dos años de la represa hidroeléctrica de Piedra del Aguila en la provincia de Neuquén. "Trabajaba a 140 metros de altura. Hay que tener la cabeza predispuesta para laburar ahí", afirma. Pero no fue en la Patagonia donde se decidió por la pintura de altura. "Cuando volví, me había gastado toda la plata porque allá se ganaba muy bien. Entonces, con un amigo del barrio nos pusimos a pintar departamentos como subcontratados".

Un día Fernández se enteró que en las torres Santa Clara de las calles Dorrego y Salta estaban solicitando trabajadores. Se ofreció como pintor de interiores y la empresa lo contrató. "A la semana los muchachos que estaban pintando el frente del edificio faltaron a trabajar y le pregunté al encargado si me dejaban subir a mí. La obra estaba por terminarse y el tipo me preguntó si yo sabía y le dije que sí porque pagaban el doble. Creo que por el apuro que tenía el encargado ni lo pensó -recuerda-, así que me subí a la silleta y empecé. Me adapté muy rápido y me gané el puesto enseguida".

Omar Fernández tiene cinco hijos, 35 años y hace 15 que practica artes marciales. Cuenta que en esa empresa aprendió todos los secretos para colgarse y pintar en las alturas: "Otros compañeros me iban explicando cómo confeccionar los nudos y todo lo que hay que hacer y lo que no. Era un aprendizaje permanente". Siendo aún novato en el oficio se le presentó una oportunidad única y no la dejó pasar.

"Esta misma empresa estaba buscando un equipo de pintura de altura pero no tan convencional. El trabajo era pintar la antena de Radio Rivadavia en Buenos Aires que tiene 280 metros de altura. Había diez grupos de dos personas cada uno para elegir. Me seleccionaron a mí y a otro compañero por el estado físico que teníamos. Antes habían ido dos grupos, pero se volvieron porque les resultó muy difícil adaptarse".

Fernández hace un alto para aclarar que otra condición para este trabajo, además de un buen estado físico, es tener una mente fría. Y continúa con el relato de esos veintisiete días en Buenos Aires en los que llegó a tocar el cielo: "La antena tiene el equivalente a un edificio de 60 pisos. Hacíamos todo a pulmón y para subir tardábamos dos o tres horas. Cada diez metros había un descanso y ahí arriba dormíamos la siesta, comíamos, hacíamos todo. Subíamos a las ocho de la mañana y bajábamos a las diez de la noche. Nos controlaban desde abajo con largavistas y dos veces con helicópteros porque desde arriba era imposible que te supervisaran el trabajo".

Esa fue la experiencia más importante y tal vez sólo comparable con un trabajo en el puente General Belgrano en Santa Fe. "Tiene 700 metros y el piso son las vías. Fue durísimo porque estábamos colgados pero acostados, cinco meses estuvimos", recuerda.

Fernández es hoy el titular de la empresa Los Pintores y muestra con orgullo la Llave de Oro 2003, premio que -por medio de una encuesta- le entrega la ciudad a la empresa más popular. "Para mí es un trabajo apasionante -dice- porque te enorgullece desde el momento que estás colgado en un edificio y la gente pasa y te mira. También es divertido porque te aparecés en una ventana y se pegan un susto terrible. Algunos hasta te alcanzan comida. Eso te reconforta porque sabés que esto no lo hace mucha gente". Es un oficio en el cual no hay margen para el error y Fernández es muy consciente de ese peligro. "Si te agarra una tormenta de viento se te sube el alma a la garganta. Entonces hay que bajar, porque por más experiencia que tengas el cerebro procesa peligro. La mayoría de los accidentes ocurren cuando los obreros son muy nuevos o cuando tienen mucha antigüedad. Los primeros porque recién están aprendiendo y los segundos porque se confían mucho", concluye.

El taller de Jorge Martí -Jefe de Taxidermistas del Museo de Ciencias Naturales Angel Gallardo- es similar a un reducido zoológico petrificado. Mezclados entre las herramientas de trabajo sobresalen un pavo real con actitud poderosa y varias especies de aves disecadas que penden de los hilos. "El término taxidermia -puntualiza Martí- significa literalmente tratado o arreglo. Desde el punto de vista del significado, la taxidermia es el arte de conservar con actitud de vida los animales muertos; con esa salvedad, porque particularmente a mí me interesa que sean muertos y no cazados".

No existe facultad ni terciario donde se pueda seguir la carrera para ser taxidermista. Este es un oficio que se transmite de generación en generación y de familia en familia. "Yo me inicié a los 16 años porque me interesaba. Fue mi padre quien me contactó con una familia que estaba en el tema y es a partir de ahí que voy aprendiendo".

Jorge Martí debutó con su primer trabajo antes de terminar la secundaria. "Fue con un cebú que se había muerto en el zoológico de Rosario; yo estaba como colaborador pero lo cuento como mi primer experiencia en el oficio". Dos años más tarde obtuvo una beca como técnico en taxidermia otorgada por el Museo Nacional de La Plata, donde le ofrecieron quedarse pero decidió volver a nuestra ciudad porque aún no había terminado sus estudios secundarios. En la década del setenta también fue parte de los trabajadores de la histórica Biblioteca Popular Constancio C. Vigil.

La taxidermia es un oficio artesanal que se originó hace miles de años en Egipto. Es un trabajo que siempre estuvo rodeado por un halo de misterio, que Jorge Martí se apresura a refutar con conocimiento de causa. "Alrededor de la taxidermia se creó todo un tabú que responde más bien a una problemática comercial y de competencia entre los mismos taxidermistas. Se decía que no lo podía aprender cualquiera, que había que poseer algo especial y siempre el maestro se tenía que guardar un secretito para que el alumno no aprendiese todo lo que hay que saber para este trabajo".

Desde 1979 hasta la actualidad y como forma de respuesta a toda esta configuración del encubrimiento, Jorge Martí dicta dos cursos por año tanto en Santa Fe como en otras provincias. "A mí me interesa que los alumnos aprendan porque eso me estimula a superarme todos los días"; y aclara: "a este trabajo lo puede realizar cualquiera al que le interese el tema, no se necesita nada excepcional".

Otro de los inconvenientes con los que deben batallar los que se dedican a la taxidermia, son ciertas acusaciones que les realizan determinadas organizaciones ecologistas. Sobre este tema Martí explica: "no se puede negar que hay gente que lo hace con fines comerciales pero la relación nuestra con la Dirección de Fauna y Ecología es excelente. A punto tal, que por nuestros conocimientos le identificamos cuáles son las especies que se permiten cazar y las que no. En nuestro país se confunde mucho. Se cree que la taxidermia está en contra de la ecología y justamente es al revés porque para defender hay que conocer y nadie defiende lo que no conoce. Acá tenemos animales que la mayoría desconoce y que se están extinguiendo; justamente la taxidermia es la que permite conocer eso".

Jorge Martí es una persona agradecida porque lo reconocen y le pagan por hacer lo que le gusta. "La taxidermia me llevó a fundamentar los conocimientos en la parte biológica, necesitaba tener un fundamento científico para todo lo que hago". Por eso todas las mañanas viaja hasta la escuela de Villa Amelia para trabajar como docente de Biología.

Sobre el escritorio de Jorge Imperiale hay una antigua máquina de escribir de la que sobresale una hoja en la que se alcanza a leer una narración tipo telegrama. Imperiale es el director de Confidencial, agencia privada de investigaciones según reza la sobria tarjeta de presentación. "No entiendo ni me gustan las computadoras", dice mientras baja la persiana y enciende un cigarrillo.

Imperiale tiene 67 años y lleva diecisiete como investigador. Es canoso y sus ojos turbios casi no demuestran emoción. Tampoco le agrada que le saquen fotografías. "Los clientes más habituales son los que vienen por infidelidad -explica-. Al hombre le cuesta más venir y aceptar que está siendo engañado. En cambio la mujer es más abierta y generalmente lo que quiere saber es si el marido le es infiel para después tirarle la bronca".

El 70 por ciento de sus clientes, según estima tras una cuenta rápida, son mujeres. Inmediatamente sentencia: "el hombre cuando quiere el trabajo normalmente busca comprobar el adulterio. Es decir, quiere la prueba concreta para reclamar el divorcio".

La pulcra oficina del investigador parece la de un coleccionista. Sus paredes y repisas están plagadas de antigüedades obsesivamente ordenadas. Sin embargo, sobre un rincón -rompiendo el orden- sobresalen cuatro maletines de cuero negro, dos handys y una gama variada de teléfonos celulares. "Uno está preparado para lo que venga. Los clientes cuentan la mitad de las cosas y por lo general cuentan su pasión y no la realidad -revela Imperiale con una sonrisa apretada-. Este trabajo consiste en escuchar toda la información que la persona te da".

Pero siempre hay que ver más allá de las apariencias. "Supongamos que de cien un cincuenta por ciento no me lo dicen. Del otro cincuenta siendo generoso les puedo llegar a creer hasta un cuarenta. Imagináte que le macanean hasta al psicólogo, mucho menos me van a contar todo a mí. Así que lo que viene es impredecible, nunca lo sé", exclama Imperiale.

Aduce que las cualidades que se exigen para ser un buen investigador son la paciencia, la serenidad y la calma. También resalta la importancia de aprender a mimetizarse para pasar desapercibido entre la gente. En todo el tiempo que lleva en el oficio, Jorge Imperiale asegura que jamás lo descubrieron cuando estaba siguiendo a alguien. Tal vez ése sea su secreto más preciado.

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Los pintores de altura cumplen una tarea que necesita experiencia.

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