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 domingo, 02 de mayo de 2004

candi
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-Se despertó temprano, un sutil retortijón anunciaba cada dos o tres minutos que tenía miedo. Un miedo extraño, ese que se mezcla con otros sentimientos como la esperanza, los sueños y ese deseo inextinguible que dormita en el corazón del hombre esperando que el alma esperada venga a despertarlo. Miró el reloj, salió de la cama rápidamente, pero se detuvo de pronto pensativa ¿Qué pasaba? Algo debía estar sucediendo, porque ni siquiera se tomó esos cinco minutos en los que se quedaba haciendo fiaca, distendida y escuchando los vívidos cantos de las aves que poblaban la arboleda de la calle lejana. Pero no tenía tiempos para reflexiones.

-Advierto que hoy tenemos el relato de una historia cotidiana. Siga, Candi.

-Al fin salió de su departamento del segundo piso, subió al ascensor que esa mañana le pareció odiosamente lento. Era razonable esa sensación, porque cuando se está ansioso y lleno de sueños el mundo se mueve despaciosamente. Fue hasta la cochera, subió a su auto y antes de darle arranque suspiró. Por fin había logrado sosegarse, pero el retortijón seguía remiso y su miedo intacto. Pero intacto estaba también su sueño. Reposó antes de salir y recordó aquella frase que una vez le había dicho: "De vez en cuando me permito observar la vida en vez de estar en continuo movimiento". Y eso era precisamente lo que venía haciendo desde hacía ya un tiempo: observaba algunas circunstancias que se producían en su vida y no sólo que las observaba, sino que comenzaba a involucrarse en ellas.

-¡Intrigante!

-El motor del vehículo arrancó, puso primera y salió rumbo a la estación de colectivos. Miró el reloj, tenía aún treinta minutos de ventaja, pero quería asegurarse de estar allí en el momento justo. Observó por el espejo del retrovisor, no para saber qué sucedía con el tránsito detrás suyo, sino para asegurarse que su rostro, atractivo y sutil, estaba adecuadamente maquillado y siguió. Estaba más tranquila, más aplomada, el retortijón iba diluyéndose de a poco y una sensación de dicha iba inundando todo su interior. Tenía esperanzas, pero sobre todo tenía ganas, ganas de confirmar que después de tantos años había vuelto a enamorarse.

-¡Oh! Una historia de amor.

-Se detuvo en el semáforo y, contra su voluntad, escuchó una voz que pronunciaba su nombre casi con un grito: "Anoux, Anoux ¿vas a presentar ese ensayo en Norteamérica para que sea publicado?". Era la profesora de filología de la Universidad. Con un "sí, naturalmente" y una pisada fuerte sobre el acelerador cuando la luz se puso en verde se la sacó de encima y siguió hacia la estación. Quería estar antes de que llegara el pasaje de Buenos Aires; quería estar esperándolo en el andén, demostrativamente, cuando el colectivo estacionara; quería saber si él la abrazaría transmitiéndole ese calor que sólo se irradia cuando hay un sentimiento; quería saber si al fin el amor había llegado nuevamente a su vida.

-Siga, siga.

-Puso un casete de Simon and Garfunkel y eligió la canción "A most peculiar man". Los acordes de la guitarra acústica se confundían con los cerros que rodeaban a la ciudad y que ese día, acaso para ella, estaban revestidos de colores bellísimos que la luz caprichosamente les concedía. Las voces del dúo, suaves y delicadas, cadenciosas, la transportaron a aquellos días de su juventud cuando "Los sonidos del silencio" la hacían soñar con el amor, ese amor que quería que llegara nuevamente. De pronto escuchó el timbre agudo del teléfono, se estremeció, se conmovió y, sobresaltada, se despertó. Una luz de pena brilló en sus ojos y atendió.

-¡Oh!

-Ni buenos días dijo la voz inconfundible de él. Cómo un rayo lleno de vida penetraron en sus oídos las palabras: "Mis sentimientos decidieron que debo verte cuanto antes, así que el sábado viajo para allá". Después de la llamada, una sonrisa se dibujó en sus labios finos pero sensuales y se tiró en la cama a escuchar a los pájaros de las arboledas de aquella calle lejana.

Candi II
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