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 domingo, 02 de mayo de 2004

Panorama político
Guerra de poder entre Kirchner y el PJ

Mauricio Maronna / La Capital

En el mismo momento en que un combo de bronca, melancolía y tristeza se apoderaba de los alrededores de la Casa de Gobierno de Santa Fe, el presidente Néstor Kirchner recibía con una sonrisa luminosa a los dos mayores adversarios que hoy tiene el oficialismo provincial: Hermes Binner y Miguel Lifschitz.

"El PJ se quedó en el tiempo y la oposición no existe, ustedes tienen que ocupar el lugar de lo nuevo. Yo los voy a acompañar", les dijo (el jueves pasado) en su despacho el jefe del Estado a los santafesinos presentes, acompañados para la ocasión por el intendente cordobés, Luis Juez, y el jefe de Gobierno porteño, Aníbal Ibarra.

Más allá de las cuestiones relativas a la autopista Rosario-Córdoba y a otros puntos formales del temario, el gobierno emitió señales directas al corazón del PJ. ¿Con cuántos gobernantes justicialistas se reunió a la misma hora y en el mismo ámbito el santacruceño desde que asumió? No hay antecedentes a la vista.

El jefe del Estado practicó un golpe de billar a tres bandas; nada quedó librado al azar. La foto enviada por Presidencia de la Nación a los medios más importantes del país irritó a los peronistas que se atrincheran bajo el ala protectora de Eduardo Duhalde y operó como una revancha ¿sutil? contra Jorge Obeid y José Manuel de la Sota, quienes cuestionan, aunque con diferente grado de virulencia, algunas políticas del poder central.

Lo enemigos de los mandatarios de Santa Fe y Córdoba (Binner, Lifschitz y Juez) parecen ser los amigos del hombre que vino del frío. La ancha sonrisa del jefe de Gabinete, Alberto Fernández, a la hora de posar ante los flashes (la que no pudo ensayar el 7 de septiembre con la victoria del dueto Carlos Reutemann-Jorge Obeid) exime de mayores detalles.

Cuando la fecha y hora del encuentro en Balcarce 50 ya estaba acordada, un teléfono sonó en el despacho del intendente de Rosario. "Invitémoslo también a Binner, el presidente tiene ganas de que esté", fue el mensaje que dejó el secretario General de la Presidencia, Oscar Parrilli, uno de los escasísimos funcionarios que ingresa al lugar de trabajo de Kirchner sin tener que golpear la puerta antes de entrar.

La reunión también generó urticaria en el Partido Socialista (PS) santafesino, atravesado por una durísima interna que sigue con lupa los movimientos de Binner y ahora del propio Lifschitz. "Y bueno, por ahí Hermes y Miguel terminan abrazados con (Héctor) Cavallero, otro transversal de la política santafesina", chicanearon con despecho dirigentes de la primera línea del socialismo.

Una calificadísima fuente que pidió reserva de su identidad y que siguió muy de cerca los gestos y dichos de Kirchner quedó más que sorprendida por los objetivos y el diagnóstico que trazó el presidente tras consumir una taza de leche y contar detalles de los porqués de su internación en un hospital de Río Gallegos.

Según Kirchner, Eduardo Duhalde "políticamente no tiene más chances, el PJ se quedó en el tiempo recitando frases de Juan Domingo Perón, el radicalismo se murió y Elisa Carrió desvaría".

Al repasar el actual escenario legislativo (donde el duhaldismo conserva la mayoría del bloque justicialista en Diputados), Kirchner justificó su decisión de no poner en crisis la gobernabilidad, pero sentenció que la madre de todas las batallas se dará más temprano que tarde en la provincia de Buenos Aires: "Voy a ir a fondo con Cristina (por la primera dama); yo juego al límite".

Rodeado de una montaña de encuestas y proyecciones económicas, se atrevió a anticipar que "el desempleo bajará al 12% por ciento", un índice que, de concretarse, le permitirá romper todas las ataduras e intentar construir el sueño dorado de todos sus antecesores: convertirse en líder de un "tercer movimiento histórico".

Haciendo abstracción de los devaneos teóricos que intentan trazar un antes y un después de los partidos tradicionales de la mano de los gestos, las sobreactuaciones y los vanguardismos ideológicos, la única forma de relegar al potente aparato justicialista (el "pejotismo", según el sureño) se enlaza con una mejor distribución de la riqueza. Para que esto sea posible es condición indispensable la desaparición de los aterradores índices de desempleo.

En este marco, no es casualidad el nuevo viaje de Kirchner a Estados Unidos. El diálogo mano a mano con numerosos y poderosos empresarios norteamericanos tiene como máximo objetivo la llegada de un amplio flujo de inversiones.

El razonamiento es correcto, pero la realidad marca sus condicionantes: el país sigue condenado por el default, la falta de acuerdos de fondo con los organismos internacionales y el desapego por las reglas de juego claras y duraderas con el exterior.

El traumático episodio con Chile vinculado a la provisión de gas (aunque el presidente dice que su posición fue la más razonable y que el propio mandatario trasandino, Ricardo Lagos, le "pidió disculpas") es el ejemplo que muestra el estado de las cosas.

"Yo no sé si nos quiere vender espejitos de colores o qué, pero lo cierto es que se abrió una puerta grandísima con el gobierno", narró otro de los presentes en la reunión del jueves en la Capital Federal.

Kirchner sabe que el efecto Blumberg produjo un antes y un después en gruesas capas de la sociedad y que, de no haber respuestas concretas en materia de seguridad, el próximo objetivo de la clase media porteña movilizada detrás de ese nuevo "héroe accidental" de pelo cano y mucho sentido común será el mismísimo Palacio de Gobierno. Por eso existirá de ahora en más tolerancia cero con Gustavo Beliz, a quien el presidente ya comenzó a marcar con doble stopper.

Los nuevos vientos que cruzan la Argentina se mixturan con la novedosa forma de control social hacia el poder que alumbró en los días negros de diciembre del 2001. Como lo demuestra la caída del juarismo en Santiago del Estero y el coma severo que relampaguea sobre los Rodríguez Saá en San Luis, la indemnidad de los feudalismos parece estar llegando a su fin.

En Santa Fe, el jueves pasado, el gobierno de Obeid perdió una nueva oportunidad para modificar su imagen. La desoladora postal de la Casa Gris (vaciada de funcionarios pero recargada de policías y vallas) mientras las víctimas de las inundaciones querían hacerse oír por los responsables del Ejecutivo no tiene justificativos creíbles. Tampoco la patética clausura durante una semana de las actividades legislativas y el encierro en las catacumbas de los responsables de la gestión anterior.

Si las cicatrices de una sociedad, de tan profundas, no desaparecen jamás, al menos la contención y el saber escuchar deberían constituirse en prioridad para una clase política que sigue sin encontrar la salida del laberinto y solamente guapea para alzarse con los cargos.

Gobernar es hacerse cargo.

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